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27 de abril de 2010

Intercambio de palabras


–¿Qué hacías con ese tipo?
–Poca cosa. Intercambiábamos unas palabras.
–¿Ah, sí?
–Sí. Yo le di un seguramente y el me dejó un par de quizás.
–Veo que no llegaron a nada.
–Es que me reservo nada para una negociación especial.
–¿Qué tipo de negociación?
–Una especial, ya te lo dije. ¿Qué más querés saber?
–¿La verdad, por ejemplo?
–No. A la verdad no la cambiaría por nada.
–¿Entonces? ¿Qué vale tanto como nada?
–Supongo que habrá algo que lo valga.
–¿Todo?
–Tal vez, pero ¿quién daría todo por nada?
–Entiendo… Entonces, ¿cómo pensás en cambiar nada?
–Se me ocurrió que, en una situación asfixiante, alguien querría conmutar nada por ahogado.
–Eso sería aprovecharse. Y además, ¿para qué necesitás vos un ahogado?
–¿La verdad? Seguramente para nada.
–Al final, quizás todo sea para nada. O quizás no.

Ceci n'est pas Cecilia, originalmente cargada por Julikeishon -dibujos-.

26 de abril de 2010

Verdadera cadena de verdaderas cadenas




El otro día recibí un mail que decía así:

Este mail no contiene la verdad, pero la verdad contiene a este mail. Hacelo circular y vas a encontrar la verdad.
Julio C. reenvió este mail y a la tarde siguiente, cuando iba en el colectivo 105 a la altura del puente de la Avenida San Martín sobre las vías del Ferrocarril San Martín, el sol le dio en la cara y tuvo una iluminación.
César G. reenvió este mail y al día siguiente fue a una casa de fotografía en la Avenida San Juan, casi Boedo, y recibió una revelación.
Washington P. reenvió este mail y una semana después le sacó la funda a su piano y realizó un descubrimiento.
Martín H. no reenvió este mail y la película es malísima.
Vladimiro M. no reenvió este mail y no pasó nada.

Así que, si estás leyendo este mail, ya recibí (o en breve voy a recibir) mi parte de la verdad. Si no lo estás leyendo, en cambio, es que no te lo envié.


El hombre y la máquina, originalmente cargada por Julikeishon.

22 de abril de 2010

¿De qué trata la historia?

(Para Illustration Friday, "Ahead")

–¿De qué trata la historia?
–Es la historia de una historia.
–Mmh… ¿Podrías aclarar un poco más?
–Es la historia de un tipo que le cuenta una historia a otro tipo.
–¿Y de qué trata la historia que el tipo le cuenta al otro tipo?
–De un tipo que le cuenta una historia a otro tipo.
–No, eso ya lo dijiste. Yo digo la historia que cuenta el tipo de tu historia al otro tipo…
–Eso mismo. Mi historia trata de un tipo que le cuenta una historia a otro tipo, en la que un tipo le cuenta una historia a otro tipo.
–Ah… ya veo. Es como una lata de Royal, que tiene dibujada una lata de Royal, que a su vez tiene dibujada una lata de Royal… Una regresión al infinito, que le dicen.
–Así es.
–Pero bueno, de todos modos tu historia tendrá un final. Digo yo.
–Sí y no. Digamos que no tiene un final convencional.
–¿Y eso?
–Se corta abruptamente.
–¿Podrías darme un ejemplo?


20 de abril de 2010

Crédulo


Columnas, originalmente cargada por My Buffo XP.
Al oír que todos los caminos conducían a Roma, el joven Marco Tulio le dijo a su maestro que seguiría al azar cualquier camino hasta su final, y que de este modo no tardaría mucho en volver a la capital del Imperio.
Cuando pasaron veinte años sin noticias de Marco Tulio, el maestro supo que no había enseñado adecuadamente a su discípulo el arte de la retórica, en especial la comprensión de las figuras o tropos.

19 de abril de 2010

El compañero


El compañero, originalmente cargada por Julikeishon -dibujos-.
"El policía arrimaba la cara a la pantalla, sin saber que cuanto más cerca, peor se ve. El compañero se mantenía a una distancia prudente, de pie, erguido. El resplandor no alcanzaba su rostro, que permanecía en sombras."
("El Vampiro de Villa Soldati", en El Vampiro de Villa Soldati y otros asesinos)

"Su vista aguzada, no obstante, era incapaz de imaginar el rostro del segundo oficial: adivinaba su postura de brazos cruzados, apoyado apenas contra el marco de una ventana cerrada, con las sombras cubriéndole la cara como una capucha de verdugo."
("Dolores", en El Vampiro de Villa Soldati y otros asesinos)

(Para Illustration Friday, "Detective")

11 de abril de 2010

Ojos brillantes (extracto)

(...)
Un perro yacía contra el frente de un edificio antiguo. Las marcas de sus enfermedades eran notorias y, a decir verdad, no se sabía si estaba vivo o muerto. Las moscas sobrevolaban su cuerpo arruinado, se posaban sobre él como quien busca algo insistentemente, desesperadamente, diez veces en el mismo lugar. Un gato viejo reposaba atento debajo de un auto abandonado, a la espera del fresco de la noche. Un extraño insecto trepaba por un árbol enfermo y deshojado a la vista de un ave que se ocultaba entre las chapas de un almacén en ruinas. No iba a llover, no ese día, y todos los animales lo sabían. Esa era una jornada de la que sólo cabía aguardar que pasara pronto. Nadie tenía previsto moverse de sus lugares.
(...)

(Para Illustration Friday, "Linked")

4 de abril de 2010

El fin de la muerte


El día en que se celebraba el fin de la Muerte se pecó de optimismo. En primer lugar, porque sólo se trataba de dar la bienvenida a un fármaco que retrasaba indefinidamente el envejecimiento; en segundo lugar, porque la elaboración del fármaco era lenta y compleja, a tal punto que sólo un laboratorio en todo el planeta era capaz de ensamblar adecuadamente sus componentes; en tercer lugar, porque el fármaco era costoso y, por tanto, sólo estaba al alcance de los más ricos y poderosos.
La noche en que se celebraba el fin de la Muerte, los sepultureros dinamitaron el laboratorio e incendiaron el registro de patentes; los fabricantes de cremas faciales y suplementos vitamínicos robaron y destruyeron las existencias del fármaco; los dueños de asilos y geriátricos secuestraron y asesinaron a los científicos, farmacéuticos, directivos, burócratas, administrativos, funcionarios y empleados de todo rango que participaron en el proyecto.
Al día siguiente de que se celebrara el fin de la Muerte, se celebraron muchos funerales y la vida siguió su curso.

1 de abril de 2010

Mala pata


Justo ahora tenía que pasar. Justo ahora. No podía haber pasado hace dos años, ni dentro de cien. No, ahora, en este preciso momento. Para una vez que tengo suerte, se va todo al cuerno.

    Hace dos años yo estaba deprimido, hundido en la miseria. Me habían echado del trabajo. Una reestructuración, como se dice en estos tiempos. También se me había muerto el gato. Pura coincidencia: comió una rata envenenada, o algo así, según me dijo el veterinario. Y mi ex mujer se había mudado a Ushuaia con los pibes. Le había salido un buen laburo y, como ella tenía la custodia, allá se los llevó.
    Así que ahí estaba yo, solo como un náufrago en el océano, como un humorista sin gracia, como una bala en la ruleta rusa; invisible, ignorado, arruinado, sin plata ni familia ni nada en qué ocupar el tiempo. Tumbado en el sofá, mirando pasar los canales de televisión delante de mis ojos: uno y otro y otro… a cuál de todos más aburrido.
    Y entonces me levanté, junté los pocos pesos que me quedaban, y salí a morir. No digo con dignidad, pero sí con alegría. Pensaba ir a un bar y emborracharme hasta el coma etílico. Y eso (casi) hice.
    Me metí en un tugurio de mala muerte y me pedí lo más fuerte que tenían. Aguarrás-tonic, o algo así. Y empecé a tomar. Le lloré al barman mis penas, o eso creo recordar. El tipo, un profesional en regla, se aguantó mi sermón sin rechistar, escuchando con atención flotante, como si no me estuviera haciendo caso, sirviendo un whisky por acá, un martini por allá, una agua natural de mineralización débil sin gas por ahí. Pero me escuchaba, y su mirada severa indicaba comprensión, que sabía por lo que yo estaba pasando y que no iba a hacer nada para evitar lo inevitable. Su experiencia detrás de la barra le daba ese entendimiento superior que sólo los de su especie, los taxistas y (a veces) los psicólogos consiguen alcanzar. Lo resumió todo en una frase: “Si te querés matar, matate”.
    Entonces se me arrimó una rubia. Tenía cara de estar triste y sola en este mundo abandonado. Me preguntó si me importaba que se sentase a mi lado. Le dije que no y le invité un trago. Se puso a hablar sola, de sus problemas y sus historias. Yo le seguí el juego como el barman hiciera antes conmigo. Después de veinte minutos (o de dos horas, no recuerdo bien), me di cuenta de que la tenía incrustada en mi hombro derecho, moqueando desconsolada, sonándose la nariz con lo que quedaba de la manga de mi traje de oficina. Ahí me di cuenta de que era momento de decir algo. “Uh, qué bajón”, fue lo único que brotó de mi incoherente boca entre los vapores del alcohol y un eructo mal reprimido. Luego la abracé (en parte para no caerme) y, sin más argumentos aquella noche, le conté a la rubia mi vida. La rubia dejó de llorar (se ve que lo mío era más terrible que lo que ella me había contado, aunque nunca sabré qué me contó). Nos compadecimos mutuamente y terminamos en un hotel mugriento.

    Cuando salí de ahí, las ganas de morir me habían abandonado. Me sentía vivo y con suerte, así que jugué a la Quiniela. Aposté a la niña bonita, por la rubia; al trece, por mi desgracia; y a los dos patitos. Siempre me cayeron bien los dos patitos. Gané un toco de guita. Pero no tenía con quién celebrarlo, así que llamé a la rubia y nos fuimos por ahí, a cenar a lo grande y después de parranda.
    De repente, las cosas empezaron a ir bien. La rubia dejó de ser “la rubia” y pasó a ser María, y nuestra relación se afianzó como los romances de las revistas (son los únicos que “se afianzan”; a la gente normal sólo le va bien o mal con su pareja). Con lo que gané en la Quiniela, monté un boliche en Palermo Soho que, vaya a saber por qué azares de la moda y del destino, se convirtió en un lugar de culto frecuentado por lo más top de Buenos Aires. Y uno de mis pibes, el mayor, se vino a vivir conmigo para estudiar en la capital. De pronto, tenía otra vez trabajo, dinero, amor y una familia. Mejor, imposible.
    Y entonces, cuando todo repuntaba, cuando estaba por casarme con María por la iglesia, con fiesta y quinientos invitados; cuando por fin volvía a ser feliz y el sol salía cada mañana y los pajaritos me cantaban los buenos días; cuando mi pibe pintaba para crack en las inferiores de Boca y tenía gente del extranjero haciendo cola para conocer mi local; justo en ese preciso y exacto momento, cuando con un mate nuevo y recién cebado miraba al horizonte y pensaba en lo bello que es vivir, unos científicos de Europa pusieron a funcionar un súper acelerador de partículas, el Universo entero colapsó y se fue todo al carajo.
    No, si al final yo siempre tengo mala pata.