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22 de diciembre de 2012

La cena de empresa (desde el punto de vista del soso)


Todo el mundo, en una u otra medida, conoce lo que es una cena de empresa, de esas que se celebran a final de año. Borracheras generalizadas, bromas del Jefe a los empleados y de los empleados al Jefe (con revanchas personales incluidas), encuentros sensuales (o directamente sexuales) entre compañeros de trabajo, peleas a golpe de puño, desapariciones misteriosas y apariciones enfervorizadas, y un largo etcétera de anécdotas que se repiten año tras año, empresa tras empresa (véase, por ejemplo, el reportaje ilustrado de El Jueves).
Pero en toda cena de empresa hay un soso, un amargo, un tipo aburrido que con su cara de Amanita muscaria y su actitud avinagrada se aburre y aburre a los demás. Este personaje es uno que se pierde todo lo que ocurre, aunque esté en una posición privilegiada para presenciarlo: es como un Safety Steward en los partidos de fútbol (esos que están vestidos con chalecos o abrigos fluorescentes, mirando al público y de espaldas al campo de juego), que están en un sitio inmejorable para ver el partido pero miran para el lado contrario; al final, se enteran todo por rumores (un grito de gol, una ovación, un abucheo, una silbatina) y solo comprenden totalmente lo que ha ocurrido una vez que termina el encuentro y alguien se los relata.
El soso, realmente, no tiene claro para qué va a la cena de empresa. Quizás un poco para no enfadar (y/o entristecer) al Jefe; o tal vez para no aguantar a algún compañero pesado que le insiste y le insiste para que vaya. En cualquier caso, se lo toma como una suerte de obligación, un trámite que debe cumplir anualmente, como hacer la declaración de la renta, pasar la revisión del auto o controlarse las caries.
Para un tipo así, ¿qué es la cena de empresa? ¿Cómo se ve este evento a través de sus ojos? Es muy simple. Para el soso, la cena de empresa es un ritual absurdo con unas etapas claras y definidas, en las que no pasa nada sustancial para el destino del universo, a saber:

15 de diciembre de 2012

La paradoja del fumador

Era lunes por la mañana. En el bar había muy poca gente. En la mesa de siempre, Cacho y Mandrake hablaban pavadas sobre el tiempo (“parece que mañana deja de llover”), los resultados futbolísticos de ayer (“el Rojo siempre tan amargo”) o sobre alguna mina que pasaba por la vereda de enfrente (“esa está vetada, creo que es la nami del doctor Zurutuza”).
En un momento se hizo el silencio, un silencio cómodo, de esos que se producen cuando hay confianza y la gente que comparte un espacio no siente la obligación de decir algo para llenar el tiempo. Por el contrario, cada uno se sintió libre de distraerse solitariamente con la espuma del café u hojeando el diario.
Pasaron unos minutos así, y de repente habló Mandrake:
‒¿Sabés qué? No te podés fiar de la gente que fuma ‒concluyó un razonamiento que había estado rondando en su cabeza, con un tono erudito impropio de él.
‒¿Cómo es eso? ‒le dio cuerda Cacho, que estaba un poco aburrido.
‒Y sí, viste. E’así. Un chabón que fuma no puede ser de confianza. Tiene la traición metida en el cuerpo ‒respondió Mandrake, y después sorbió ruidosamente su café con leche.
‒No te entiendo. ¿Qué tiene que ver la traición con el cigarrillo? ‒cuestionó Cacho.

9 de diciembre de 2012

Diamante


La charla pasó a debate, de ahí a polémica y de ahí a lucha encarnizada. Los amigos hablaban con la pasión que solo se demuestra cuando se tratan cuestiones vitales para el ser humano, como la religión o la política.
‒¡Es así, es así! ‒gritaba el Rober, agarrado a la mesa con las dos manos, como si quisiera evitar que se le escapara corriendo sobre sus cuatro patas.
‒Tampoco la pavada, Rober, tampoco… ‒rebatía con fastidio el Negro, en el punto álgido de la discusión, atrayendo la vista de todo el café.
Cacho intentaba contemporizar:
‒Bueno, ni uno ni otro, es un poco de todo…
Mandrake, mientras se subía el cierre del pantalón a la salida del baño, y sin saber bien por dónde venía la conversación, intervino sin dirigirse a nadie en particular:
‒¡No jodás! No jodás que todos sabemos como es la cosa, viste.
‒Lo que pasa es que vos te quedaste en los setenta, ¿me entendés? ‒recriminaba Julito al Rober con la boca llena de manises.
‒¿Qué setenta ni qué ocho cuarto? ‒se defendía el Rober‒ Acá lo que pasa está muy claro: hay gente que no se banca el pensamiento popular, ¿sabés? Acá hay gente que no se banca, por ejemplo, que haya un líder, un tipo que dirija la cosa.

28 de septiembre de 2012

Muera por algo (el libro)

No se deje engañar. Echando un vistazo rápido al índice, este libro promete la verdad, la solución a todos los problemas (y a la boludez), algunos cuantos consejos al consumidor, unos pocos sueños, explicaciones a la conspiración que domina el mundo o al problema de la delincuencia organizada; este libro dice que encierra la llave y el mejor cuento jamás escrito, así como una sólida defensa de la libertad de expresión, entre otras cosas.
Pero nada de esto es real. Todo es una vil estafa, un gancho publicitario para atraer lectores incautos hacia una desfachatada colección de escritos estúpidos, amontonados de mala manera, que no aportan nada a la humanidad y mucho menos al que los lee.

Descargá el libro en este enlace.
También para Kindle (por una suma irrisoria).
Para posibles versiones en ePub, diríjase a este correo.

10 de septiembre de 2012

Vida social


A veces pongo en el Féisbuk cosas como: “Ahora voy a salir con la bici y voy a ir hasta tal pueblo, donde voy a hacer un poco de rafting; después me voy a pasar la tarde al pueblo de al lado, que están de fiesta, y voy a participar en el campeonato de [juego de mesa] que ya gané hace dos años”. Así parezco un tipo con una gran vida social, muy activo y poco apegado a las redes virtuales.
Pero después no hago nada. Simplemente me quedo agazapado delante del monitor, esperando ansioso las respuestas (pocas y en general estúpidas) de mis contactos y otros desconocidos.

9 de septiembre de 2012

Pregunta trampa


Un día estaba dibujando un círculo cuando alguien se me acercó y me preguntó: “¿Qué estás haciendo?”
Yo le estaba por decir que dibujando un círculo, pero apenas levanté la vista y dejé el lápiz sobre la mesa me di cuenta de que la respuesta correcta era: “Contesto a tu pregunta.”

17 de agosto de 2012

Muera por algo



¿Se acercan sus últimos días? ¿Se encuentra al final de un largo camino? ¿O quizás una terrible enfermedad está a punto de llevárselo en la flor de la edad?
¿Tiene esa horrible sensación de que no ha hecho nada importante en su vida? ¿Se mira al espejo y solo ve un cuerpo decrépito, egoísta y autocompasivo?

¡No lo piense más! Asegúrese una muerte digna del mejor epitafio. Visite Die4Something.com y encuentre las mejores maneras de morir por una causa justa.

  • Revoluciones tercermundistas
  • Guerras civiles
  • Movimientos de Liberación
  • Protestas ecologistas
  • Lucha antiterrorista
  • Lucha antimperialista
  • Partidos de fútbol

El mundo es un lugar lleno de guerras y violencia, donde siempre hay un sitio propicio para morir en nombre del Bien.

Cuando sepa que sus días están contados, no lo dude. Visite Die4Something.com y le ofreceremos múltiples opciones. Un experimentado plantel de asesores (formado por ex agentes de CIA, KGB, Mosad y secundarios de las películas de Van Damme) le recomendará el mejor destino en función de sus ideologías personales.

Usted solo tiene que decirnos dónde, y nuestros expertos se encargarán de ponerlo en primera línea de combate sin preparación militar alguna: deje que una bala arbitraria lo convierta en mártir, antes de que la vejez, el cáncer u otros males ponzoñosos se encarguen de Usted.

En Die4Something.com le garantizamos un final rápido y (casi) indoloro[1] en manos de los mejores profesionales de la muerte. Nuestro equipo de especialistas cuenta para ello con la inestimable colaboración de las guerrillas, los cuerpos paramilitares y los regímenes dictatoriales más sanguinarios del planeta.

Más de cinco mil lápidas satisfechas nos avalan. Deje que en su último reposo luzcan frases como:

  • “Murió luchando por la Libertad”
  • “Mártir de la Revolución changrusiana”
  • “Encontró la Muerte en el campo de batalla”
  • “Le afanamo’ la bandera, que la vengan a buscar”

Ponga poesía a los últimos instantes de su miserable vida. Muera por algo.

Die4Something.com. Porque la Muerte Digna es otra cosa.


NOTAS:
ü  Pago por adelantado.
ü  No se aceptan cambios ni devoluciones.
ü  Lápida no incluida.
ü  Die4Something.com no se responsabiliza por secuestros, torturas ni violaciones sufridas una vez entregado el envío.
ü  Die4Something.com no se identifica necesariamente con las opiniones manifestadas por sus usuarios.


[1] La muerte podrá ser también lenta y dolorosa. Condiciones sujetas al armamento, estado mental y/o sobornabilidad del ejecutor.

3 de agosto de 2012

Olvidos circulares


Había una vez (o todavía lo hay) un tipo que quería escribir historias. Normalmente, cuando se sentaba frente a un teclado (o una máquina de escribir) la mente se le ponía en blanco y no surgía palabra alguna. Pero cuando estaba en los lugares más dispares (en el baño, en un colectivo, semidormido en la cama, en el trajín del trabajo, gritando al árbitro en la cancha, y así siguiendo) se le ocurrían argumentos curiosos.
La primera vez que una idea brotó en circunstancias inverosímiles, el tipo pensó que le alcanzaría con rememorarla cuando se pusiera a escribir y que la pluma avanzaría con fluidez. Sin embargo, llegado el momento había olvidado todo.
Así que tomó la precaución de salir siempre con una pequeña libreta en el bolsillo, junto a un bolígrafo engarzado a la espiral. En cuando se le venía una idea, extraía la libreta y tomaba apuntes veloces de todo lo que se le pasaba por la mente. Daba igual lo que estuviera haciendo, no dejaba escapar la inspiración. Entonces sí, de vuelta en su escritorio, componía por fin las narraciones que siempre había querido.
Pero un día ocurrió que perdió la libreta (se escurrió del bolsillo, se la dejó en la mesa de un bar, se la robó un carterista…) justo cuando un argumento ingenioso se le presentaba nítidamente ante los ojos.
Loco de rabia, intentó repetirlo para no olvidarlo, y fue mascullando la idea de camino a su hogar. Pero la vida lo distrajo con sus menudencias y al cerrar la puerta principal ya se le había esfumado la historia sobre un tipo que olvidaba el argumento de la historia que iba a escribir, que iba sobre un tipo al que se le olvidaba la historia que iba a escribir, cuyo argumento era que un tipo olvidaba que la historia que quería escribir trataba sobre un tipo que olvidaba el argumento de una historia que iba a escribir, que iba de un tipo… 

25 de julio de 2012

Irrealpolitik (Ellos III)


Nosotros nunca vamos a emplear los cargos públicos para enriquecernos personalmente. Porque el Pueblo así nos lo pide. Porque es nuestro deber como responsables de la política. Y porque me lo dijo un Enano de Jardín.

¡No, mentira! ¡Ja, ja, ja! ¿No te lo habrás creído, no? Eso de que no nos vamos a enriquecer, digo. Mirá si no vamos a aprovechar la oportunidad, que es para lo que estamos acá, al fin y al cabo. Pero lo del Enano de Jardín es cierto. Sí, sí, muy cierto.
Iba yo hace unos años tan tranquilo por la calle, en un barrio común y corriente adonde me habían llevado no sé qué compromisos absurdos, cuando pasé delante de una casa con jardín al frente. Sentí que alguien me chistaba. Al principio, para qué negarlo, imaginé que un nuevo sobre se acercaba hacia mi hospitalario bolsillo interior del abrigo; porque, debo aclarar, cuando me llaman por la calle de manera tan discreta, solo puede significar una cosa. Si no es para asuntos de sobornos, la gente me llama de otras maneras. Veamos unos ejemplos:
‒¡Rodolfo querido! ‒me gritan los que quieren favores.
‒¡Señor Fulano! ‒se asombran falsamente los alcahuetes.
‒Diputado Fulano… ‒reverencian los timoratos.
‒¡Fulano y la concha de tu madre, hijo de remil puta! ‒describe un votante descontento.

De modo que el “chist” suave y reservado indica por lo habitual un negocio turbio, una trapisonda en la sombra, coimas, vueltos, esas cosas.
Pero no. Me giré a uno y otro lado, y no vi a nadie. Entonces chistó de nuevo: presté atención y ahí lo vi, con las dos manitos agarradas a la reja de entrada.
‒¡Eh, vos! ‒susurró el Enano.
‒¿Yo? ‒dije con cara de pelotudo.
‒Sí, vos. Venía acá.

21 de julio de 2012

Chauvinismo en el 1ºF


Un día cualquiera, salía yo de un supermercado chino cuando un amigo se topó conmigo y me preguntó: “¿Qué haces comprando en los chinos? ¿No ves que estos se llevan todo el dinero pa’ allí? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
Me pareció razonable contribuir a la economía europea, así que la siguiente compra la hice en un supermercado alemán que ofrecía muy buenos productos y precios. Todo queda en la Unión, pensé. Pero a la salida me encontré con otro amigo que me dijo: “¿Qué haces comprando a los alemanes? ¿No ves que estos fabrican todo allí? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
Buen punto, razoné. La siguiente vez, entonces, fui a un supermercado español donde encontré interesantes ofertas. Cuando cruzaba la puerta hacia el exterior, una vieja amiga que pasaba por ahí me increpó: “¿Qué haces comprando en este súper? ¿No ves que estos se llevan todo a su tierra; y que incluso puede que financien a ETA? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
OK, pensé, buscaremos uno de Castilla y León. Fue difícil, pero di con una cadena regional que tenía algunos productos a un costo aceptable. Sin embargo, al atravesar la puerta principal, un muchacho leonesista me indicó: “¿Qué haces comprando a esos? ¿No ves que tienen la sede en Valladolid y se llevan todo a Pucela, como siempre? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
Bueno, está bien, de acuerdo. Logré encontrar un supermercado leonés donde no me arrancaban los billetes del bolsillo por respirar el aire del interior y fui a comprar lo de la semana. Nomás salir, casi me llevo por delante a un vecino del barrio que, al verme con las bolsas del supermercado, me hizo notar: “¿Qué haces comprando en este lugar? ¿No ves que están matando al comercio del barrio? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
Ya ni lo pensé. Fui buscando por todo mi barrio las tiendas con dueños más amables y precios medianamente razonables. Cuando llegaba a casa, un vecino de mi calle reconoció las bolsas de la verdulería y me paró en seco: “¿Qué haces comprando en aquel lugar? ¿No ves que nuestra calle se está viniendo abajo? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
Qué se le va a hacer, me convencí: pago caro, pero me queda mucho más cómodo, ¿no? Así que no lo dudé más y salí en busca de provisiones. Estaba en eso cuando un vecino del edificio me saludó, me apartó sigilosamente de la gente y me susurró: “¿Qué haces comprando en estos negocios? ¿No ves que los del edificio, que somos muchos, nos hemos puesto de acuerdo para comprarnos entre nosotros? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
Llegado a este punto, me di por vencido. Ya prácticamente no salgo de casa. A veces robo unos tomates que brotan en la maceta del vecino de al lado; también cazo palomas distraídas que se posan en mi ventana, y de vez en cuando ceno algún gato que cae por error a mi patio. Estoy criando dos o tres hormigueros (los insectos son ricos en proteínas) y he descubierto el valor nutritivo de los yuyos que crecen entre las baldosas. Es el único modo de asegurarme de que todo sea perfectamente local. Especialmente desde que empecé a sospechar que el del 2ºB traía las cosas de China.

P.S. Después de leer este cuento, un amigo argentino me escribió: “¿Qué hacés ambientando la historia en León? ¿No ves que podrías haberla ambientado en Buenos Aires, más concretamente en Agronomía? Y hay que dar trabajo a los de acá”.

16 de julio de 2012

Convictos: La llave


Despertó en la cama de un hospital. Sabía que era un hospital, y que era una cama, y que la mujer que lo examinaba era médico y que la que le cambiaba los vendajes era enfermera. Pero no sabía quién era él.
Le hablaban y entendía. Pero no podía decir palabra. Nada se lo impedía, excepto la falta de respuestas.
¿Sabe cómo se llama?
Meneaba la cabeza.
¿Dónde vive?
Encogía los hombros.
¿Está casado, tiene familia?
No lo sé, dijo por fin.
La doctora se miró con la enfermera y se fueron. Al poco tiempo apareció otro doctor, y luego otro, y más tarde eran seis o siete hombres y mujeres con bata, estetoscopios, mirada seria y conversaciones en voz alta con él como testigo inerte. Los médicos hablaban de el paciente como si no estuviese delante.
Al cabo de algunos días, y pruebas, y test, y psicólogos y psiquiatras, determinaron que el accidente le había provocado una pérdida de memoria.

¿Qué accidente? ¿Qué pasó?
Una enfermera creyó poder reconstruir los acontecimientos. Él iba por la avenida transitada en hora pico. Entonces, de golpe, se asomó a la calle y se agachó para buscar algo que caía en la alcantarilla. Una llave, casi seguro. Al menos es lo único que encontraron encerrado en su puño cuando lo registraron en el hospital. Ni cartera, ni documentos ni nada. Solo una llave aferrada como si fuera la última cosa en el mundo.
Tal vez alguien le robó sus pertenencias aprovechando la ocasión. Seguro que lo dieron por muerto cuando el taxi maniobró de golpe para acercarse al cordón y le asestó un golpe terrible en el cráneo, agachado como estaba él, afanándose por que la llave no se fuera hacia alguna rejilla. Y si estaba muerto, ¿para qué iba a necesitar el dinero y el DNI y esas cosas?

5 de julio de 2012

Convictos: El poder del deseo


Para Antonio L. uno podía influir en los acontecimientos futuros con el pensamiento y la palabra. Pero no se trataba de una influencia voluntaria, sino más bien accidental, aunque guiada por reglas precisas: si uno deseaba algo intensamente y expresaba ese deseo a viva voz, las fuerzas oscuras del destino se ocupaban de que ocurriese exactamente lo contrario.
Un caso clásico de este fenómeno era, según Antonio L., el fútbol. Si miraba un partido con sus amigos, bastaba que dijese “¡qué bien vendría hacer un gol ahora!” para que su equipo no solo errara sus ocasiones, sino que también recibiera un tanto en contra.
Antonio estaba firmemente convencido de que este tipo de coincidencias no eran obra de la casualidad. Hombre de formación científica, comenzó a observar el fenómeno con detenimiento. Mediante la formulación de hipótesis, pruebas empíricas y la suma de casos, consiguió establecer algunas regularidades:
1)      en todos los casos observados, un deseo expresado verbalmente ante testigos no se cumplía y, en la mayoría de los casos (en torno al 90 por ciento), ocurría exactamente lo contrario a lo que el deseo representaba;
2)      si el deseo no se expresaba verbalmente (o se expresaba sin testigos alrededor), existían posibilidades cercanas al 45 por ciento de que se cumpliese;
3)      cuanto más se deseaba una cosa, mayor era la necesidad de expresar el deseo ante testigos, en una relación directamente proporcional; a tal punto que, en ocasiones (60 por ciento), la sensación de frustración producto de no expresar el deseo era equivalente a la frustración de que no se cumpliera.
Así las cosas, y ante los reiterados anhelos irrealizados, Antonio L. se propuso buscar caminos alternativos para burlar estas constantes. Dado que ante deseos particularmente intensos le era prácticamente imposible mantener la boca cerrada, decidió que hablaría para decir exactamente lo contrario a lo que quería. De esta manera, saciaba su incontinencia verbal con cierta ironía, pero no delataba sus ansias. Veamos algunos ejemplos:
a)      si quería que su equipo marcara un gol en determinada fase del partido, se obligaba a decir: “Ahora no quiero que hagan goles, que se los guarden para más tarde cuando los agarremos cansados”, o incluso “que empiecen ganando ellos, que así disfrutamos más cuando se lo demos vuelta”;
b)      si le gustaba una mujer y deseaba captar su atención, afirmaba ante los amigos: “Esa no me interesa, no es mi tipo; mejor que me ignore; si me viene a hablar, salgo corriendo”;
c)      si esperaba algún regalo en especial para su cumpleaños o la navidad, solía intentar con: “Cualquier cosa me da igual, como si no me regalan nada”.
Todas estar artimañas fracasaron. Como si supiesen el fin último que tales frases ocultaban, las oscuras fuerzas del destino continuaron operando en su contra, aunque ahora (a los ojos de sus amigos y otros testigos ocasionales) los deseos de Antonio L. parecían cumplirse.
El desdichado intentó reformular su teoría con una hipótesis ad hoc: dado que la existencia de testigos era fundamental para que las manos negras de la suerte tomaran conocimiento de sus intenciones, y dado que sus amigos no acababan de creerse sus falsos deseos, era imperioso mejorar las técnicas de engaño a fin de que sus afirmaciones fuesen tomadas como sinceras.
Así que Antonio L. fue a clases de actuación, dicción y locución; a talleres de relajación y de control mental; a terapias contra la ansiedad; y a cursos de marketing y ventas. Con toda esta formación pretendía dominar sus emociones y construir un personaje creíble de sí mismo, un otro-yo que tuviese sus intereses opuestos y que fuese capaz de hacer creer a los demás sus falsas intenciones.
Y lo consiguió. Irreconocible para sus amigos, se hizo hincha del equipo rival; cortejó a las mujeres que antes rechazaba e ignoró a sus grandes amores; se mudó de barrio y cambió de costumbres; abandonó sus gustos musicales y los reemplazó por las melodías que siempre había odiado; cambió de vestuario, de supermercado, de mascota, de gestos, de peinado, de pasta de dientes y hasta de nombre.
Por eso mismo, no podemos saber cómo terminó la historia. La transformación fue tan radical que nadie sabe qué fue de Antonio L. Apenas se pueden ensayar posibles finales:
1)      quizás, pese a todo, no consiguió burlar a las manos negras de la suerte, ya que se le concedieron todos los deseos de su nueva identidad, condenándolo a vivir para siempre en una felicidad fingida;
2)      o, tal vez, metido en su nueva piel, acabó creyendo que sus falsos nuevos deseos eran en realidad sus verdaderos deseos; en ese caso, es probable que las fuerzas oscuras del destino hayan continuado frustrándolo, materializando ahora sus viejos anhelos para desgracia del nuevo Antonio;
3)      o en una de esas, convertido ya totalmente en otro, abandonó su deseo de querer influir sobre el destino mediante la manipulación de unas constantes por él descubiertas, y vivió el resto de sus días con las nuevas preocupaciones de su otro-yo, con las alegrías y desdichas de cualquier mortal.

2 de julio de 2012

Convictos: Mi barba tiene tres (millones de) pelos



Christian R. creía positivamente en que su barba crecía a razón de uno o dos centímetros durante las ocho horas de sueño, y menos de de medio milímetro durante toda la vigilia. De este modo, cuando dormía demasiado su rostro se poblaba rápidamente y, en cambio, cuando pasaba mucho tiempo despierto tardaba días en que el vello facial alcanzara la categoría de barba.
Según el propio Christian R., solía acostarse con la piel suave, sedosa, hidratada, y se despertaba como un cardo, cubierto de puntiagudas agujas renegridas que ocultaban las líneas de sus facciones.
Sobra decir que Christian R. era un hombre muy coqueto y vanidoso. Pero aunque le gustaba verse lampiño, odiaba afeitarse. Así que dedicó sus esfuerzos a encontrar el modo de eliminar la barba de algún modo definitivo.
Acudió primero a sus amigos en busca de consejo, y ellos le dijeron algo que probablemente fuera cierto pero que Christian R. se negaba a reconocer: su barba crecía al mismo ritmo que la de todos, y si había alguna diferencia de longitud entre los períodos de actividad y los de reposo no podía ser tan enorme.
Como sus amigos, en lugar de solucionar el problema, lo negaban en redondo, decidió buscar respuestas entre los profesionales: para eliminar cualquier duda al respecto, en primer lugar contrató una consultoría que auditara y certificara el desfase de crecimiento entre día y noche; los consultores, como siempre, se encargaron de decir lo que su cliente quería escuchar.
A continuación, acudió a clínicas de estética y centros capilares: las primeras le ofrecieron tratamientos radicales, como la depilación láser, aunque el riesgo de que un error en el tratamiento o que algún efecto secundario deformara su rostro hizo desistir a Christian R.; los segundos, por su parte, no solo eran incapaces de ofrecer una solución, sino que además le propusieron que se dejara analizar por el staff científico para determinar si su raro caso podía aportar alguna ayuda en la lucha contra la alopecia.
Christian R., desconsolado, huyó de todo el mundo y se aisló en una cabaña perdida en el monte, a maquinar cómo conseguir que el universo pudiera disfrutar de su belleza sin que él tuviese que enfrentarse cada mañana a la tortura de la cuchilla de afeitar.
Y así, tras una noche de insomnio en la que no paró de escribir, tachar y arrancar hojas de un cuaderno con planes descabellados, creyó dar con una idea que, si bien no arreglaba el asunto de forma tajante, al menos sí establecía un razonable compromiso: debía dejar de dormir. Calculaba que, así, tendría que afeitarse una vez cada dos o tres meses.
Lo puso en práctica esa misma noche: se afeitó cuidadosamente una vez más y se preparó para días y días de piel impoluta. Sin embargo, algo fallaba en su plan y la barba continuaba creciendo a su ritmo habitual. Lejos de reconocer los hechos, Christian R. sospechó que se quedaba dormido sin darse cuenta; decidió entonces apuntar las horas de inicio y final de cualquier actividad, para detectar el momento y la duración total de sus fatídicos y pilosos desvanecimientos. Alimentado a base de cafeína y otras drogas que le impedían caer en el sueño, su mente trajo las fantasías oníricas ante sus ojos en forma de alucinaciones.
Una hermosa mujer entró flotando en su habitación, envuelta en vapores de tul y de seda; se acercó a él con caricias divinas, disfrutando con el tacto de su tez limpia; pero en cada caricia, Christian R. iba notando cómo su rostro se volvía áspero, hasta que se dio cuenta de que la hermosa mujer era una bruja o una sirena, y que sus diabólicas manos daban vida a una barba enorme que crecía sin parar y se trenzaba y se prolongaba más allá de lo imaginable, arrastrándose por el suelo y enredándose entre sus piernas sin dejarlo avanzar.

Lo encontraron unos exploradores. Algunos dicen que se ahorcó con su propia barba. Otros, que se ahogó con una bola de pelos. La mayoría cree que murió de cansancio.

11 de junio de 2012

Igual no es igual


Igual no es lo mismo. Igual es equivalente; lo mismo es idéntico.
Dos más dos es igual a cuatro; pero dos más dos no es lo mismo que cuatro. La suma de dos cifras (de la misma cifra) no es lo mismo que una cifra suelta, aunque tengan igual valor.
En cambio, 01 y 10 son los mismos dígitos, pero no son iguales. Los primeros son la unidad acompañada de un cero a la izquierda; los otros juntos son el símbolo convencional de la perfección.
No es lo mismo un gol de taco (después de veinte pases consecutivos, dos caños, tres paredes, un sombrero, diez toques de primera y cinco gambetas de antología) que un gol lastimero, empujado a la red con la rodilla después de cinco rebotes confusos y aparatosos. Pero los goles valen todos igual.
El sol es el mismo desde hace cientos de miles de años; y sin embargo, no es igual sentirlo filtrándose entre las nubes en una fría mañana de invierno, que abrasándote en una tórrida tarde en el desierto.
Las mujeres son todas iguales, pero no todas son lo mismo. Hay unas que nos morimos por conocer, y otras que preferiríamos no haber conocido.
Por eso creeme si te digo que me da todo igual, aunque no todo me da lo mismo.

11 de mayo de 2012

Engaño (Ellos II)


–Cuando sea grande, voy a ser rey –dijo el joven a su maestro–. Voy a armarme caballero y seré el más valiente de entre todos. Ganaré fama y dinero, y conseguiré que me nombren protector de una marca o de un ducado. Y luego conquistaré y ganaré tantas batallas que acabaran por nombrarme rey de reyes.
–Me parece bien –opinó el maestro.
–Voy a tener un castillo gigante, inexpugnable y luminoso, con mármoles en suelos y paredes, y estatuas y armaduras y estandartes. Tendrá enormes riquezas y lujos que compartiré con todos mis amigos y mis más fieles servidores. Y voy a gobernar sabia y justamente, y todos me van a adorar.
–Me gusta que pienses así –acotó el maestro.
–Y me voy a casar con una bella princesa y vamos a tener muchos hijos que serán hermosos y nobles e inteligentes. Y mi hogar será feliz, lleno de alegría y risas y sol y flores, incluso en invierno.
–Bonito futuro –evaluó el maestro.
Y el muchacho partió a enfrentarse con la vida.

El maestro, ya anciano, vio regresar años después a una figura harapienta, apoyada en un bastón para compensar la pierna ausente. Tras la melena enmugrecida, una mirada tuerta y llena de reproche enfrentó al viejo sabio:
–¿Me recuerdas? –preguntó.
–Claro. Eras mi aprendiz –reconoció el anciano–. ¿Qué fue de tu vida?
–Quise ser un noble, pero acabé al servicio de uno. Bajo su mando, tuve que saquear aldeas y quemar granjas. Los campesinos nos odiaban y, en cuanto tuvieron oportunidad, intentaron asesinarme. Debí huir, pero el noble consideró que fue un acto de cobardía y me preoscribió. Tuve que refugiarme en los suburbios de una ciudad apestosa y vivir entre ladrones y contrabandistas. En esos ambientes tan sórdidos, mi cuerpo fue llenándose de mutilaciones y cicatrices. Todas las mujeres me despreciaron. No hace falta aclarar que no he tenido hijos. Tampoco tengo amigos: mi aspecto y mis negocios espantan a cualquiera. Ahora, inútil, tullido y envejecido, apenas si puedo mendigar para gastar las pocas monedas que consigo en algún vino que me ayude a olvidar penas y dolores.
–Lamento oír eso. ¿Qué puedo hacer para ayudarte?
–Ya nada. El daño está hecho. La vida no fue como habíamos hablado. Ahora solo me queda matarte.
–¿Matarme? ¿Por qué?
–Me engañaste. 

Ellos I

–No nos dejan ser libres.
–¿Quiénes?
–Ellos.
–¿Ellos quienes?
–Los poderosos.
–¿Qué poderosos?
–Los que mueven los hilos.
–¿Qué hilos?
–Los del Universo. Los que deciden todo.
–¿Todo-todo?
–Todo.
–¿No es mucho?
–Para ellos, no.
–¿Ellos quiénes?

27 de abril de 2012

Los habitantes del Tercio Norte



No se sabe exactamente quiénes son. Algunos sostienen que se trata de una secta, una hermandad secreta o un grupo de iniciados; otros creen que son simplemente miembros anónimos de una red descentralizada, como pequeñas células terroristas de la desdicha; la mayoría, sin embargo, piensa que apenas son un recurso metafórico, una manera de designar a los que deben llevar el peso de una triste y caprichosa maldición. Solo una cosa es clara: los habitantes del Tercio Norte existen.

Todo comenzó, como casi siempre, con una observación curiosa sobre una realidad eterna. En el pronóstico del tiempo, por enésima vez, el mapa de España aparecía cubierto de soles y temperaturas agradables… excepto en el tercio norte. Una y otra vez, los meteorólogos de la televisión y la radio repetían la dichosa frase, siempre distinta, siempre la misma:

“Soleado en la mayor parte de la península, exceptuando el tercio norte donde estará principalmente cubierto con riesgo de chaparrones…”

“El buen tiempo reina en todo el territorio, a excepción del tercio norte ya que una borrasca entra por el Atlántico…”

“Nubes y claros, poco riesgo de precipitaciones, menos en el tercio norte donde se esperan lluvias abundantes…”

“Se anticipa un fin de semana ideal para realizar deporte y actividades al aire libre, aunque no en el tercio norte, donde el mal tiempo dejará frío, granizo e incluso nevadas hasta el martes…”

Y así sucesivamente.

13 de abril de 2012

Level 8



El videojuego tenía unos veinte o treinta niveles. Aunque algunos aventuraban que los niveles eran infinitos; otros, que solo eran diez pero que se repetían una y otra vez, añadiendo más velocidad, o enemigos, o algo así. No lo sabían a ciencia cierta: todos tenían una copia pirata, sin manual de instrucciones ni otras referencias.
Entre los compañeros de clase corría el rumor de que el primo del amigo del hermano mayor de uno había alcanzado el nivel 23. La mitad del aula desmentía esa hazaña; la otra mitad soñaba con igualarla.
César nunca pasaba del nivel 7. Se sabía los cuatro primeros de memoria: conocía todos los movimientos, secuencias optimizadas de acciones y demás trucos para sortearlos sin problema. Los niveles 5 y 6, en cambio, introducían factores de dificultad y aleatoriedad que hacían más complicado seguir ascendiendo; sin embargo, con un poco de práctica y buenos reflejos, llegaba con algunas vidas intactas al nivel 7. Pero ahí acababa la historia.
Intento tras intento, no lograba solventar los escollos (aparentemente) insalvables, puestos ahí por los programadores con toda la mala fe del mundo. Y tarde a tarde, después de la merienda, fracasaba en el objetivo de ver que había más allá. Quizás, pensaba en la derrota, no haya nada después.

Hasta que un día se produjo el milagro. Una combinación de suerte, casualidad, azar y un atardecer inspirado, lo puso de improviso en el nivel 8.
César no podía ni frotarse los ojos. Tras la breve pausa que daba el programa anunciando el siguiente estadio, ya había que ponerse en marcha. Apenas tenía tiempo para admirar la nueva pantalla, ese escenario tantas veces deseado, completamente desconocido, donde todo era nuevo, donde todo estaba por descubrir: los enemigos lo asediaban y, acostumbrado a repetirse durante siete escalones, César no sabía cómo reaccionar ante los nuevos ataques. El corazón le latía a mil por hora de la emoción y la adrenalina. Tenía que durar, no podía dejar pasar esa oportunidad. El nivel 8, por fin. Y después el 9, y el 10 y, por qué no, el 23. No la cagues ahora, César, no arruines todo. ¿Qué es eso? No, a ver, movéte para acá. Ahí, no, salí de ahí. ¡Cuidado! No me hagan eso. A ver… ¡No, así no! ¡Déjenme vivir! ¡Esperen, esperen, todos a la vez no! ¡Voy a perder! Voy a perder, voy a perder…
Y perdió.

Game Over.

En su entusiasmo juvenil, César lo intentó de nuevo: ni siquiera pasó del nivel 6. Probó una vez más, y cayó en el eterno 7. Desistió.
Apagó el aparato, se recostó en su cama, cerró los ojos, e intentó retener la imagen del nivel 8, de lo que llegó a percibir del nivel 8, de lo que creyó entrever en el nivel 8, de lo que imaginó haber visto en el nivel 8, de lo que hubiera significado ganar el nivel 8.
Al día siguiente fue a la escuela, compartió su gran logro con los compañeros, se vanaglorió el día entero de su conquista, exageró algunos detalles, inventó otros, se adjudicó destrezas inauditas, y se permitió tomarles el pelo a los amiguitos que no conseguían pasar del nivel 6. Cuando salió de clase y volvió a casa, guardó el juego en un cajón y no lo cargó nunca más.

31 de marzo de 2012

Hablando solo


Tres tipos en un desierto. Caminan sin agua ni rumbo preciso.
–Veamos el lado positivo –dice uno–. Al menos estamos acompañados.
–Para que eso sea positivo, uno de nosotros tendría que ser un vampiro y estar dispuesto a beberse la sangre de los otros dos –refunfuña el segundo.
–No exageres –corrige el tercero–. Es mejor afrontar un trance como este en compañía. La soledad te puede volver loco.
–A mí me va a volver loco la sed –masculla el segundo.
–Y a mí me van a volver loco tus quejas –se ofende el primero.
–Al final me voy a arrepentir de lo que acabo de decir –se arrepiente el tercero.
–Ya lo dice el refrán: mejor solo que mal acompañado –desafía el segundo.
–Vos querés quedarte solo con la cantimplora –argumenta el primero.
–Si al menos tuviera agua… –suspira el segundo.
–No discutan, por favor. Esto no nos lleva a ningún lado –media el tercero.
–Nada lleva a ningún lado. Estamos en el medio de un desierto –se deprime el primero.
–Tratemos de pensar en cosas agradables –propone el tercero.

8 de marzo de 2012

Terapias sustitutivas de intensidad variable


–Hola, vengo a sacarme una idea de al cabeza.
–¿De qué idea se trata? ¿Una idea fija, una obsesión…?
–Más bien es como un sueño recurrente. Pero también lo tengo despierto.
–Ah, ya veo. Una especie de anhelo subliminal.
–Sí, supongo…
–¿Ha tomado ya alguna medida, ha intentado sacársela por sus propios medios?
–A decir verdad, sí. Me fui este fin de semana a visitar a unos parientes. A veces funciona, ¿vio? Ellos viven en las afueras y no nos vemos seguido, así que nos ponemos a charlar de nuestras cosas, a recordar viejos tiempos, y así se me va la cabeza en otros pensamientos.
–Claro, claro. Pero me imagino que esta vez no funcionó.
–Lamentablemente, no.
–¿Y un viaje más largo? ¿Unas vacaciones?
–Mh… Creo que eso lo empeora. Ya me pasó una vez: con tanto tiempo libre, haciendo nada, la idea crece en lugar de desaparecer.
–Es cierto, tiene razón. Entonces habrá que probar alguna terapia de choque.
–Eso me temía. ¿Qué me sugiere?
–¿Qué tan grave es el asunto? ¿Tiene visos de convertirse en algo peor, como ludopatía, aracnofobia, o alguna forma de psicosis?
–Creo que no es para tanto.
–Bien, entonces puedo recomendarle terapias sustitutivas de intensidad variable.
–¿Y eso qué es?
–Le damos unos cuantos problemas para que usted piense en otra cosa y se olvide de su sueño.
–Ah, interesante. ¿Y cómo son?
–Ahora está saliendo mucho el desempleo de larga duración. Pero algunos especialistas creen que no es lo más adecuado, porque reemplaza una idea recurrente por otra, en este caso la obsesión por encontrar trabajo.
–No, claro. Además, yo no estoy como para perder mi empleo.
–Bueno, de todos modos le digo que depende mucho del caso: hemos visto obsesiones que nos han obligado a adoptar una solución combinada de desempleo crónico, desahucio y divorcio.
–No me diga. ¿Entonces tienen también problemas familiares?
–Por supuesto: desde disputas de pareja, pasando por malas notas de los hijos, hasta infidelidades, consumo de drogas… Un abanico muy amplio.
–No estaría mal, pero vivo solo.
–No se preocupe, también tenemos incidentes domésticos.
–¿Y eso qué es?
–Un caño roto, fugas de gas, rotura de electrodomésticos, humedad en las paredes, plagas… Y ahora vamos a inaugurar nuestra nueva línea de vecinos molestos.
–Eso podría funcionar.
–¿Le pongo un incidente doméstico, entonces?
–Uno o dos. ¿Qué me recomienda?
–Eso depende un poco de cuán persistente sea la idea. De todos modos, yo le recomendaría que mezcle un incidente doméstico con algún problema de trabajo, así se asegura de que va a tener todo el día la mente ocupada con otros asuntos.
–Es verdad, no lo había pensado. ¿Qué problemas me puede ofrecer?
–Tenemos el famoso encargo urgente, que se pide mucho porque es de acción rápida; pero tiene la contra de que el efecto también suele ser pasajero: una vez resuelta la emergencia, los síntomas pueden reaparecer.
–No, no, necesito algo más a largo plazo.
–Entonces puedo proponerle un conflicto laboral, con compañeros o con jefes; un proyecto importante, de larga duración, que requiera horas extras, reuniones fuera de la ciudad y un plus de presión añadida; o una reestructuración de la empresa, con amenaza de despido y competencia salvaje entre trabajadores para no perder su puesto.
–Creo que el proyecto va a estar bien.
–Perfecto, entonces: un incidente doméstico… ¿Qué prefiere, electrodoméstico o estructural?
–Eh… Electrodoméstico. Así paseo un poco buscando uno nuevo.
–Muy bien. Y un problema de trabajo, proyecto especial de larga duración. Tome, este es su recibo; pase por caja que ahora le cobran.
–Muchas gracias.
–Consérvelo, que lo necesita para la garantía. Si dentro de un par de meses no consiguió sacarse la idea de la cabeza, le podemos ofrecer gratis otras soluciones de nuestro paquete.
–Perfecto. Gracias de nuevo.
–A usted.

17 de febrero de 2012

Fuera de juego

Corner by My Buffo XP

Corner, a photo by My Buffo XP on Flickr.
Cacho, la última incorporación de la barra, llegó junto al Negro hasta el bar de Manolo. Ahí lo encontraron al Rober, con una birra de litro sobre la mesa, unos manises, unos palitos y algunas servilletas de papel hechas pelota.


–¿Qué hacés, Rober? –saludó el Negro.
–Bajoneado –dijo el otro, como suspirando una obviedad.
–Contá, contá –sugirió Cacho, convencido de que hablar sobre un problema es la mitad de su solución. (Y sobreactuando su recién adquirida amistad con los muchachos).

«Es así, viste –sentenció El Rober–. Otro año más igual. Empieza el campeonato y ya te olvidaste del año anterior, de esos puntos tontos que perdiste de local, de cómo te cagó el referí en la cancha de los otros… Agua pasada. Te da igual. Ahora es distinto, arrancamos todo de cero. Tenés más o menos el mismo equipo, es cierto: alguno más veterano, algún pibe nuevo; pero más o menos lo mismo. Sabés que no es un gran equipo, uno de esos que hacen historia, que marcan a fuego la memoria de los hinchas propios y de los rivales; pero es digno, viste, y con la combinación de resultados adecuada, puede aspirar a campeón.
»A ver este año, te decís. Capaz que esta vez sí que se da.
»El primer partido te toca de local: ganás por goleada (un tres a cero, tampoco nada exagerado) y ya empezás a soñar. Después encadenás tres o cuatro triunfos al hilo: alguno sobre la hora, otro de puro milagro, y alguno sólido pero mínimo. Empatás con un equipo difícil, de visitante, y te llenás de orgullo. Capaz que esta vez sí que se da, te repetís con más convicción.
»Y entonces vas y ganás a uno de los de arriba, de los jodidos, al vigente campeón o algo así. Y te envalentonás. Se te da por cantar, en público y sin remordimientos, eso de que “vaaa saveeer que vamo sasalir campeoneee…”

7 de febrero de 2012

Salir


Un hombre torpe y tímido se enamoró de una compañera de trabajo. Desorientado, sin saber cómo actuar, pidió consejo a un amigo.
El amigo le dijo: “Es muy simple. La llamás a tu despacho y, cuando estén solos, la mirás a los ojos y la invitás a salir. Eso sí: con mucho tacto, con educación y respeto.
El hombre, torpe y tímido, no quiso escuchar más. Entusiasmado con el plan, decidió ponerlo en práctica de inmediato. Se las ingenió para que sus colegas de escritorio abandonaran la habitación, cerró la puerta, tomó el teléfono, marcó un número interno y dijo:
Daniela, soy Félix, de Administración. ¿Podrías venir un momento a mi oficina?
Al cabo de unos pocos minutos, Daniela abrió la puerta y, pidiendo permiso, entró. Cerró despacio y se quedó expectante. Félix la miró a los ojos e invitó, educado y respetuoso:
Daniela, ¿serías tan amable de salir de mi despacho?
La mujer, perpleja, abandonó el cubil como una oportunidad que se va para no volver. 

4 de febrero de 2012

Odiosos e Inevitables VII - Porque sí


Obsesión, originalmente cargada por Julikeishon -dibujos-.
Porque sé que es imposible.
Porque a mí nunca me va a pasar.
Porque soñar despierto con vos no significa nada.
Porque yo soy un tipo duro, recio, con el corazón blindado.
Porque esta congoja y el insomnio tienen alguna explicación científica.
Porque es pura casualidad que nos encontremos varias veces al día en lugares distintos.
Porque solo me sube el ritmo cardíaco cuando me rozás; y únicamente me distraigo con las gráciles ondas de tu pelo; y apenas me angustio con la profundidad de tus ojos inalcanzables.
Porque yo no soy de los que se enamoran.
Porque estoy loco por vos.

3 de febrero de 2012

Odiosos e Inevitables VI - Culpa de ellos



No puede ser que todos se quejen.
No puede ser que siempre haya algo mal.
No puede ser que nunca falte algo para criticar.
No puede ser que la culpa siempre la tengan otros: ellos.
No puede ser que la única solución sea la protesta, la manifestación.
No puede ser que siempre esperemos a que otro venga a arreglarnos los problemas.
No puede ser que todos estén furiosos por todo, que griten y rechacen y no se resignen a que el mundo no siempre va a ser lo que quieren que sea, o lo que creen que es.
No puede ser que no lo entiendan.
Alguien debería hacer algo.

2 de febrero de 2012

Odiosos e Inevitables V - Inquerible



Quisiera creer que no pasó nada.
Quisiera creer que no existe nadie más.
Quisiera creer que te doy todo lo que necesitás.
Quisiera creer que sos absolutamente sincera conmigo.
Quisiera creer que no vas a dejarte tentar por esos tipos sofisticados.
Quisiera creer que puedo confiar en vos, en cualquier circunstancia, lugar y tiempo.
Quisiera creer que no sos capaz de andar coqueteando con otros mientras yo estoy en fuera, ni hacerle caídas de ojo al vecino, ni reírle las gracias a tu compañero de trabajo.
Quisiera creer que somos el uno para el otro.
Pero querer no siempre es poder.

1 de febrero de 2012

Odiosos e Inevitables IV - Terror



No niego que a veces tartamudeo.
No niego que me cuesta un poco expresarme.
No niego que me preocupa lo que vayan a pensar de mí.
No niego que intento ser cauteloso, medido, prudente, diplomático.
No niego que a menudo me quedo sin palabras, apagado, enterrado en un rincón.
No niego que, de todo lo que se me cruza por la cabeza, aflora por mi boca una décima parte.
No niego que en más de una ocasión me quedé con las ganas de insultar a alguien, de declarar mi amor, de enfrentar una injusticia, de desenmascarar a un farsante o de arriesgarme al fallo.
Pero yo no tengo miedo a decir lo que pienso.
Bueno, siempre que a vos te parezca bien…

31 de enero de 2012

Odiosos e Inevitables III - No, nada, nadie



Está claro que no soy el mejor.
Está claro que tampoco soy el peor.
Está claro que soy tan bueno como cualquiera.
Está claro que yo podría haber estado en su lugar.
Está claro que él no es exactamente como la gente cree que es.
Está claro que la otra tampoco destaca mucho en el puesto donde está.
Está claro que todos ellos tuvieron suerte; que estaban en el momento indicado en el lugar indicado; que me podría haber pasado a mí; y que yo sabría hacer las cosas mucho mejor.
Está claro que no tengo nada que envidiar a nadie.
(=Tengo algo que envidiar a todos.)

30 de enero de 2012

Odiosos e Inevitables II - Susceptible



Es cierto que a veces preferiría no conocerte.
Es cierto que a veces te deseo alguna desgracia.
Es cierto que a veces hablo mal de vos a tus espaldas
Es cierto que a veces garabateo maldades sobre una foto tuya.
Es cierto que a veces te echo la culpa de todas las desventuras de mi vida.
Es cierto que a veces no hago otra cosa que pensar en cómo devolverte el sufrimiento.
Es cierto que a veces voy a tu casa y pinto obscenidades en tus paredes, y rompo tus ventanas con piedras, y riego tus plantas con ácido, y grito cosas horribles a los cuatro vientos.
Pero yo no te guardo ningún rencor.
Solo estoy un poco susceptible.

29 de enero de 2012

Odiosos e Inevitables I - DesAtinado


A pesar de que no hay otra explicación.
A pesar de que suelo intuir lo que va a pasar, y pasa.
A pesar de que distintos intentos producen idénticos resultados.
A pesar de que parezco condenado a repetirme en los mismos errores.
A pesar de que cada maniobra evasiva me conduce al lugar que quise evitar.
A pesar de que en campo abierto tiendo a seguir el sendero marcado en la tierra.
A pesar de que he negado a las profecías y a los horóscopos, a la genética y al determinismo, a Dios y a los dioses, a lo escrito y a lo inevitable; y a pesar de que me persiguen adonde voy.
A pesar de las evidencias, no creo en el destino.
Ese debe de ser mi destino.

Odiosos e Inevitables


Impulsos, originalmente cargada por Julikeishon -dibujos-.

A partir de hoy, y por siete días, voy a publicar una serie de escritos (torpes y ridículos) unidos temáticamente.
Dice mi amigo, el músico y compositor Emilio Nicoli, que el arte no se explica: que cada uno escuche, lea, mire y saque sus propias conclusiones. Y me parece bien.
Pero esta serie, quizás porque no es del todo obvia, o porque quizás es demasiado personal, necesita una pequeña introducción.
Hay, al menos, siete sentimientos que (para mí) son tan odiosos como inevitables, y que intento suprimir en cuanto afloran porque me avergüenzan, me incomodan, me hacen ver como un idiota. Estos son: la superstición (la sensación de que hay algo ajeno a nuestra comprensión que interviene en nuestras vidas); el rencor (ese odio malsano que se enquista y deriva en sed de venganza); la envidia (hija de la incapacidad para reconocer nuestras propias limitaciones); los celos (el reflejo posesivo de las personas inseguras); la timidez (esa manía de tragar vidrio con al boca cerrada); la indignación (producto de la ignorancia sobre cómo es el mundo real); y, por supuesto, el amor (o el enamoramiento, esa enfermedad mental que te sume en un estado de febril pelotudez).
Esta serie quizás sea un intento por exorcizar aquellos demonios. Va dedicada a todos los que no me creyeron capaz de superar mis males: ojalá que se atraganten con estas palabras.
Puede que alguno descubra que alguien ya hizo algo parecido: pero ¿a que no lo hicieron tan bien como yo? También es probable que alguien me quiera copiar: el mundo esté lleno de hijos de puta sin talento que se roban las ideas ajenas; alguien debería hacer algo.
(Y también hubiera querido dedicársela a ella, pero no me animo…)

27 de enero de 2012

El ahorcado (I)


De ventanas y otros huecos, originalmente cargada por My Buffo.


“… como aquel que haciendo alarde
de coraje en el sufrir
no se mata de cobarde
por temor de no morir”.
Me da pena confesarlo
Alfredo Le Pera y Mario Battistella

Imaginate que estás solo en una habitación chiquita, de noche, con la lluvia chapoteando en el techo, una gotera que moja la almohada donde deberías estar durmiendo y una lamparita de 25 watts apurando sus últimos instantes de vida útil. No sabés qué hora es: estuvo oscuro todo el día y vos anduviste saltando de sueños febriles a pesadillas a vigilia ansiosa. Cuando te despertaste por última vez, las gotas del techo te taladraban la frente como una tortura china. Apenas retenías las imágenes de un mal sueño: una fuga surrealista por una ciudad en ruinas, perseguido por personas que parecían zombies, sin lugar donde detenerse, acorralado, acosado, sin otra escapatoria que seguir huyendo indefinidamente en un mundo completamente hostil. No recordás sino la sensación horrible de que todo otro ser era maligno, que absolutamente todos eran tus enemigos, que te querían muerto, que no te iban a dejar escapar.

Vas hasta la mesita donde reposa un termo y un mate lavado, y te cebás un amargo, frío. Mirás por la ventana, a través de las persianas caídas, y ves la avenida Corrientes mojada, las luces de neón defectuosas, los techos amarillos de los taxis. Sentís el ruido del tráfico, de los colectivos, de la gente que se tropieza en las baldosas flojas, se moja y putea. Volvés a la cama, a ese catre quejumbroso, y te sentás cansado. Oís entonces al vecino, que sigue poniendo discos de tango, uno tras otro: Pugliese, Gardel, Julio Sosa y Goyeneche, sobre todo Goyeneche. Suena por enésima vez en el día una versión de Sur y alguna frase te da vueltas por la cabeza:
“Ya nunca me verás como me vieras / recostado en la vidriera / esperándote...”
Ni eso ni nada. Sabés que el final se acerca, que ya no hay salida, que te van a encontrar tarde o temprano, ahí, en esa pocilga que viene a ser tu penúltima morada.

25 de enero de 2012

Errante


Sombras, nada más (PS), originalmente cargada por My Buffo.
Lo había perdido todo buscando esa silueta errante que vio una vez por la ciudad: una sombra misteriosa, cautivante y peligrosa; un enigma en movimiento, una duda imperiosa.
Había oído que rondaba por el centro, o en un barrio de las afueras; que salía de noche o viajaba en tren de día; que dormía en las plazas y se bañaba en las fuentes; que se escondía en las estaciones o en los portales oscuros.
La perseguía sin pausa, y sin resultados. Donde fuera que la buscara, la silueta errante ya había desaparecido. Parecía presa de un embrujo que le impedía controlar sus propios pasos, que la obligaba a vagar sin ton ni son por pasajes y callejones, rondando sin patrón ni sentido. No había forma de anticipar sus huellas, de predecir su destino.
Pero él lo intentó. Olvidó su casa, su familia, sus amigos, su trabajo, su vida entera, consagrándose de lleno a la perpetua persecución de una sombra impredecible.
Y por fin, contra todo pronóstico, la encontró.
En la misma calle donde aquel día tuvo por primera vez la extraña sensación de que una figura fugaz se movía sombría entre la gente, apartada de la gente; en la misma esquina donde la vio desaparecer y perderse para siempre; contra ese escaparate anticuado y venido a menos que solía ignorar camino de la oficina; allí, en ese preciso lugar, él volvió a toparse con su propio reflejo.

23 de enero de 2012

Pixelado


Un escritor contemporáneo se propuso escribir una novela policial, como tantas otras, pero con una curiosidad: las iniciales de los nombres de todos los personajes se corresponderían con las extensiones más conocidas de los archivos informáticos: PPT, JPG, DOC, XLS, PDF, PSD, GIF, BMP, TXT y así siguiendo.
No conforme con ello, intentó que las características de los protagonistas tuvieran alguna relación con el tipo de archivo al que referían: DOC, un catedrático de renombre, era sospechoso del asesinato de TXT, un estudiante de Letras; JPG era un joven policía que desplazaba al anticuado BMP, mientras que TIF era más inteligente, y RAW el más noble y elemental; XLS era un contador en la empresa donde PPT se dedicaba a las relaciones públicas; PDF era un periodista que estaba en todas partes y GIF era un vendedor de segunda contratado por la empresa de HTML.
El escritor esperaba que su público apreciara estas sutilezas, de modo que no mencionó su astuto el juego de archivos e iniciales en las distintas presentaciones, ni arrojó pistas sobre ello en las entrevistas o en sus columnas firmadas.
Aproximadamente uno de cada diez (o de cada veinte) lectores descubrió el vínculo entre extensiones y personajes, y uno de cada diez (o veinte) de los sagaces comentaron la jugada en foros, chats y redes sociales. A pesar de ello, no consiguieron mejorar la opinión general sobre la novela, considerada como de mala calidad: la resolución del caso era abrupta y pobre, y quedaban muchos detalles sin definir. 

16 de enero de 2012

Solitario


Solían creer que era un tipo responsable, que pasaba horas y horas trabajando con su portátil, en cualquier lugar, en cualquier momento.
Solían verlo siempre serio, meditabundo, concentrado en su pantalla, moviendo levemente los dedos sobre una tecla o sobre el touch-pad.
Solían pensar de él que era un tipo inteligente, que sus silencios eran fruto de una intensa reflexión, que el día que hablara sería para pronunciar la palabra justa.
Solían aventurar que gozaba de genio, de una mente prodigiosa ocupada en grandes asuntos, en cosas importantes más allá de nuestro entendimiento.
Solían encontrarlo inmóvil, pensativo, abstraído del entorno, solo él y su máquina.
Solían apreciar en su rostro un gesto de rabia, disconforme, propio de un perfeccionista que no solo busca una solución, sino la mejor solución posible.
Solían arriesgar que sus suspiros, profundos y apesadumbrados, eran fruto de una frustración humana, propia de quien sabe que puede dar más.
Solían tener la esperanza de que en ese cerebro y en ese procesador se encontraba la respuesta a los misterios del Universo, la cura a todos los males, el destino futuro de la humanidad.
* * *
Solía perder en el solitario.