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1 de agosto de 2010

La larga y oscura sombra del personaje


Perspectiva, originalmente cargada por Julikeishon -dibujos-.
–Hay un personaje que aparece al principio de la novela, que es sin duda uno de los mejores que he leído en mi vida.
–¿Por?
–Era un tipo así, como de mediana edad, de estos que los ves y no sabés cuántos años darle. Muy demacrado para ser joven, pero muy en forma para ser viejo, ¿entendés? Un tipo que vivió mucho en poco tiempo, con la piel ajada y cicatrices por todo el cuerpo, algunas canas en la sien, entre el pelo renegrido, y un lunar en la mejilla izquierda que, si lo miraba reflejado en un espejo, lo hacía ver el futuro.
 –¿El futuro?
–Sí, cosas que no habían pasado pero que iban a pasar. Visiones. También tenía una cicatriz especial sobre la ceja derecha, como un corte que partía de la nariz y subía en suave pendiente por la frente. Cierto día de invierno, la cicatriz le dolía de tal manera que le provocaba migrañas insoportables, como una venganza de ultratumba de quien le había rajado la cara.
–¿Venganza de ultratumba? ¿Qué pasó, estaba muerto el otro?
–Por lo visto sí, el tipo lo había matado en combate cuerpo a cuerpo aquel mismo día en que se ganó la cicatriz. Un combate épico, sin duda, casi de leyenda. Por eso mismo, creo, el episodio no estaba del todo claro. Era una oscura marca de un pasado turbio y violento, demasiado siniestro para traerlo a la luz de las miradas sensibles.
–Qué bueno, che. ¿Y qué más?
–La pinta. El aspecto del tipo era de antología, una especie de ciborg humano. Un clásico de las historias de acción. Se vestía con unos pantalones vaqueros azules, comunes, los de toda la vida; unas botas de cuero negras, o borceguíes, una remera lisa, de color marrón, o verde oliva, y una tricota negra o azul oscura, como la que usaban los policías. Andaba siempre armado, con una Colt 45 que llevaba sujeta al cinturón, en la espalda. Usaba anteojos negros, como un matón de las películas de los ochenta, ¿viste? El pelo corto, despeinado, pero corto. La barba de tres días y un pucho a medio apagarse asomándole siempre por la boca. Un tipo duro.
–Impresiona bastante.
–Era de esos que hablan poco, de los que te dicen todo con la mirada, aunque no puedas verle los ojos. ¿Sabés cómo te digo? El tipo andaba siempre comunicándose por gestos, escuetos pero precisos. Una ceja arqueada era todo un tratado sobre la intimidación. Era una persona de mundo, que entendía perfectamente cada situación al detalle, al que nunca podías agarrar desprevenido. Un verdadero maestro en el arte de comprender quién es quién en el juego de la vida y cómo poner a cada uno en su lugar.
–Una fiera.
–Sí, tal cual. Si lo veías así, te parecía un asesino frío y despiadado, un profesional de la matanza. Pero también tenía su corazoncito. Había tenido mujer alguna vez, o una novia, o una cosa de una noche, pero que lo había dejado tocado. El tipo no hablaba nunca de eso, pero estaba claro que, si por alguna casualidad alguien rozaba el tema, se ponía más hosco, ensimismado y meditabundo que de costumbre. Esta era otra cicatriz profunda de su pasado, pero esta vez no era el cuerpo lo que le dolía, sino el alma.
–Y, uno no es de piedra… En el fondo todos somos seres humanos.
–¡Ah, se me olvidaba! Cuando tenía esas visiones del futuro, esas que tenía mirándose el lunar en un espejo, el chabón perdía el conocimiento y se despertaba en cualquier lugar. No sé cómo explicártelo: es como si vos estás acá, te mirás el lunar en el espejo del baño, empezás a tener una telepatía futurista y, cuando termina, te despertás en otro país, en un lugar que no conocés. Eso le pasaba al tipo. Así que, cuando se despetaba, tenía que usar la información que recordaba de la visión para intentar averiguar lo que debía hacer. Un quilombo…
–Suena bien, así, fantasioso.
–Fantástico, se dice fantástico. Como el tatuaje que tenía en el hombro izquierdo. Era como un símbolo, un signo de alguna cosa que probablemente no era de esta tierra. Ni del planeta Tierra. Una señal, una marca que el hombre no podía recordar cómo ni cuándo se la habían hecho. Quizás en uno de esos desvanecimientos, o tal vez era algo que llevaba desde nacimiento, como grabado en una tinta invisible que un buen santo día afloró para gastarle la broma más pesada de su vida. Porque, en cuanto alguna gente veía ese símbolo, inmediatamente se sucedían los intentos por asesinarlo.
–Cuánto misterio, esto me gusta cada vez más.
–¿No te digo que es un personaje buenísimo?
–Sí, está bueno. ¿Pero qué pasa con este personaje? ¿Qué papel desempeña en la trama?
–Poca cosa. En la tercera línea del primer capítulo, aparece muerto.
–Ah, ya sé: el autor te va contando el resto de su historia a lo largo de la novela, ¿no?
–En realidad, no… La verdad es que no lo menciona más en todo el libro.
–¿Entonces de dónde sacaste vos toda la información? ¿Qué? ¿Es un personaje de una saga de novelas o algo así?
–No, no, nada que ver… Aparece ahí, en tres líneas y punto. Pero vos ya sabés cómo es esto de la literatura, viste. No es como el cine. Acá te tenés que imaginar casi todo.

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