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25 de septiembre de 2011

Tixta po forroginaxión


Hace un tiempo inventé un idioma. No es nada del otro mundo, pero es mi propio idioma.

Empecé por dar otro nombre a todos los objetos: el televisor pasó a ser el doctogon; el reloj, un teko; y llamé a la cortina como sendite. No eran palabras con mucho sentido, solo sonidos que brotaron de mi boca. Y como me resultaban cómodas, las empecé a usar con normalidad.

Seguí luego con otros sustantivos que designaban cosas más abstractas: la libertad se convirtió en tixta; el hambre, en furgio; y la dificultad, en giestra. Al cabo de un tiempo, continué reemplazando otras clases de palabras existentes, como los adjetivos o los verbos, por nuevos vocablos: feo fue iñiga, alto se convirtió en guso y displicente mutó en ferzobo; correr se llamó gentear; pensar, techenar; y saltar, prexeír.

Pero, como suele ocurrir, mi idioma comenzó a necesitar palabras nuevas que describieran ideas nuevas. Así, a veces inspirándome en otras palabras, a veces porque sí, surgieron los sustantivos gurocho, krestoso, chinfanga, sefitox; los adjetivos pietufo, sorongote, trescoso, perráltico; los verbos, hujiar, acontuguer, perifrasticir, elmetar. Es difícil explicar qué significa cada una de estas nuevas palabras, ya que designan cosas que mi idioma materno no contemplaba, o que al menos no contemplaba en una clara y única palabra. Podría decir, por ejemplo, que un chinfanga puede ser trescoso, pero nunca pietufo; un chifanga puede hujiar, pero no elmetar, cosa que sí puede hacer un sefitox sorongote.

No obstante, esas no fueron las únicas que inventé: con el tiempo, reemplazar palabras por otras distintas, o crear nuevos vocablos que sintetizaran las impresiones que yo tenía, se volvió una necesidad vital, a extremos de resultarme casi imposible hablar sin emplear mi idioma. De hecho, y aunque no se note, he tenido gran giestra para escribir estas líneas.

La gente no me entiende. Muchos me preguntan a qué se debe este problema, ya que me impide tener una comunicación fluida con los demás y me provoca un gran terxetio. Pero me resulta casi imposible forroginarme de manera fixtulcada. Cada vez que intento explicarme, me embarro y doy vueltas, gerteseo y no consigo hacerme entender. Cada vez me setrexta más el gotolenar suturexias musticaltes. La única manera de expresar lo que siento, lo que me ocurre, lo ti chertiento, es con mis propios términos: no hay mejor manera de destrucar lo que estoy tercheneando que plotir. Así que ahí va:

Espertuso trechxto po pertoste cualtera ni portesi tutix me torocho, cotoreja fegoti. Turupexia foloto, mertecho wasakesi, tuti octi gelehente. Me ne serepetio, gotolo cuxko, preboste tertero tutix. Tutix nex, dergecho, comoto, trepeneaxto pietufo, argeneto zulogosa.

Espero que haya quedado filtuso.

11 de septiembre de 2011

Romanticismo embarrado

Voy a serte sincero: la primera vez que te vi, estaba convencido de que eras la mujer con la que pasaría el resto de mis días. Vi a la que me cuidaría cuando estuviera enfermo, y a la que yo cuidaría cuando llegara la vejez. Vi a la mujer con la que construir un hogar, con su jardín y su perro. Cuando te vi, vi a la madre de mis hijos.

Hasta que me di cuenta que no eras mi esposa, sino otra persona.