–¿Qué hacés, Rober? –saludó el Negro.
–Bajoneado –dijo el otro, como suspirando una
obviedad.
–Contá, contá –sugirió Cacho, convencido de
que hablar sobre un problema es la mitad de su solución. (Y sobreactuando su
recién adquirida amistad con los muchachos).
«Es así, viste –sentenció El Rober–. Otro año
más igual. Empieza el campeonato y ya te olvidaste del año anterior, de esos
puntos tontos que perdiste de local, de cómo te cagó el referí en la cancha de
los otros… Agua pasada. Te da igual. Ahora es distinto, arrancamos todo de
cero. Tenés más o menos el mismo equipo, es cierto: alguno más veterano, algún
pibe nuevo; pero más o menos lo mismo. Sabés que no es un gran equipo, uno de
esos que hacen historia, que marcan a fuego la memoria de los hinchas propios y
de los rivales; pero es digno, viste, y con la combinación de resultados
adecuada, puede aspirar a campeón.
»A ver este año, te decís. Capaz que esta vez
sí que se da.
»El primer partido te toca de local: ganás por
goleada (un tres a cero, tampoco nada exagerado) y ya empezás a soñar. Después
encadenás tres o cuatro triunfos al hilo: alguno sobre la hora, otro de puro
milagro, y alguno sólido pero mínimo. Empatás con un equipo difícil, de
visitante, y te llenás de orgullo. Capaz que esta vez sí que se da, te repetís
con más convicción.
»Y entonces vas y ganás a uno de los de
arriba, de los jodidos, al vigente campeón o algo así. Y te envalentonás. Se te
da por cantar, en público y sin remordimientos, eso de que “vaaa saveeer que
vamo sasalir campeoneee…”
»Un empate de local. Partido feo, malo. Un
traspié, no pasa nada.
»Primera derrota, de visitante. Mala pata: un
descuido de la defensa, o una pifia del arquero, pero nada grave. Casualidad,
mala suerte. Esto sigue.
»Pero entonces enganchás dos empates, otra
derrota… y cuando te querés dar cuenta te empiezan a sacar dos, cinco, siete
puntos de ventaja.
»El equipo, de a poquito, se te viene abajo.
Vuelven los viejos fantasmas, las viejas dudas. Los muchachos lo intentan, se
dan ánimos, se motivan antes de cada partido, en el túnel o en los vestuarios:
“Vamo’ ¿eh? ¡Concentrados, carajo!” Pero en cuanto entra el primer gol en
contra, en cuanto un tiro en el palo tuyo se convierte en un contraataque y en
el uno a cero para ellos, a todos se les viene la imagen del torneo anterior, y
el anterior, y el otro… Ya saben que no hay arreglo. Que es lo que hay, que no
se puede aspirar a otra cosa. Que nos va a tocar ser otra vez octavos, o
décimos.
»No tenemos la suerte de campeón, pensás
primero.
»No tenemos recursos de campeón, después.
»No tenemos pasta de campeón, finalmente.
»Nunca vamos a salir campeones. No es lo
nuestro. Somos el relleno, los figurantes, el mal necesario, el vehículo para
que otros conozcan la gloria del triunfo. Nada más.
»Termina el campeonato y ahí estás, a mitad de
tabla, un año más viejo, un año más cansado. ¿Vale la pena? ¿Tiene sentido?
¿Para qué seguir jugando?
»Con la pelota parada, te ponés a pensar, te
replanteás tus prioridades, lo que querés y lo que podés ser, hasta dónde te
permitís aspirar. Hacés un balance racional y te intentás convencer de que vas
a tomar una actitud sensata, que esto no te va a pasar de nuevo, que no vas a ilusionarte
ni a sufrir otra vez. Capaz que es momento de retirarse.
»Pero entonces se viene el nuevo campeonato y
te volvés a juntar con los muchachos; te alegrás de verlos, te entusiasma la
idea de pisar otra vez el césped, de tocar el cuero, de no volver a cometer ese
fallo, de acertar la próxima vez. La próxima vez. Esta vez. Esta vez no nos van
a agarrar, esta vez ya sabemos lo que hay que hacer. Y te la creés.
»Capaz que esta vez sí que se da, decís. Y el
ciclo vuelve a empezar.»
El Rober se calló. Tomó un sorbo de cerveza y
perdió la mirada por unos segundos en el platito de maní. Después suspiró y,
sin levantar la vista, saludó a los muchachos hasta mañana, dejó unos pesos
sobre la mesa y se fue caminando despacito, cabizbajo.
Cacho y el Negro lo vieron alejarse en
silencio. Cuando el Rober ya estaba a una manzana, Cacho habló:
–Este Rober es un poeta del fulbo, eh –le dijo
con tono cómplice al Negro.
–¿Fútbol? –preguntó retórico el Negro, con la
suficiencia que dan los años de experiencia, el conocimiento cercano de un
amigo, el haber compartido mil batallas, mil derrotas– No, el Rober no hablaba
de fútbol. A este lo que le pasa es que, de nuevo, por enésima vez, acaba de
rechazarlo una mina.
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