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17 de febrero de 2012

Fuera de juego

Corner by My Buffo XP

Corner, a photo by My Buffo XP on Flickr.
Cacho, la última incorporación de la barra, llegó junto al Negro hasta el bar de Manolo. Ahí lo encontraron al Rober, con una birra de litro sobre la mesa, unos manises, unos palitos y algunas servilletas de papel hechas pelota.


–¿Qué hacés, Rober? –saludó el Negro.
–Bajoneado –dijo el otro, como suspirando una obviedad.
–Contá, contá –sugirió Cacho, convencido de que hablar sobre un problema es la mitad de su solución. (Y sobreactuando su recién adquirida amistad con los muchachos).

«Es así, viste –sentenció El Rober–. Otro año más igual. Empieza el campeonato y ya te olvidaste del año anterior, de esos puntos tontos que perdiste de local, de cómo te cagó el referí en la cancha de los otros… Agua pasada. Te da igual. Ahora es distinto, arrancamos todo de cero. Tenés más o menos el mismo equipo, es cierto: alguno más veterano, algún pibe nuevo; pero más o menos lo mismo. Sabés que no es un gran equipo, uno de esos que hacen historia, que marcan a fuego la memoria de los hinchas propios y de los rivales; pero es digno, viste, y con la combinación de resultados adecuada, puede aspirar a campeón.
»A ver este año, te decís. Capaz que esta vez sí que se da.
»El primer partido te toca de local: ganás por goleada (un tres a cero, tampoco nada exagerado) y ya empezás a soñar. Después encadenás tres o cuatro triunfos al hilo: alguno sobre la hora, otro de puro milagro, y alguno sólido pero mínimo. Empatás con un equipo difícil, de visitante, y te llenás de orgullo. Capaz que esta vez sí que se da, te repetís con más convicción.
»Y entonces vas y ganás a uno de los de arriba, de los jodidos, al vigente campeón o algo así. Y te envalentonás. Se te da por cantar, en público y sin remordimientos, eso de que “vaaa saveeer que vamo sasalir campeoneee…”

»Un empate de local. Partido feo, malo. Un traspié, no pasa nada.

»Primera derrota, de visitante. Mala pata: un descuido de la defensa, o una pifia del arquero, pero nada grave. Casualidad, mala suerte. Esto sigue.

»Pero entonces enganchás dos empates, otra derrota… y cuando te querés dar cuenta te empiezan a sacar dos, cinco, siete puntos de ventaja.
»El equipo, de a poquito, se te viene abajo. Vuelven los viejos fantasmas, las viejas dudas. Los muchachos lo intentan, se dan ánimos, se motivan antes de cada partido, en el túnel o en los vestuarios: “Vamo’ ¿eh? ¡Concentrados, carajo!” Pero en cuanto entra el primer gol en contra, en cuanto un tiro en el palo tuyo se convierte en un contraataque y en el uno a cero para ellos, a todos se les viene la imagen del torneo anterior, y el anterior, y el otro… Ya saben que no hay arreglo. Que es lo que hay, que no se puede aspirar a otra cosa. Que nos va a tocar ser otra vez octavos, o décimos.

»No tenemos la suerte de campeón, pensás primero.
»No tenemos recursos de campeón, después.
»No tenemos pasta de campeón, finalmente.

»Nunca vamos a salir campeones. No es lo nuestro. Somos el relleno, los figurantes, el mal necesario, el vehículo para que otros conozcan la gloria del triunfo. Nada más.

»Termina el campeonato y ahí estás, a mitad de tabla, un año más viejo, un año más cansado. ¿Vale la pena? ¿Tiene sentido? ¿Para qué seguir jugando?
»Con la pelota parada, te ponés a pensar, te replanteás tus prioridades, lo que querés y lo que podés ser, hasta dónde te permitís aspirar. Hacés un balance racional y te intentás convencer de que vas a tomar una actitud sensata, que esto no te va a pasar de nuevo, que no vas a ilusionarte ni a sufrir otra vez. Capaz que es momento de retirarse.
»Pero entonces se viene el nuevo campeonato y te volvés a juntar con los muchachos; te alegrás de verlos, te entusiasma la idea de pisar otra vez el césped, de tocar el cuero, de no volver a cometer ese fallo, de acertar la próxima vez. La próxima vez. Esta vez. Esta vez no nos van a agarrar, esta vez ya sabemos lo que hay que hacer. Y te la creés.
»Capaz que esta vez sí que se da, decís. Y el ciclo vuelve a empezar.»

El Rober se calló. Tomó un sorbo de cerveza y perdió la mirada por unos segundos en el platito de maní. Después suspiró y, sin levantar la vista, saludó a los muchachos hasta mañana, dejó unos pesos sobre la mesa y se fue caminando despacito, cabizbajo.
Cacho y el Negro lo vieron alejarse en silencio. Cuando el Rober ya estaba a una manzana, Cacho habló:
–Este Rober es un poeta del fulbo, eh –le dijo con tono cómplice al Negro.
–¿Fútbol? –preguntó retórico el Negro, con la suficiencia que dan los años de experiencia, el conocimiento cercano de un amigo, el haber compartido mil batallas, mil derrotas– No, el Rober no hablaba de fútbol. A este lo que le pasa es que, de nuevo, por enésima vez, acaba de rechazarlo una mina.

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