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30 de agosto de 2014

De mal en pior

Cuando Cacho llegó al bar, Mandrake miraba con desconfianza (recelo, incluso) a Julito, que estaba contento; mientras, el Rober mostraba un gesto que iba de la fascinación a la incredulidad. Pero Cacho no saludó, ni preguntó qué tal, ni se interesó por sus amigos: se dejó caer en la silla, como quien realiza una declaración solemne con el trasero, o como el que busca llamar la atención con estridente disimulo.
‒A este no hay quién lo entienda ‒bufó Mandrake para el Rober, o para todos, o para nadie, mientras sacudía la mano en dirección a Julito.
‒¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Vas a agarrar un martillo y empezar a romper celulares? ‒desafió el Rober.
‒No, che, tampoco es para tanto. El celu se me rompió solo. Y yo no voy a obligar a los demás a pasar por la que yo pasé ‒se atajó Julito, con una sonrisa imperecedera.
Cacho resopló en su sitio, mirando para otro lado.
‒A ver, no entiendo un carajo ‒vociferó Mandrake‒, ¿vos no sos… o eras… un fanático de los telefonitos de mierda esos, eh?
‒Sí, de hecho lo soy ‒confundió Julito.
‒¿Y entonces porqué tenés esa cara de feliz cumpleaños? ‒preguntó Mandrake, casi como una queja‒ Vos tenés que estar triste, hecho bolsa, bajoneado… Como sigas sonriendo, te borro los dientes de una trompada.

23 de agosto de 2014

El secreto del secreto

‒Nunca, pero nunca de los nuncas, tenés que fiarte de (o hacerle caso a) una persona que esconde secretos.
‒¿Por qué?
‒No te lo puedo decir. Es un secreto.