© Todos los derechos reservados.

31 de mayo de 2014

Plagiando a Cortázar


“Usted está plagiando a Cortázar”, me dijo mientras dejaba el manuscrito sobre la mesa entre asqueado y ofuscado. Muy serio lo dijo, hablando como si me acusara de un crimen horrendo: un parricidio, robar un caramelo a un niño. “¿Y qué pasa si Cortázar me plagió a mí?”, retruqué más serio aún, con el tono chillón e indignado que pongo ante imputaciones injustas y otras ofensas. “Pero escúcheme, insensato: Julio Cortázar se murió mucho antes de que usted aprendiera a escribir, ¿cómo se le ocurre que él podría haberlo copiado a usted?”, censuró con acento grave, aplastado por el peso de la ciencia, de la historia y de la verdad. “No sé, quizás viajó en el tiempo, nunca se sabe. O tuvo visiones en sueños donde yo escribía y él veía lo que yo había escrito y luego, al despertar, transcribió aquello que había visto. O quizás Cortázar nunca existió y es solo una creación mía, tan perfecta, tan autónoma, que hasta parece real”, lo confundí sin más argumentos que la duda.
“¿Habla usted en serio?”, preguntó tras una pausa de meditación e incredulidad. “No, no realmente”, suspiré resignado. “Yo, en realidad, siempre quise plagiar a Borges”.

1 comentario:

Graciela dijo...

Pobre hombre!!!. Muy bueno!