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10 de diciembre de 2013

Comentarios al viento

 
    El tipo me había estado rompiendo las bolas. No era nada puntual, sino genérico. Esa molestia constante del que no te dice las cosas a la cara, sino que suelta quejas al viento, indirectas, como para que vos no le puedas responder sin quedar como un loco. Viste, como esos jugadores de fútbol que te dan pataditas disimuladas, te tocan el culo, te susurran cosas de tu vieja al oído, hasta que al final te hinchan tanto las pelotas que terminás por pegarles una piña y te expulsan a vos, ¿me seguís?
    Este es así, un tocapelotas profesional. A la hora de comer, por ejemplo, abrí el tupper que traía y salió la baranda a pescado. Está bien, lo reconozco, quizás estaba un poco fuerte, pero el tipo no vino a decirme: “Che, eso huele un poco fuerte”, sino que esperó unos segundos a que yo empezara a comer y entonces soltó, a nadie en particular: “Me parece que mañana me voy a traer un barbijo y una pajita para comer”, como diciendo que el olor de mi comida no lo dejaba morfar en paz, pero sin decirlo. ¿Me entendés a lo que voy? Y así todo el rato, con todas las cosas. Una máquina de quejarse sin mirarte a los ojos.