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13 de diciembre de 2015
11 de julio de 2015
Pensamiento Marrón
Ya se puede descargar Pensamiento Marrón. Obra, vida y enigma de Vladimiro Marrón en este enlace (versión PDF).
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vladimiro marrón
27 de junio de 2015
A propósito de 'Pensamiento Marrón'
Y usted se preguntará ¿qué es esto?
O, también, ¿y esto qué es lo que es?
O, por qué no, ¿qué m… me trajiste?
Por eso me siento obligado a anticipar su
pregunta y escribir esta presentación, a modo de respuesta.
Pensamiento Marrón es una novela. Sí, ya sé que no parece una novela, pero
precisamente por eso: con Vladimiro Marrón nada es lo que parece.
Pero ¿qué es una novela? Todo, nada. La
vigesimotercera edición del diccionario de la RAE me lo sirve en bandeja: la
primera acepción para novela es “Obra literaria narrativa de cierta
extensión”. Es decir que cualquier “obra literaria narrativa” (sea lo que sea
eso) que tenga “cierta extensión” (sea lo que sea eso, aunque uno tiende a
creer a que debe ser massomeno larga) es una novela. Claro, si uno
piensa en la novela tradicional, en introducción, nudo y desenlace, en el
equilibrio-desequilibrio-nuevo equilibrio, en la narración lineal y en tercera
persona de hechos pasados (o en pasado), evidentemente le parecerá que Pensamiento
Marrón no reúne los requisitos para ser una novela. Pero mucho se ha
innovado desde las tradicionales obras de Cervantes o Dostoievski o Dumas o
Dickens, y ahora cualquier invento es una novela, incluso la incoherente
verborrea de un irlandés borracho o los guiones toscos producidos por algún
negro bajo el amparo de alguna firma prestigiosa. Así que ni la RAE ni la gente
de Letras en general tienen idea de cómo definir una novela. Cuando los límites
del género se borran, es difícil trazar líneas rojas que marquen la diferencia
entre un compendio de idioteces y una historia bien articulada. Quizás por eso Pensamiento
Marrón es una novela: porque a mí se me da la gana decir que es una novela.
(Y dado que en el panorama de las letras
hispánicas no parece haber lugar para otra cosa que no sean novelas, es normal
que cualquier escritor de medio pelo pruebe suerte con el género, aunque más no
sea disfrazando su compendio de idioteces bajo un forzado traje novelesco.)
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vladimiro marrón
13 de junio de 2015
El precio justo
Paseaba yo por una feria callejera, en un tramo donde se concentraban los artistas. Había cuadros de todo tipo, estilos, colores y tamaños.
Algunos parecían hechos en serie con alguna magnífica técnica que permitía a su artista crearlos en segundos, pero con un notable efecto final (paisajes galácticos, oníricos, bucólicos). Su tamaño era más bien pequeño y su precio, en consonancia.
Otras obras eran más grandes y elaboradas: cuadros de gran formato, pintados con esmero en la línea más clásica de la pintura clásica. Los temas variaban, pero siempre dentro de lo clásico: desnudos, payasos, naturalezas muertas, marinas, retratos. Los precios, claro, también variaban.
Había exponentes del impresionismo, copias más o menos logradas de pinturas famosas (Van Gogh, Dalí, Picasso, Klimt, Kandisnsky) y cierto arte recargado más cercano a la ilustración de las portadas de los cómics que al óleo de Leonardo.
Me gustaba recorrer ese tramo de la feria y ver la diversidad de artistas, técnicas y resultados. De vez en cuando, incluso, podía verse a uno de los pintores en acción, quizás lo más asombroso y entretenido de todo el paseo.
Ese día había cobrado un dinero extra y había pensado en hacerle un regalo a alguien. Por qué no, me dije, alguno de estos trabajos. Así que presté atención, más que otras veces, al valor que (en dinero) los autores le daban a sus obras. Lo más bajo era veinticinco, pero los precios escalaban por los cincuenta, cien, ciento treinta, ciento cuarenta y cinco, ciento cincuenta, doscientos, doscientos quince, trescientos, cuatrocientos, quinientos cincuenta, quinientos setenta y cinco, seiscientos veinticinco, setecientos. Mil parecía ser el tope para la feria.
Algunos parecían hechos en serie con alguna magnífica técnica que permitía a su artista crearlos en segundos, pero con un notable efecto final (paisajes galácticos, oníricos, bucólicos). Su tamaño era más bien pequeño y su precio, en consonancia.
Otras obras eran más grandes y elaboradas: cuadros de gran formato, pintados con esmero en la línea más clásica de la pintura clásica. Los temas variaban, pero siempre dentro de lo clásico: desnudos, payasos, naturalezas muertas, marinas, retratos. Los precios, claro, también variaban.
Había exponentes del impresionismo, copias más o menos logradas de pinturas famosas (Van Gogh, Dalí, Picasso, Klimt, Kandisnsky) y cierto arte recargado más cercano a la ilustración de las portadas de los cómics que al óleo de Leonardo.
Me gustaba recorrer ese tramo de la feria y ver la diversidad de artistas, técnicas y resultados. De vez en cuando, incluso, podía verse a uno de los pintores en acción, quizás lo más asombroso y entretenido de todo el paseo.
Ese día había cobrado un dinero extra y había pensado en hacerle un regalo a alguien. Por qué no, me dije, alguno de estos trabajos. Así que presté atención, más que otras veces, al valor que (en dinero) los autores le daban a sus obras. Lo más bajo era veinticinco, pero los precios escalaban por los cincuenta, cien, ciento treinta, ciento cuarenta y cinco, ciento cincuenta, doscientos, doscientos quince, trescientos, cuatrocientos, quinientos cincuenta, quinientos setenta y cinco, seiscientos veinticinco, setecientos. Mil parecía ser el tope para la feria.
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