–Hola, vengo a
sacarme una idea de al cabeza.
–¿De qué idea se
trata? ¿Una idea fija, una obsesión…?
–Más bien es como
un sueño recurrente. Pero también lo tengo despierto.
–Ah, ya veo. Una
especie de anhelo subliminal.
–Sí, supongo…
–¿Ha tomado ya
alguna medida, ha intentado sacársela por sus propios medios?
–A decir verdad,
sí. Me fui este fin de semana a visitar a unos parientes. A veces funciona,
¿vio? Ellos viven en las afueras y no nos vemos seguido, así que nos ponemos a
charlar de nuestras cosas, a recordar viejos tiempos, y así se me va la cabeza
en otros pensamientos.
–Claro, claro.
Pero me imagino que esta vez no funcionó.
–Lamentablemente,
no.
–¿Y un viaje más
largo? ¿Unas vacaciones?
–Mh… Creo que eso
lo empeora. Ya me pasó una vez: con tanto tiempo libre, haciendo nada, la idea
crece en lugar de desaparecer.
–Es cierto, tiene
razón. Entonces habrá que probar alguna terapia de choque.
–Eso me temía.
¿Qué me sugiere?
–¿Qué tan grave
es el asunto? ¿Tiene visos de convertirse en algo peor, como ludopatía,
aracnofobia, o alguna forma de psicosis?
–Creo que no es
para tanto.
–Bien, entonces
puedo recomendarle terapias sustitutivas de intensidad variable.
–¿Y eso qué es?
–Le damos unos
cuantos problemas para que usted piense en otra cosa y se olvide de su sueño.
–Ah, interesante.
¿Y cómo son?
–Ahora está saliendo
mucho el desempleo de larga duración. Pero algunos especialistas creen que no
es lo más adecuado, porque reemplaza una idea recurrente por otra, en este caso
la obsesión por encontrar trabajo.
–No, claro.
Además, yo no estoy como para perder mi empleo.
–Bueno, de todos
modos le digo que depende mucho del caso: hemos visto obsesiones que nos han
obligado a adoptar una solución combinada de desempleo crónico, desahucio y
divorcio.
–No me diga.
¿Entonces tienen también problemas familiares?
–Por supuesto:
desde disputas de pareja, pasando por malas notas de los hijos, hasta
infidelidades, consumo de drogas… Un abanico muy amplio.
–No estaría mal,
pero vivo solo.
–No se preocupe,
también tenemos incidentes domésticos.
–¿Y eso qué es?
–Un caño roto, fugas
de gas, rotura de electrodomésticos, humedad en las paredes, plagas… Y ahora
vamos a inaugurar nuestra nueva línea de vecinos molestos.
–Eso podría
funcionar.
–¿Le pongo un
incidente doméstico, entonces?
–Uno o dos. ¿Qué
me recomienda?
–Eso depende un
poco de cuán persistente sea la idea. De todos modos, yo le recomendaría que
mezcle un incidente doméstico con algún problema de trabajo, así se asegura de
que va a tener todo el día la mente ocupada con otros asuntos.
–Es verdad, no lo
había pensado. ¿Qué problemas me puede ofrecer?
–Tenemos el
famoso encargo urgente, que se pide mucho porque es de acción rápida; pero
tiene la contra de que el efecto también suele ser pasajero: una vez resuelta
la emergencia, los síntomas pueden reaparecer.
–No, no, necesito
algo más a largo plazo.
–Entonces puedo
proponerle un conflicto laboral, con compañeros o con jefes; un proyecto
importante, de larga duración, que requiera horas extras, reuniones fuera de la
ciudad y un plus de presión añadida; o una reestructuración de la empresa, con
amenaza de despido y competencia salvaje entre trabajadores para no perder su
puesto.
–Creo que el
proyecto va a estar bien.
–Perfecto, entonces:
un incidente doméstico… ¿Qué prefiere, electrodoméstico o estructural?
–Eh…
Electrodoméstico. Así paseo un poco buscando uno nuevo.
–Muy bien. Y un
problema de trabajo, proyecto especial de larga duración. Tome, este es su
recibo; pase por caja que ahora le cobran.
–Muchas gracias.
–Consérvelo, que
lo necesita para la garantía. Si dentro de un par de meses no consiguió sacarse
la idea de la cabeza, le podemos ofrecer gratis otras soluciones de nuestro
paquete.
–Perfecto.
Gracias de nuevo.
–A usted.