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11 de julio de 2015

Pensamiento Marrón


Ya se puede descargar Pensamiento Marrón. Obra, vida y enigma de Vladimiro Marrón en este enlace (versión PDF).

27 de junio de 2015

A propósito de 'Pensamiento Marrón'

Y usted se preguntará ¿qué es esto?
O, también, ¿y esto qué es lo que es?
O, por qué no, ¿qué m… me trajiste?

Por eso me siento obligado a anticipar su pregunta y escribir esta presentación, a modo de respuesta.

Pensamiento Marrón es una novela. Sí, ya sé que no parece una novela, pero precisamente por eso: con Vladimiro Marrón nada es lo que parece.

Pero ¿qué es una novela? Todo, nada. La vigesimotercera edición del diccionario de la RAE me lo sirve en bandeja: la primera acepción para novela es “Obra literaria narrativa de cierta extensión”. Es decir que cualquier “obra literaria narrativa” (sea lo que sea eso) que tenga “cierta extensión” (sea lo que sea eso, aunque uno tiende a creer a que debe ser massomeno larga) es una novela. Claro, si uno piensa en la novela tradicional, en introducción, nudo y desenlace, en el equilibrio-desequilibrio-nuevo equilibrio, en la narración lineal y en tercera persona de hechos pasados (o en pasado), evidentemente le parecerá que Pensamiento Marrón no reúne los requisitos para ser una novela. Pero mucho se ha innovado desde las tradicionales obras de Cervantes o Dostoievski o Dumas o Dickens, y ahora cualquier invento es una novela, incluso la incoherente verborrea de un irlandés borracho o los guiones toscos producidos por algún negro bajo el amparo de alguna firma prestigiosa. Así que ni la RAE ni la gente de Letras en general tienen idea de cómo definir una novela. Cuando los límites del género se borran, es difícil trazar líneas rojas que marquen la diferencia entre un compendio de idioteces y una historia bien articulada. Quizás por eso Pensamiento Marrón es una novela: porque a mí se me da la gana decir que es una novela.

(Y dado que en el panorama de las letras hispánicas no parece haber lugar para otra cosa que no sean novelas, es normal que cualquier escritor de medio pelo pruebe suerte con el género, aunque más no sea disfrazando su compendio de idioteces bajo un forzado traje novelesco.)

13 de junio de 2015

El precio justo

Paseaba yo por una feria callejera, en un tramo donde se concentraban los artistas. Había cuadros de todo tipo, estilos, colores y tamaños.
Algunos parecían hechos en serie con alguna magnífica técnica que permitía a su artista crearlos en segundos, pero con un notable efecto final (paisajes galácticos, oníricos, bucólicos). Su tamaño era más bien pequeño y su precio, en consonancia.
Otras obras eran más grandes y elaboradas: cuadros de gran formato, pintados con esmero en la línea más clásica de la pintura clásica. Los temas variaban, pero siempre dentro de lo clásico: desnudos, payasos, naturalezas muertas, marinas, retratos. Los precios, claro, también variaban.
Había exponentes del impresionismo, copias más o menos logradas de pinturas famosas (Van Gogh, Dalí, Picasso, Klimt, Kandisnsky) y cierto arte recargado más cercano a la ilustración de las portadas de los cómics que al óleo de Leonardo.
Me gustaba recorrer ese tramo de la feria y ver la diversidad de artistas, técnicas y resultados. De vez en cuando, incluso, podía verse a uno de los pintores en acción, quizás lo más asombroso y entretenido de todo el paseo.
Ese día había cobrado un dinero extra y había pensado en hacerle un regalo a alguien. Por qué no, me dije, alguno de estos trabajos. Así que presté atención, más que otras veces, al valor que (en dinero) los autores le daban a sus obras. Lo más bajo era veinticinco, pero los precios escalaban por los cincuenta, cien, ciento treinta, ciento cuarenta y cinco, ciento cincuenta, doscientos, doscientos quince, trescientos, cuatrocientos, quinientos cincuenta, quinientos  setenta y cinco, seiscientos veinticinco, setecientos. Mil parecía ser el tope para la feria.

24 de diciembre de 2014

Erotismo onírico-profesional


"Vas a ser un escritor de éxito el día que dejes de escribir sobre tus sueños y escribas más sobre sexo", me dijo la editora desde la cama deshecha, en un sueño.

30 de agosto de 2014

De mal en pior

Cuando Cacho llegó al bar, Mandrake miraba con desconfianza (recelo, incluso) a Julito, que estaba contento; mientras, el Rober mostraba un gesto que iba de la fascinación a la incredulidad. Pero Cacho no saludó, ni preguntó qué tal, ni se interesó por sus amigos: se dejó caer en la silla, como quien realiza una declaración solemne con el trasero, o como el que busca llamar la atención con estridente disimulo.
‒A este no hay quién lo entienda ‒bufó Mandrake para el Rober, o para todos, o para nadie, mientras sacudía la mano en dirección a Julito.
‒¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Vas a agarrar un martillo y empezar a romper celulares? ‒desafió el Rober.
‒No, che, tampoco es para tanto. El celu se me rompió solo. Y yo no voy a obligar a los demás a pasar por la que yo pasé ‒se atajó Julito, con una sonrisa imperecedera.
Cacho resopló en su sitio, mirando para otro lado.
‒A ver, no entiendo un carajo ‒vociferó Mandrake‒, ¿vos no sos… o eras… un fanático de los telefonitos de mierda esos, eh?
‒Sí, de hecho lo soy ‒confundió Julito.
‒¿Y entonces porqué tenés esa cara de feliz cumpleaños? ‒preguntó Mandrake, casi como una queja‒ Vos tenés que estar triste, hecho bolsa, bajoneado… Como sigas sonriendo, te borro los dientes de una trompada.

23 de agosto de 2014

El secreto del secreto

‒Nunca, pero nunca de los nuncas, tenés que fiarte de (o hacerle caso a) una persona que esconde secretos.
‒¿Por qué?
‒No te lo puedo decir. Es un secreto.

1 de junio de 2014

Mundialito


A mí, la verdad, las ONG me chupan un huevo. No sé si me explico, viste. Pero el fútbol es el fútbol, y cuando Matías me llamó para jugar al fútbol, yo fui enseguida, loco.
Una ONG de esas que ayudan a los inmigrantes (a los negros, vamos a decirlo: porque a nosotros no nos dan ni pelota; ni hace falta, nosotros nos las rebuscamos solos, viste; pero los negros de patera, sabés, esos sí necesitan una mano, porque a veces ni hablan el idioma, entendés, y entonces están las ONG como estas para decirle tres boludeces y darle un paquete de cuscús), una de esas, te decía, organizó un mundialito de fútbol. La joda era que se juntaran españoles e inmigrantes, que se armaran equipos por países y jugar un torneo. Una boludez con la excusa del Mundial de verdad y de la integración y no sé qué forradas más, pero fútbol al fin.

31 de mayo de 2014

Plagiando a Cortázar


“Usted está plagiando a Cortázar”, me dijo mientras dejaba el manuscrito sobre la mesa entre asqueado y ofuscado. Muy serio lo dijo, hablando como si me acusara de un crimen horrendo: un parricidio, robar un caramelo a un niño. “¿Y qué pasa si Cortázar me plagió a mí?”, retruqué más serio aún, con el tono chillón e indignado que pongo ante imputaciones injustas y otras ofensas. “Pero escúcheme, insensato: Julio Cortázar se murió mucho antes de que usted aprendiera a escribir, ¿cómo se le ocurre que él podría haberlo copiado a usted?”, censuró con acento grave, aplastado por el peso de la ciencia, de la historia y de la verdad. “No sé, quizás viajó en el tiempo, nunca se sabe. O tuvo visiones en sueños donde yo escribía y él veía lo que yo había escrito y luego, al despertar, transcribió aquello que había visto. O quizás Cortázar nunca existió y es solo una creación mía, tan perfecta, tan autónoma, que hasta parece real”, lo confundí sin más argumentos que la duda.
“¿Habla usted en serio?”, preguntó tras una pausa de meditación e incredulidad. “No, no realmente”, suspiré resignado. “Yo, en realidad, siempre quise plagiar a Borges”.

24 de mayo de 2014

El bus más aburrido del mundo


Cuando voy en el autobús veo siempre lo mismo. Es inevitable. Para intentar ser útil, el autobús está obligado a recorrer cíclicamente los mismos lugares en el mismo horario. Y yo (quizás por idénticas razones) estoy condenado a viajar todos los días en el mismo autobús a la misma hora.
Y como yo, otros tantos. Ya nos conocemos de vernos siempre en el mismo coche, con similares destinos. No sabemos quiénes somos, ni cómo nos llamamos, ni adónde vamos una vez descendemos del vehículo. Pero nos conocemos. Cuando uno va justo de tiempo, por ejemplo, es un alivio llegar a la parada y encontrarse esperando a la gente con la que uno viaja día a día; no por el placer de su compañía, sino porque actúan como una señal reconfortante de que, pese a nuestro retraso, el autobús todavía no pasó por ahí.
Como somos casi siempre más o menos los mismos, tendemos a sentarnos o pararnos en los mismos lugares, nuestros lugares; aunque a veces perdemos la propiedad tácita ante la acción invasora del pasajero ocasional quien, distraído y ajeno al reparto territorial de los habituales, se posa con osada inocencia en tal o cual asiento, tal o cual ventanilla. Afortunadamente la expropiación no es eterna; de hecho, no suele durar más de un día, una vez por mes[1].
De modo que en cada viaje siempre veo lo mismo desde el mismo lugar: la misma gente y los mismos paisajes se repiten día tras día. Las pequeñas variaciones son las que hacen de la reiteración algo llevadero. Primero están los cambios estacionales: menos luz en invierno, más luz en verano; flores en primavera, hojas amarillas en otoño; abrigos y paraguas, escotes y minifaldas, colores apagados y vivos. Luego, los cambios puntuales: alguien que engorda o adelgaza; un negocio que cierra, otro que abre; un corte de pelo extraño; un árbol talado; macetas nuevas en un balcón; un bebé; un anciano que ya no nos acompaña.
Hace unos meses ocurrió uno de estos cambios, imperceptibles para el ocasional, pero notables para el asiduo. No es que fuera una transformación catastrófica, ni siquiera importante, pero entiéndase en su contexto: cuando uno realiza la misma rutina cada veinticuatro horas, un cambio así resulta, cuanto menos, llamativo.

Literatura infantil

Tengo un amigo invisible.
Mi amigo invisible juega conmigo.
Cuando juego con otros niños, mi amigo invisible ayuda a esconderme.
Mi amigo invisible hace las tareas conmigo. Mi amigo invisible vive en la calculadora que hace las cuentas y es la voz que lee mis libros de texto.

Cuando me siento sola, mi amigo invisible me hace compañía.
Y cuando estoy con mucha gente pero no me hacen caso, mi amigo invisible charla conmigo.

Mi amigo invisible es muy divertido.
Mi amigo invisible es mi mejor amigo.

Mi amigo invisible me visita también de noche.
Cuando las luces se apagan y todos duermen, mi amigo invisible me susurra al oído: “Mátalos a todos”.

¡Qué gracioso, mi amigo invisible! Sabe que no puedo levantarme porque duermo atada con correas.

17 de mayo de 2014

Veinte


Cuando se acerca el Mundial, una final de Libertadores o de Champions League, la última jornada del campeonato local o cualquier otro gran evento futbolístico, no faltan los detractores que salen a menospreciar el interés general que se palpa en el aire por el Deporte Rey, y lo vituperan reduciéndolo a la nadería más bobalicona que se les ocurre.
Pero quien dice que el fútbol son “veintidós boludos corriendo atrás de una pelota” no entiende nada, no sabe nada. La mera enunciación de la frase refleja un desconocimiento profundo sobre el balompié, su dinámica, sus actores, su lógica. Ninguno de estos superados contraculturales repara, por ejemplo, en la figura del arquero.
Los arqueros, uno por equipo, son tipos que no quieren saber nada con el balón, que respiran tranquilos cuando lo ven lejos y que sufren cuando se les viene encima. Al contrario que la mayoría de sus compañeros detestan su presencia, no sienten la necesidad de controlarlo, amasarlo, doblegarlo, obligarlo a hacer piruetas en el aire y conminarlo a una trayectoria curva, perfecta, hacia el ángulo recto de palo y travesaño. Todo lo opuesto: apenas toman la pelota, los arqueros la revolean lejos, con un pelotazo casi despectivo a la mitad de la cancha, como una amenaza (“no vuelvas por acá, no sos bienvenida”); y si sus coequipers se empeñan en pasársela para jugar corto, los arqueros sufren con los pies como un equilibrista sin red en la cuerda floja.
Los guardametas odian a la pelota. Le dan puñetazos, la tiran afuera del terreno de juego, la aplastan con su cuerpo contra el suelo, la alejan de sí todo el tiempo. Incluso la escupen, indirectamente, cada vez que empapan sus guantes de saliva antes de sujetarla. Y la insultan en susurros cada vez que tienen que ir a buscarla al fondo del arco, mientras ella parece sonreírles cómoda y burlona entreverada en la red.
Por eso, cuando alguien dice que el fútbol son veintidós boludos corriendo atrás de una pelota, no entiende nada. Son veinte, nada más.

17 de enero de 2014

Secuestro Muy Sofisticado

Foto por AMERICANVIRUS.

Sr. Fulano: tenemos secuestrado a su hijo. Si desea verlo otra vez con vida, envíe la palabra RESCATE al 666*.

*Coste del mensaje: 1.000.000 € +IVA. Promoción por tiempo limitado. Solo válida en Península y Baleares.

10 de diciembre de 2013

Comentarios al viento

 
    El tipo me había estado rompiendo las bolas. No era nada puntual, sino genérico. Esa molestia constante del que no te dice las cosas a la cara, sino que suelta quejas al viento, indirectas, como para que vos no le puedas responder sin quedar como un loco. Viste, como esos jugadores de fútbol que te dan pataditas disimuladas, te tocan el culo, te susurran cosas de tu vieja al oído, hasta que al final te hinchan tanto las pelotas que terminás por pegarles una piña y te expulsan a vos, ¿me seguís?
    Este es así, un tocapelotas profesional. A la hora de comer, por ejemplo, abrí el tupper que traía y salió la baranda a pescado. Está bien, lo reconozco, quizás estaba un poco fuerte, pero el tipo no vino a decirme: “Che, eso huele un poco fuerte”, sino que esperó unos segundos a que yo empezara a comer y entonces soltó, a nadie en particular: “Me parece que mañana me voy a traer un barbijo y una pajita para comer”, como diciendo que el olor de mi comida no lo dejaba morfar en paz, pero sin decirlo. ¿Me entendés a lo que voy? Y así todo el rato, con todas las cosas. Una máquina de quejarse sin mirarte a los ojos.

30 de noviembre de 2013

La lección de Bonciotti

En la pantalla se veía la repetición: el defensor rival iba con la pierna levantada, con el pie a la altura de la rodilla, e impactaba de refilón (muy de refilón) con la rótula del delantero; este caía y se revolvía de fingido dolor, mientras el árbitro aparecía en el encuadre corriendo con la tarjeta roja en la mano. El defensor, indiferente a su expulsión, se agachaba con gesto recio y susurraba unas palabras en el oído del agonizante caído; por cómo se incorporó el delantero ‒de un salto, lleno de energía y sin el menor rastro de su dolencia‒ se habría dicho que el defensor pronunció algún conjuro mágico, una oración sanadora, algo digno del show evangelista de los domingos. Las escenas continuaban: una vez de pie, el delantero empujaba al defensor en tres ángulos de cámara diferentes, seguido por un jab de izquierda que no llegó a destino; no obstante, el defensor caía como peso muerto, tomándose la cara con ambas manos, en un gesto mezcla de sufrimiento y necesidad de ocultar la risa. El árbitro, testigo en primerísimo plano, volvía a alzar la tarjeta roja, esta vez castigando al delantero.
‒¡Qué boludo! ¡Mirá cómo se hizo echar! ‒rezongó Cacho.
‒A estos jugadores les falta cabeza ‒asintió el Rober.
‒¡Ya estaba! Había conseguido que expulsaran al otro animal… pero no va y se prende en el quilombo. ¡Qué boludo! ‒continuó despotricando Cacho.
‒Esto no le hubiera pasado al Toto Bonciotti ‒recordó el Rober.
‒¿Bonchoti? ¿Y ese quién es? ‒preguntó Cacho en su cándida juventud.

22 de noviembre de 2013

Tercera entrada

‒¿Esto es de relleno?
‒Nada es de relleno.
‒¿Y el relleno de una empanada, por ejemplo?
‒Sin relleno, no habría empanada. Así que no está de relleno.
‒¿Y los extras de una película? ¿Y los figurantes?
‒¿Y el telón, y el escenario, y los vestuarios? ¿Sería igual una película si solo hubiera actores desnudos sobre un fondo negro, o tal vez solo voces en la nada?
‒Entonces me asegurás que esto no es de relleno.
‒Esto es lo que es y está para lo que está.
‒Pero convengamos que, por sí solo, el texto no vale gran cosa.
‒Quizás, si estuviera aislado.
‒¿Y no lo está, con una entrada para él solo?
‒Nada está nunca aislado. Así que el entorno completa el sentido y le otorga valor.
‒¿Y por qué en forma de diálogo?
‒Para establecer un contrapunto, para abrir el paraguas, para darle voz a la posible objeción del lector y poder responder de inmediato.
‒¿Qué objeción?
‒Sabía que ibas a preguntar eso.
‒Ya veo. Y ahora es cuando lo dejamos pensado.
‒Pero solo por unos segundos.

El síndrome de Storto

Esto no es una pelusa, sino que es una pieza de arte abstracto.

Cuando empecé con este blog, me propuse escribir al menos una entrada por mes. Casi lo consigo: entre 2007 y 2009 metí una… por año.
Supongo que entonces no me lo tomaba tan en serio como ahora, aunque tampoco es seguro que en este momento me lo tome muy en serio. (Si uno lee el simpático poema publicado hace unos instantes ‒ayer‒ podrá creer con razón que hay posts que son una tomadura de pelo).
Sin embargo, debo decir en mi descargo que no hay pieza en Señales de Humo que no tenga una razón de ser, que no esconda algo que el autor, en ese momento, deseara publicar. (A este respecto también he de manifestar que yo no puedo dar la cara por los que escribieron antes de mí: en ocasiones era un tipo obsesionado con lograr el mayor impacto con el mínimo material; en otras, un loco que transcribía absurdos diálogos mentales que se le ocurrían en la ducha o antes de irse a dormir; a veces era un enamoradizo y/o desilusionado pelafustán que deseaba expresar algún sentimiento inconfesable enfrascándolo en rebuscadas metáforas; y de a ratos aparecía el escritor más centrado en su tarea, esto es, en contar un relato que dejara pensando al lector, con una pizca de humor, otra de reflexión y un poco de cuidado en la elección de las palabras y las expresiones; pero yo no soy ninguno de esos).

21 de noviembre de 2013

Mi primer poema

Mi primer poema
no es un poema
sino que es un texto
escrito con saltos de línea
para que engañe a la vista
del lector desatento
(o atento pero indiferente)
haciéndole creer que tiene delante
la obra de un poeta
y no la de un vago poco creativo
que está a estas horas de la madrugada
pulsando incoherencias en un teclado
y que ni siquiera es capaz
de poner un signo de puntuación
que no sean los anteriores paréntesis
o el punto final que viene a continuación.

26 de octubre de 2013

Teología absurda

–Oiga, estimado, ¿por qué cree usted que Dios tiene tres patas?
–¿Perdone? ¿Tres patas?
–Sí, tres patas.
–¿Se refiere usted a la Santísima Trinidad?
–No, a tres patas, pies, piernas… Ya sabe.
–No, no sé.
–Pues debería saberlo, ya que es usted quien cree que Dios tiene tres patas.
–¡Yo no he dicho nunca que crea semejante cosa!
–Sí lo dijo. No directamente, pero sí lo dijo.
–¿Cuándo, cómo?
–Cuando dice que Dios es todo.
–¿Y eso qué…? ¿Cómo…? Explíquese.
–Si Dios es todo, también es un ser con tres patas, supongo.
–No sé si lo sigo…
–Vamos a ver: ¿cree usted que Dios es lo pasado, lo presente y lo futuro?
–Sí, por supuesto: es el alfa y el omega.
–¿Cree que Dios encierra en sí todas las posibilidades de la Creación?
–Claro, es el creador, es quien hace posible todo lo posible.
–¿Cree que Dios puede adoptar cualquier forma, como un arbusto en llamas o un hombre barbudo de Nazareth?
–Dios se manifiesta de muchas formas, sí.
–¿Y no podría ser, entonces, un individuo con tres patas?
–Como poder, podría, pero… Escúcheme, ¿a qué viene tanta obsesión con que Dios tenga tres patas?
–No sé, a mí no me pregunte. Es usted el que cree en esas cosas.

22 de septiembre de 2013

360º

Acabo de descubrir una gran verdad del Universo: no hay grandes verdades del Universo.

(De modo que no descubrí nada.)