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27 de abril de 2012

Los habitantes del Tercio Norte



No se sabe exactamente quiénes son. Algunos sostienen que se trata de una secta, una hermandad secreta o un grupo de iniciados; otros creen que son simplemente miembros anónimos de una red descentralizada, como pequeñas células terroristas de la desdicha; la mayoría, sin embargo, piensa que apenas son un recurso metafórico, una manera de designar a los que deben llevar el peso de una triste y caprichosa maldición. Solo una cosa es clara: los habitantes del Tercio Norte existen.

Todo comenzó, como casi siempre, con una observación curiosa sobre una realidad eterna. En el pronóstico del tiempo, por enésima vez, el mapa de España aparecía cubierto de soles y temperaturas agradables… excepto en el tercio norte. Una y otra vez, los meteorólogos de la televisión y la radio repetían la dichosa frase, siempre distinta, siempre la misma:

“Soleado en la mayor parte de la península, exceptuando el tercio norte donde estará principalmente cubierto con riesgo de chaparrones…”

“El buen tiempo reina en todo el territorio, a excepción del tercio norte ya que una borrasca entra por el Atlántico…”

“Nubes y claros, poco riesgo de precipitaciones, menos en el tercio norte donde se esperan lluvias abundantes…”

“Se anticipa un fin de semana ideal para realizar deporte y actividades al aire libre, aunque no en el tercio norte, donde el mal tiempo dejará frío, granizo e incluso nevadas hasta el martes…”

Y así sucesivamente.
Todos acariciados por el sol, bendecidos por brisas suaves y cálidas; todos disfrutando del cielo y de la tierra; todos felices. Menos en el tercio norte. Este detalle, este pequeño detalle, abrió paso a la fundación de un difuso club de perdedores cuya entidad y fisonomía aún se desconoce.
Al principio, los habitantes del Tercio Norte eran simplemente eso: los que tenían residencia permanente en el norte peninsular. No obstante, poco a poco, vivir por esos lares pasó a convertirse en una seña de identidad que iba más allá del domicilio. Ser un habitante de la franja septentrional devino en sinónimo de desgraciado: mientras los demás gozaban de una climatología favorable, los moradores de la parte alta del mapa tenían que conformarse con rachas de viento, heladas, aguaceros, temperaturas gélidas, cielos encapotados, aceras resbalosas, abrigo, botas y paraguas.
Pero incluso había más: las maliciosas maneras de los meteorólogos al anunciar el tiempo formaban parte de un ritual alegórico que hurgaba aún más en la herida de la desdicha norteña. Había una promesa, un atisbo de ilusión en cada intervención de los presentadores que comenzaba por generalizar las bondades del clima para, apenas unos segundos después de haber alimentado la esperanza, desbaratar cualquier sueño con el recurso a la excepción, al “en todas partes menos acá”: el habitante del Tercio Norte es alguien a quien la felicidad se le muestra, se le expone delante de sus ojos y se le ofrece como posibilidad cierta, para luego arrebatársela día sí y día también.

Aquí es donde la historia se vuelve confusa. No se sabe si hubo aluna suerte de común acuerdo, una reunión secreta de conciencias o una simple conjunción azarosa de pensamientos, pero lo cierto es que muchos hicieron propia la desgracia del norteño y, aun residiendo en los extremos más alejados del mapa, adoptaron una expresión para describir la desventura personal:

“Parece que vivo en el Tercio Norte”;

o

“Ni que viviera en el Tercio Norte”;

o

“Más desgraciado que viviendo en el Tercio Norte”;

o simplemente:

“Es que vivo en el Tercio Norte”.

Todos aquellos que suman un traspié tras otro, una desgracia encadenada a otra; todos los que ven asomar un anhelo en el horizonte y a los pocos instantes contemplan cómo desaparece tras las nubes de la incertidumbre, el engaño o la estupidez; cualquiera que se siente frustrado por las oportunidades que no llegan y los trenes que se marchan en cuanto se pisa el andén; cualquiera que conoce la derrota en persona y la victoria por fotos, está en condiciones de decir: “Vivo en el Tercio Norte”.
No se sabe si esta iluminación, esta toma de conciencia de la desdicha propia, conlleva alguna contrapartida, alguna responsabilidad, o algún compromiso para con los iguales o para con los demás. Nadie conoce realmente quiénes ni cuántos son, ni qué traman los habitantes del Tercio Norte, si acaso traman algo.
Quizás se resignan, aceptan su destino con naturalidad; tal vez entienden que es inútil luchar contra las fuerzas de la naturaleza. O en una de esas están planeando la manera de escapar a su destino. Al fin y al cabo, solo se trata de mudarse más al sur.

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