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31 de enero de 2012

Odiosos e Inevitables III - No, nada, nadie



Está claro que no soy el mejor.
Está claro que tampoco soy el peor.
Está claro que soy tan bueno como cualquiera.
Está claro que yo podría haber estado en su lugar.
Está claro que él no es exactamente como la gente cree que es.
Está claro que la otra tampoco destaca mucho en el puesto donde está.
Está claro que todos ellos tuvieron suerte; que estaban en el momento indicado en el lugar indicado; que me podría haber pasado a mí; y que yo sabría hacer las cosas mucho mejor.
Está claro que no tengo nada que envidiar a nadie.
(=Tengo algo que envidiar a todos.)

30 de enero de 2012

Odiosos e Inevitables II - Susceptible



Es cierto que a veces preferiría no conocerte.
Es cierto que a veces te deseo alguna desgracia.
Es cierto que a veces hablo mal de vos a tus espaldas
Es cierto que a veces garabateo maldades sobre una foto tuya.
Es cierto que a veces te echo la culpa de todas las desventuras de mi vida.
Es cierto que a veces no hago otra cosa que pensar en cómo devolverte el sufrimiento.
Es cierto que a veces voy a tu casa y pinto obscenidades en tus paredes, y rompo tus ventanas con piedras, y riego tus plantas con ácido, y grito cosas horribles a los cuatro vientos.
Pero yo no te guardo ningún rencor.
Solo estoy un poco susceptible.

29 de enero de 2012

Odiosos e Inevitables I - DesAtinado


A pesar de que no hay otra explicación.
A pesar de que suelo intuir lo que va a pasar, y pasa.
A pesar de que distintos intentos producen idénticos resultados.
A pesar de que parezco condenado a repetirme en los mismos errores.
A pesar de que cada maniobra evasiva me conduce al lugar que quise evitar.
A pesar de que en campo abierto tiendo a seguir el sendero marcado en la tierra.
A pesar de que he negado a las profecías y a los horóscopos, a la genética y al determinismo, a Dios y a los dioses, a lo escrito y a lo inevitable; y a pesar de que me persiguen adonde voy.
A pesar de las evidencias, no creo en el destino.
Ese debe de ser mi destino.

Odiosos e Inevitables


Impulsos, originalmente cargada por Julikeishon -dibujos-.

A partir de hoy, y por siete días, voy a publicar una serie de escritos (torpes y ridículos) unidos temáticamente.
Dice mi amigo, el músico y compositor Emilio Nicoli, que el arte no se explica: que cada uno escuche, lea, mire y saque sus propias conclusiones. Y me parece bien.
Pero esta serie, quizás porque no es del todo obvia, o porque quizás es demasiado personal, necesita una pequeña introducción.
Hay, al menos, siete sentimientos que (para mí) son tan odiosos como inevitables, y que intento suprimir en cuanto afloran porque me avergüenzan, me incomodan, me hacen ver como un idiota. Estos son: la superstición (la sensación de que hay algo ajeno a nuestra comprensión que interviene en nuestras vidas); el rencor (ese odio malsano que se enquista y deriva en sed de venganza); la envidia (hija de la incapacidad para reconocer nuestras propias limitaciones); los celos (el reflejo posesivo de las personas inseguras); la timidez (esa manía de tragar vidrio con al boca cerrada); la indignación (producto de la ignorancia sobre cómo es el mundo real); y, por supuesto, el amor (o el enamoramiento, esa enfermedad mental que te sume en un estado de febril pelotudez).
Esta serie quizás sea un intento por exorcizar aquellos demonios. Va dedicada a todos los que no me creyeron capaz de superar mis males: ojalá que se atraganten con estas palabras.
Puede que alguno descubra que alguien ya hizo algo parecido: pero ¿a que no lo hicieron tan bien como yo? También es probable que alguien me quiera copiar: el mundo esté lleno de hijos de puta sin talento que se roban las ideas ajenas; alguien debería hacer algo.
(Y también hubiera querido dedicársela a ella, pero no me animo…)

27 de enero de 2012

El ahorcado (I)


De ventanas y otros huecos, originalmente cargada por My Buffo.


“… como aquel que haciendo alarde
de coraje en el sufrir
no se mata de cobarde
por temor de no morir”.
Me da pena confesarlo
Alfredo Le Pera y Mario Battistella

Imaginate que estás solo en una habitación chiquita, de noche, con la lluvia chapoteando en el techo, una gotera que moja la almohada donde deberías estar durmiendo y una lamparita de 25 watts apurando sus últimos instantes de vida útil. No sabés qué hora es: estuvo oscuro todo el día y vos anduviste saltando de sueños febriles a pesadillas a vigilia ansiosa. Cuando te despertaste por última vez, las gotas del techo te taladraban la frente como una tortura china. Apenas retenías las imágenes de un mal sueño: una fuga surrealista por una ciudad en ruinas, perseguido por personas que parecían zombies, sin lugar donde detenerse, acorralado, acosado, sin otra escapatoria que seguir huyendo indefinidamente en un mundo completamente hostil. No recordás sino la sensación horrible de que todo otro ser era maligno, que absolutamente todos eran tus enemigos, que te querían muerto, que no te iban a dejar escapar.

Vas hasta la mesita donde reposa un termo y un mate lavado, y te cebás un amargo, frío. Mirás por la ventana, a través de las persianas caídas, y ves la avenida Corrientes mojada, las luces de neón defectuosas, los techos amarillos de los taxis. Sentís el ruido del tráfico, de los colectivos, de la gente que se tropieza en las baldosas flojas, se moja y putea. Volvés a la cama, a ese catre quejumbroso, y te sentás cansado. Oís entonces al vecino, que sigue poniendo discos de tango, uno tras otro: Pugliese, Gardel, Julio Sosa y Goyeneche, sobre todo Goyeneche. Suena por enésima vez en el día una versión de Sur y alguna frase te da vueltas por la cabeza:
“Ya nunca me verás como me vieras / recostado en la vidriera / esperándote...”
Ni eso ni nada. Sabés que el final se acerca, que ya no hay salida, que te van a encontrar tarde o temprano, ahí, en esa pocilga que viene a ser tu penúltima morada.

25 de enero de 2012

Errante


Sombras, nada más (PS), originalmente cargada por My Buffo.
Lo había perdido todo buscando esa silueta errante que vio una vez por la ciudad: una sombra misteriosa, cautivante y peligrosa; un enigma en movimiento, una duda imperiosa.
Había oído que rondaba por el centro, o en un barrio de las afueras; que salía de noche o viajaba en tren de día; que dormía en las plazas y se bañaba en las fuentes; que se escondía en las estaciones o en los portales oscuros.
La perseguía sin pausa, y sin resultados. Donde fuera que la buscara, la silueta errante ya había desaparecido. Parecía presa de un embrujo que le impedía controlar sus propios pasos, que la obligaba a vagar sin ton ni son por pasajes y callejones, rondando sin patrón ni sentido. No había forma de anticipar sus huellas, de predecir su destino.
Pero él lo intentó. Olvidó su casa, su familia, sus amigos, su trabajo, su vida entera, consagrándose de lleno a la perpetua persecución de una sombra impredecible.
Y por fin, contra todo pronóstico, la encontró.
En la misma calle donde aquel día tuvo por primera vez la extraña sensación de que una figura fugaz se movía sombría entre la gente, apartada de la gente; en la misma esquina donde la vio desaparecer y perderse para siempre; contra ese escaparate anticuado y venido a menos que solía ignorar camino de la oficina; allí, en ese preciso lugar, él volvió a toparse con su propio reflejo.

23 de enero de 2012

Pixelado


Un escritor contemporáneo se propuso escribir una novela policial, como tantas otras, pero con una curiosidad: las iniciales de los nombres de todos los personajes se corresponderían con las extensiones más conocidas de los archivos informáticos: PPT, JPG, DOC, XLS, PDF, PSD, GIF, BMP, TXT y así siguiendo.
No conforme con ello, intentó que las características de los protagonistas tuvieran alguna relación con el tipo de archivo al que referían: DOC, un catedrático de renombre, era sospechoso del asesinato de TXT, un estudiante de Letras; JPG era un joven policía que desplazaba al anticuado BMP, mientras que TIF era más inteligente, y RAW el más noble y elemental; XLS era un contador en la empresa donde PPT se dedicaba a las relaciones públicas; PDF era un periodista que estaba en todas partes y GIF era un vendedor de segunda contratado por la empresa de HTML.
El escritor esperaba que su público apreciara estas sutilezas, de modo que no mencionó su astuto el juego de archivos e iniciales en las distintas presentaciones, ni arrojó pistas sobre ello en las entrevistas o en sus columnas firmadas.
Aproximadamente uno de cada diez (o de cada veinte) lectores descubrió el vínculo entre extensiones y personajes, y uno de cada diez (o veinte) de los sagaces comentaron la jugada en foros, chats y redes sociales. A pesar de ello, no consiguieron mejorar la opinión general sobre la novela, considerada como de mala calidad: la resolución del caso era abrupta y pobre, y quedaban muchos detalles sin definir. 

16 de enero de 2012

Solitario


Solían creer que era un tipo responsable, que pasaba horas y horas trabajando con su portátil, en cualquier lugar, en cualquier momento.
Solían verlo siempre serio, meditabundo, concentrado en su pantalla, moviendo levemente los dedos sobre una tecla o sobre el touch-pad.
Solían pensar de él que era un tipo inteligente, que sus silencios eran fruto de una intensa reflexión, que el día que hablara sería para pronunciar la palabra justa.
Solían aventurar que gozaba de genio, de una mente prodigiosa ocupada en grandes asuntos, en cosas importantes más allá de nuestro entendimiento.
Solían encontrarlo inmóvil, pensativo, abstraído del entorno, solo él y su máquina.
Solían apreciar en su rostro un gesto de rabia, disconforme, propio de un perfeccionista que no solo busca una solución, sino la mejor solución posible.
Solían arriesgar que sus suspiros, profundos y apesadumbrados, eran fruto de una frustración humana, propia de quien sabe que puede dar más.
Solían tener la esperanza de que en ese cerebro y en ese procesador se encontraba la respuesta a los misterios del Universo, la cura a todos los males, el destino futuro de la humanidad.
* * *
Solía perder en el solitario.

Mufados

Un grupo de amigos tomó nota: cuando Juan estuvo en Colombia, hubo unas inundaciones espantosas; cuando fue a Estados Unidos, lo acompañaron dos huracanes seguidos (y también una masacre en un colegio de Michigan); cuando fue a Chile, un terremoto y un volcán en erupción; en España, una sequía espantosa y récord de incendios forestales; en Suecia, el peor invierno en siglos…
Pero no solo la naturaleza manifestaba su furia detrás de Juan: apasionado de la historia, el hombre había viajado por la vieja Cartago (en Túnez), las pirámides de Egipto, el Partenón en Grecia y por Roma. Revoluciones, revueltas, y crisis económicas se sucedieron una tras otra.
Alguien recordó, entonces, que las virtudes catastróficas de Juan habían comenzado muchos años atrás. En el pueblo natal de sus abuelos le tenían vetada la entrada: cada vez que iba de visita moría algún conocido. Esto, que en realidad es algo altamente probable tratándose de un pueblo pequeño, no lo es si tenemos en cuenta que las muertes siempre se debían a causas accidentales: una electrocución, dos atropellos, un resbalón en la ducha, el desmoronamiento de un techo, una asfixia por la estufa a gas y tres por comida (una aceituna, un trozo grande de carne y un pedazo de pan con dulce de leche), e incluso un ataque repentino de una mascota se contaban entre los “logros” adjudicados a Juan.

De modo que sus amigos reaccionaron: si queremos que Argentina vuelva a ser un país próspero y sano, dijeron, un lugar digno para vivir y crecer y criar hijos, hay que mandar a Juan lo más lejos posible. De paso, añadieron, podemos intentar enviarlo a algún sitio que nos provoque particular rechazo, como el Reino Unido, Brasil o Timor Oriental.
Si bien no lograron esto último, al menos pudieron alejar a su amigo. Movieron todos los hilos a los que tuvieron acceso y, a través de una oscura empresa de compra-venta de armamento, consiguieron despachar a Juan hacia un itinerante e incierto destino, asegurándose de que su amigo iba a estar moviéndose todo el tiempo en un triángulo entre Vorkuta (Rusia), Helsinki (Finlandia) y Bakú (Azerbaiján).
Así vivieron bien por un tiempo. Sin embargo, las alarmantes noticias sobre el cambio climático, el crack de las finanzas mundiales y el inminente lanzamiento del iPhone 5 les hicieron pensar que Juan era un peligro a escala planetaria, por lo que no bastaba con mantenerlo lejos del país: había que mandarlo fuera de la Tierra.
Enterados de la nueva oferta de viajes espaciales privados para turistas, invirtieron todo lo que tenían (e incluso más) y compraron un pasaje para ofrecérselo a Juan como regalo. Luego hicieron tratos oscuros con mafiosos, o hackers (o hackers mafiosos), y sabotearon el vuelo para que jamás retornara.

Cuando los astrónomos advirtieron que la explosión de un planeta remoto había generado un gigantesco meteorito que se dirigía hacia nuestro sistema solar, los amigos descubrieron que habían cometido un grave error. Un gravísimo error…

15 de enero de 2012

Azaroso


–Mala pata… otro año más sin sacar nada en la lotería. Lo mío no son los juegos de azar.
–El azar no existe.
–¿Cómo que no existe?
–No, no existe. El azar es el nombre que le damos al conjunto de variables, factores, fuerzas y circunstancias que determinan un suceso o un hecho puntual, pero sobre los que no conocemos nada, o casi nada.
–O sea que, digamos, todo está determinado por algo, o mejor dicho por muchas cosas. Pero como no sabemos cuántas ni cuáles, le echamos la culpa al azar.
–Esa es la idea.
–¿Y qué pasa entonces con la lotería, con los dados, los sorteos…?
–Me gusta la pregunta. Supongamos el sorteo de la lotería: la bolita que cae con el número que otorga el premio mayor cae por algo, por una serie de acontecimientos y leyes que nada tienen que ver con la suerte. Cuando el bombo gira, están actuando las fuerzas físicas; pero ocurren tantas cosas a la vez, y todas influyen sobre las otras (las bolitas chocan y giran y se rozan y golpean con las paredes, unas empujan a otras, que empujan a las siguientes y así siguiendo), que aun conociendo la exacta posición de todas las bolitas al inicio del sorteo, sería casi imposible determinar cuál es la que va a caer.
–Bueno, pero la posición inicial es azarosa.
–No. Alguien puso las bolitas ahí en un orden, y la física hizo el resto.
–Está bien, pero el orden en que se metieron las bolitas es fortuito.
–Tampoco. Hay razones que podrían explicar por qué estaban ordenadas de una manera u otra al momento de introducirlas.
–OK, pero ese orden anterior sí es casual.
–Para nada. Conociendo todos los datos, podría saberse exactamente por qué estaban así o asado.
–De acuerdo. Pero si seguimos así, vamos a llegar al momento en que fabricaron las bolitas, cuando una salió primero que la otra.
–Exacto. Incluso más atrás, mucho más atrás. Todo va encadenado, desde el Big Bang a nuestros días.
–¿¡El Big Bang!? ¿No es un poco demasiado atrás?
–Todo tiene su causa original en aquella primigenia explosión. Todo estaba determinado en ese primer momento. Pero no hay manera de saber cómo seguirá. No, a menos que se tenga una mente capaz de procesar todo lo que está pasando en cada punto del Universo ahora mismo. A menos que seas una especie de dios. En cualquier caso, nosotros no podemos. Y llamamos azar, casualidad, suerte, a lo que no podemos explicar.
–Es una idea interesante. ¿Cómo se te ocurrió?
–Realmente, no lo sé.
–Digamos, entonces, que por azar.