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29 de octubre de 2011

Convicción



El explorador británico sir William Foreword afirmaba que, muchos años antes de que hubiese existido el primer ser humano (incluso más, el primer homínido), una raza de criaturas civilizadas había poblado el planeta Tierra. Según Foreword, la erosión, los animales, el pillaje y la profanación, las glaciaciones y, en general, el paso del tiempo habían suprimido cualquier rastro de la existencia de tales criaturas. No obstante, afirmaba, en algún recóndito paraje debía quedar algún resto intacto, a salvo de las inclemencias del tiempo y de la acción de hombres y bestias.
De modo que, con la intención de encontrar el último vestigio de la civilización olvidada, emprendió su última y colosal expedición.
Sin pistas, comenzó por recorrer los desiertos y las inmensas tierras vírgenes que, creía, aún no había pisado hombre alguno. Sus viajes resultaban infructuosos, pero Foreword no desesperaba; al contrario, creía que la ausencia de pruebas corroboraba su teoría de que sólo en ese lugar aislado e inmarcesible perduraría la última huella de la raza perdida.
La empresa le llevó los últimos treinta y siete años de su vida, sin resultado alguno. Murió al despeñarse en una cima al norte de las Montañas Rocosas. Sus actuales discípulos buscan aún, aunque ahora en las profundidades del océano.

14 de octubre de 2011

El secreto del éxito


Ojo de la tormenta, originalmente cargada por Lewenhaupt.


El secreto del éxito consiste en no tener el secreto del éxito pero decir que uno lo tiene. A continuación, después de pavonearse un tiempo por ahí simulando poseer la clave de una vida próspera (si es preciso, uno debe endeudarse hasta el límite máximo que le permitan las entidades bancarias) hay que escribir un libro con una serie de lecciones que no conducirán al éxito, pero que tendrán la apariencia de ser buenos consejos para alcanzarlo. (Para ello no hace falta pensar: se puede plagiar, homenajear y/o reformular obras capitales como El arte de la guerra o diversos manuales de autoayuda.)
Viniendo de alguien que tiene el secreto del éxito (que vive en el éxito), los consejos serán bien recibidos, incluso buscados. Muchas personas estarán dispuestas a pagar grandes sumas de dinero por hacerse con las recomendaciones que desembocan en el secreto.
Al cabo de un tiempo (más bien breve) y de unas dos o tres apariciones remuneradas en foros, conferencias y programas de televisión, uno habrá pagado todas sus deudas y comenzará a vivir el éxito (ahora sí) hasta el fin de los días.
Si en el instante previo a la muerte ocurriera que la mala conciencia, la necesidad de soltar el peso de lo oculto, o un repentino ataque de bondad lo obligaran, uno podría confesar (como confieso yo ahora) la verdadera clave del triunfo. Expresada con la sucinta belleza y la majestuosa sencillez del último suspiro, diría algo así:

Haz lo que yo hago y no lo que yo digo.


NOTA:
Obsérvese que el autor siempre tuvo el secreto del éxito, desde el primer momento, incluso cuando afirma que no lo tenía. Quizás no había alcanzado el éxito como tal, pero ya había trazado un plan para conseguirlo.
La revelación final, por su parte, es una paradoja: se trata de una frase, sentencia o afirmación que, por tanto, no deja de ser un dicho, un consejo, una lección; en consecuencia, según enuncia la propia frase, no debe ser tenida en cuenta.
A todas luces, el autor parece estar dispuesto a llevarse el secreto a la tumba. (O tal vez su éxito fue obra del azar y no de un plan premeditado. O quizás es que nunca consiguió el éxito y su secreto consiste en que no hay secreto…)