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30 de junio de 2011

Consejos al consumidor (IV)

    Hace un tiempo compré una cosa por internet: si no hubiera sido porque la vi en internet, no la habría comprado.
    Yo esperaba que me la enviasen por e-mail, como es lógico, pero la mandaron por mensajería postal. Así descubrí que las viejas y nuevas tecnologías de la comunicación son parte de un todo. Como esas mafias que están en todos los negocios. De hecho, llamaron por teléfono para corroborar la entrega.
    Pero ahí no acabó la cosa: decidí seguir la pista del paquete y llegué a una casa. Toqué timbre y me atendió una persona de carne y hueso, quien me explicó que él era el vendedor. O sea: un ser humano y no una página web, como se me había hecho creer.
    Ante tamaño fraude, intenté desinstalar al sujeto. Pero el hombre se resistió. (Eché de menos la pistola de plasma del Doom.)
    Estuvimos peleando cerca de una hora, hasta que conseguí ahorcarlo con un cable USB. La policía me detuvo queriendo borrar el historial y ahora cumplo perpetua en una cárcel común, rodeado de analfabetos digitales y sin acceso a la red.
    Mi conclusión: comprar por internet es contraproducente.

Razón de eficiencia

    Teniendo en cuenta que ocho de cada diez clientes estaba satisfecho, que siete de cada veinte personas no era cliente, y sumando que cuatro de cada cinco no-clientes querrían serlo y que ocho de cada doce de los restantes estaba insatisfecho (de los cuales tres de cada cuatro estaba muy insatisfecho), el nuevo director de Marketing y Ventas pensó que su trabajo iba a ser muy fácil, que el producto se vendía solo y que podían ahorrar mucho dinero en publicidad y personal.
    Lo primero que hizo fue despedir al que confeccionaba las estadísticas.

19 de junio de 2011

Rebolución

En el comando revolucionario discutían las acciones a emprender de manera acalorada, cuando un ciego puso orden y dijo: “Vamos a ver”. Un mudo insinuó que era hora de hacer oír su voz, mientras un sordo pedía que se escuchara el clamor popular. Un manco propuso empuñar las armas y un paralítico sugirió ponerse en marcha de inmediato.
El comando por fin se organizó: al que tenía trastorno obsesivo compulsivo lo pusieron a dirigir las operaciones para sembrar el caos y desestabilizar al régimen; al esquizofrénico le encargaron difundir el discurso de la revolución de manera clara y unívoca; al paranoico le encomendaron las negociaciones para sumar a otras fuerzas; al que tenía síndrome de Diógenes le ordenaron deshacerse de todos los documentos y pruebas en caso de derrota; y al retrasado le encargaron las tareas de inteligencia.
Al final montaron barricadas en un callejón sin salida, intentaron prender fuego una fuente, y fracasaron en su conato de cortar la cabellera a un calvo.

11 de junio de 2011

Comunicación social


Últimamente, las personas tienden a comportarse como zombis. Vagan sin rumbo y no piensan en lo que están por hacer: se dejan llevar o responden a estímulos azarosos, a impulsos irreflexivos.
Para lo único que quieren el cerebro es para comérselo.
Deambulan por la vida sin ton ni son y, en cuanto ven a alguien distinto, a alguien realmente vivo, lo atacan hasta convertirlo en uno de los suyos.
Me gustaría decir que hay una solución. Que se puede intentar despertar a las personas de su letargo. Que quizás la palabra adecuada en el momento justo actúe como una fórmula mágica para romper el encantamiento.
Pero no. La experiencia me dice que ya es demasiado tarde. Sea un virus, un agente químico o una maldición vudú, no hay vuelta atrás. No hay nada que yo pueda decir para salvarme.
Mientras los espero, acopio toda el agua embotellada que encuentro y reúno todos los cartuchos de perdigones que puedo. Sé que los zombis solo comprenden un lenguaje: el que sale de la boca de una escopeta recortada.

5 de junio de 2011

La solución a todos los problemas

Hace mucho tiempo, un viejo sabio determinó con precisión cuál era el problema (el único problema) que daba origen a todos los demás.
Luego de años entregado a la reflexión, el sabio encontró la solución a ese problema. (Y, por tanto, a todos).
Inmediatamente bajó de su torre de marfil y fue corriendo hasta el caserío más cercano. En el camino tropezó con una piedra, pero no le importó: se levantó y, aunque carcomido por el dolor, siguió rengueando veloz hasta el poblado.
Allí, se instaló en la plaza más transitada y dijo con voz firme y solemne: “Acabo de encontrar la solución a todos los problemas”.
–¿A mi problema de espalda? –preguntó una anciana.
–Sí –respondió satisfecho el sabio.
–¿A mi problema de dinero? –dijo el mercader.
–También –contestó el sabio con suficiencia.
–O sea que también mi problema de alcoholismo –razonó el borracho.
–Por supuesto –concluyó el sabio–. En cuanto solucione EL problema, los demás quedarán inmediatamente resueltos.
–Eso es genial –se alegró una mujer– porque no veo la hora de arreglar los problemas con mi marido.
–Y yo no puedo esperar a solucionar mis problemas con la ley –agregó un ladrón.
Y así, cada uno de los habitantes del pueblo comenzó a mencionar el problema que más lo aquejaba, como si enunciarlo implicara su inmediata desaparición. Pero cuando el murmullo entusiasta cesó y todos volvieron su mirada al viejo sabio, esperando la realización del anunciado milagro, descubrieron que el hombre estaba sentado con expresión desencajada, una mano sobre la rodilla y la otra rascando la cabeza.
–¿Qué le pasa? –preguntó un niño.
–Nada –contestó un forastero, mientras palmeaba la espalda del sabio–. Creo que tiene un problema de memoria.

Moraleja
El diablo sabe por diablo, peor más olvida por viejo.

Epílogo
Cada uno de los habitantes del pueblo volvió a su vida casi donde la había dejado. La anciana se alejó despacio, apoyándose trabajosamente en su bastón y tomándose de la cintura con la diestra. El borracho se tumbó al sol y brindó a la salud del sabio. La mujer regresó a casa, donde su marido (enfadado por el retraso) la esperaba con el puño preparado. El mercader, entretanto, gastó sus últimos ahorros en un billete de lotería, confiando su suerte a la suerte. El ladrón, delatado en la multitud, fue arrestado. Y el forastero continuó su camino sin que nadie supiera su nombre.
El sabio, finalmente, emprendió apesadumbrado el regreso a su torre, intentando recuperar los fragmentos de su memoria, reconstruir sus argumentos, reencontrar la solución; mientras iba distraído tratando de reorganizar sus ideas, volvió a tropezar con la misma piedra.