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11 de mayo de 2012

Engaño (Ellos II)


–Cuando sea grande, voy a ser rey –dijo el joven a su maestro–. Voy a armarme caballero y seré el más valiente de entre todos. Ganaré fama y dinero, y conseguiré que me nombren protector de una marca o de un ducado. Y luego conquistaré y ganaré tantas batallas que acabaran por nombrarme rey de reyes.
–Me parece bien –opinó el maestro.
–Voy a tener un castillo gigante, inexpugnable y luminoso, con mármoles en suelos y paredes, y estatuas y armaduras y estandartes. Tendrá enormes riquezas y lujos que compartiré con todos mis amigos y mis más fieles servidores. Y voy a gobernar sabia y justamente, y todos me van a adorar.
–Me gusta que pienses así –acotó el maestro.
–Y me voy a casar con una bella princesa y vamos a tener muchos hijos que serán hermosos y nobles e inteligentes. Y mi hogar será feliz, lleno de alegría y risas y sol y flores, incluso en invierno.
–Bonito futuro –evaluó el maestro.
Y el muchacho partió a enfrentarse con la vida.

El maestro, ya anciano, vio regresar años después a una figura harapienta, apoyada en un bastón para compensar la pierna ausente. Tras la melena enmugrecida, una mirada tuerta y llena de reproche enfrentó al viejo sabio:
–¿Me recuerdas? –preguntó.
–Claro. Eras mi aprendiz –reconoció el anciano–. ¿Qué fue de tu vida?
–Quise ser un noble, pero acabé al servicio de uno. Bajo su mando, tuve que saquear aldeas y quemar granjas. Los campesinos nos odiaban y, en cuanto tuvieron oportunidad, intentaron asesinarme. Debí huir, pero el noble consideró que fue un acto de cobardía y me preoscribió. Tuve que refugiarme en los suburbios de una ciudad apestosa y vivir entre ladrones y contrabandistas. En esos ambientes tan sórdidos, mi cuerpo fue llenándose de mutilaciones y cicatrices. Todas las mujeres me despreciaron. No hace falta aclarar que no he tenido hijos. Tampoco tengo amigos: mi aspecto y mis negocios espantan a cualquiera. Ahora, inútil, tullido y envejecido, apenas si puedo mendigar para gastar las pocas monedas que consigo en algún vino que me ayude a olvidar penas y dolores.
–Lamento oír eso. ¿Qué puedo hacer para ayudarte?
–Ya nada. El daño está hecho. La vida no fue como habíamos hablado. Ahora solo me queda matarte.
–¿Matarme? ¿Por qué?
–Me engañaste. 

Ellos I

–No nos dejan ser libres.
–¿Quiénes?
–Ellos.
–¿Ellos quienes?
–Los poderosos.
–¿Qué poderosos?
–Los que mueven los hilos.
–¿Qué hilos?
–Los del Universo. Los que deciden todo.
–¿Todo-todo?
–Todo.
–¿No es mucho?
–Para ellos, no.
–¿Ellos quiénes?