No se sabe
exactamente quiénes son. Algunos sostienen que se trata de una secta, una
hermandad secreta o un grupo de iniciados; otros creen que son simplemente
miembros anónimos de una red descentralizada, como pequeñas células terroristas
de la desdicha; la mayoría, sin embargo, piensa que apenas son un recurso
metafórico, una manera de designar a los que deben llevar el peso de una triste
y caprichosa maldición. Solo una cosa es clara: los habitantes del Tercio Norte
existen.
Todo comenzó,
como casi siempre, con una observación curiosa sobre una realidad eterna. En el
pronóstico del tiempo, por enésima vez, el mapa de España aparecía cubierto de
soles y temperaturas agradables… excepto en el tercio norte. Una y otra vez, los meteorólogos de la televisión y
la radio repetían la dichosa frase, siempre distinta, siempre la misma:
“Soleado en la
mayor parte de la península, exceptuando
el tercio norte donde estará principalmente cubierto con riesgo de
chaparrones…”
“El buen tiempo
reina en todo el territorio, a excepción
del tercio norte ya que una borrasca entra por el Atlántico…”
“Nubes y claros,
poco riesgo de precipitaciones, menos en
el tercio norte donde se esperan lluvias abundantes…”
“Se anticipa un
fin de semana ideal para realizar deporte y actividades al aire libre, aunque no en el tercio norte, donde el
mal tiempo dejará frío, granizo e incluso nevadas hasta el martes…”
Y así
sucesivamente.
Al principio, los
habitantes del Tercio Norte eran simplemente eso: los que tenían residencia
permanente en el norte peninsular. No obstante, poco a poco, vivir por esos
lares pasó a convertirse en una seña de identidad que iba más allá del
domicilio. Ser un habitante de la franja septentrional devino en sinónimo de
desgraciado: mientras los demás gozaban de una climatología favorable, los
moradores de la parte alta del mapa tenían que conformarse con rachas de
viento, heladas, aguaceros, temperaturas gélidas, cielos encapotados, aceras
resbalosas, abrigo, botas y paraguas.
Pero incluso había
más: las maliciosas maneras de los meteorólogos al anunciar el tiempo formaban
parte de un ritual alegórico que hurgaba aún más en la herida de la desdicha
norteña. Había una promesa, un atisbo de ilusión en cada intervención de los presentadores
que comenzaba por generalizar las bondades del clima para, apenas unos segundos
después de haber alimentado la esperanza, desbaratar cualquier sueño con el
recurso a la excepción, al “en todas partes menos acá”: el habitante del Tercio
Norte es alguien a quien la felicidad se le muestra, se le expone delante de
sus ojos y se le ofrece como posibilidad cierta, para luego arrebatársela día sí
y día también.
Aquí es donde la
historia se vuelve confusa. No se sabe si hubo aluna suerte de común acuerdo,
una reunión secreta de conciencias o una simple conjunción azarosa de
pensamientos, pero lo cierto es que muchos hicieron propia la desgracia del
norteño y, aun residiendo en los extremos más alejados del mapa, adoptaron una
expresión para describir la desventura personal:
“Parece que vivo
en el Tercio Norte”;
o
“Ni que viviera
en el Tercio Norte”;
o
“Más desgraciado
que viviendo en el Tercio Norte”;
o simplemente:
“Es que vivo en
el Tercio Norte”.
Todos aquellos que
suman un traspié tras otro, una desgracia encadenada a otra; todos los que ven
asomar un anhelo en el horizonte y a los pocos instantes contemplan cómo
desaparece tras las nubes de la incertidumbre, el engaño o la estupidez;
cualquiera que se siente frustrado por las oportunidades que no llegan y los
trenes que se marchan en cuanto se pisa el andén; cualquiera que conoce la
derrota en persona y la victoria por fotos, está en condiciones de decir: “Vivo
en el Tercio Norte”.
No se sabe si
esta iluminación, esta toma de conciencia de la desdicha propia, conlleva
alguna contrapartida, alguna responsabilidad, o algún compromiso para con los
iguales o para con los demás. Nadie conoce realmente quiénes ni cuántos son, ni
qué traman los habitantes del Tercio Norte, si acaso traman algo.
Quizás se
resignan, aceptan su destino con naturalidad; tal vez entienden que es inútil
luchar contra las fuerzas de la naturaleza. O en una de esas están planeando la
manera de escapar a su destino. Al fin y al cabo, solo se trata de mudarse más
al sur.
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