Y usted se preguntará ¿qué es esto?
O, también, ¿y esto qué es lo que es?
O, por qué no, ¿qué m… me trajiste?
Por eso me siento obligado a anticipar su
pregunta y escribir esta presentación, a modo de respuesta.
Pensamiento Marrón es una novela. Sí, ya sé que no parece una novela, pero
precisamente por eso: con Vladimiro Marrón nada es lo que parece.
Pero ¿qué es una novela? Todo, nada. La
vigesimotercera edición del diccionario de la RAE me lo sirve en bandeja: la
primera acepción para novela es “Obra literaria narrativa de cierta
extensión”. Es decir que cualquier “obra literaria narrativa” (sea lo que sea
eso) que tenga “cierta extensión” (sea lo que sea eso, aunque uno tiende a
creer a que debe ser massomeno larga) es una novela. Claro, si uno
piensa en la novela tradicional, en introducción, nudo y desenlace, en el
equilibrio-desequilibrio-nuevo equilibrio, en la narración lineal y en tercera
persona de hechos pasados (o en pasado), evidentemente le parecerá que Pensamiento
Marrón no reúne los requisitos para ser una novela. Pero mucho se ha
innovado desde las tradicionales obras de Cervantes o Dostoievski o Dumas o
Dickens, y ahora cualquier invento es una novela, incluso la incoherente
verborrea de un irlandés borracho o los guiones toscos producidos por algún
negro bajo el amparo de alguna firma prestigiosa. Así que ni la RAE ni la gente
de Letras en general tienen idea de cómo definir una novela. Cuando los límites
del género se borran, es difícil trazar líneas rojas que marquen la diferencia
entre un compendio de idioteces y una historia bien articulada. Quizás por eso Pensamiento
Marrón es una novela: porque a mí se me da la gana decir que es una novela.
(Y dado que en el panorama de las letras
hispánicas no parece haber lugar para otra cosa que no sean novelas, es normal
que cualquier escritor de medio pelo pruebe suerte con el género, aunque más no
sea disfrazando su compendio de idioteces bajo un forzado traje novelesco.)
Márketing
Es verdad que hay algo de márketing en
esta definición: si me limito a describir el libro como “una parodia de los
ensayos y artículos del mundillo intelectual”, o “una burla de, por y para los
intelectuales” o algo por el estilo, la obra pierde glamour, interés, gancho. En
cambio, si afirmo que es una novela, los críticos podrán decir que presenta la
historia de manera muy original, mediante fragmentos de textos[1] que parecen
hablar de otra cosa mientras reconstruyen la fabulosa vida del estrambótico
personaje que es Vladimiro Marrón, aderezada con una trama de intrigas,
envidias y complots dignos del policial negro, las películas de espías o los thrillers
de Dan Brown, y con un mensaje final de trascendencia
filosófico-existencialista.
Este libro, como muchos buenos ejemplares
de la literatura de misterio, encierra pistas ocultas aquí y allá para que el
lector atento pueda desentrañar el enigma escondido en sus páginas, mientras
que, en su conjunto, es una gigantesca parábola sobre el (sin)sentido de la
vida.
La Biblia
Pensamiento Marrón es, también y por qué no decirlo, la Biblia del marronismo. En ella
hay máximas, parábolas, anécdotas, fábulas, y toda una serie de subgéneros
literarios presentes en las sagradas escrituras: centrados en la vida, obra y
misterio del profeta Marrón, se ofrecen como una guía moral y espiritual
para los lectores devotos.
Además, el libro cumple con el requisito
de ser una amalgama de textos de procedencias y épocas dispares, y tiene el
mismo grado de (in)coherencia que los escritos bíblicos. Sin contar con que no
se descarta la aparición futura de evangelios apócrifos o nuevos textos
sagrados preparados por la Iglesia de Vladimiro de los Intelectuales de los
fines de semana.
Porquería
Pero Pensamiento Marrón es una
cagada. Está mal hecho, es así. El nivel de los textos es muy desparejo, no
parece haber realmente un plan que guíe la obra y da la sensación de que el
autor de esta recopilación lo terminó a las apuradas. Incluso, si se mira bien,
hay erratas por todas partes, incluyendo los títulos. Claro que alguien (el
autor, especialmente) dirá que esas erratas son parte de la obra, que están
puestas allí adrede, para demostrar alguno de los postulados marronistas acerca
del peligro de la escritura para la palabra y el peligro de la palabra para el
pensamiento. La traición de la errata siembra la duda y abre el campo de la
interpretación: ¿qué quiso decir el autor? ¿Está creando un neologismo, está
proponiendo un desafío al lector? ¿O es un ignorante supervisado por un
inoperante? ¿Y si hay una errata visible, habrá erratas invisibles, palabras
que, por una letra, se cambian por otras palabras con significados totalmente
diferentes, modificando por completo el sentido del texto y el mensaje de su
autor? ¿Cómo saber si lo que se está leyendo es lo que se debería estar
leyendo, lo que el autor quiso decir, lo que se suponía que debíamos leer?
Personalísima visión
Por otra parte, Pensamiento Marrón
es ocasiones es tan personal (una personalísima visión) que el lector se va a
perder muchas de las referencias, bromas y guiños que pueblan casi todos los
capítulos. Por fortuna, el que persista en leer el texto tiene una ventaja con
respecto a, por ejemplo, el profano que se aventuraba antaño en los laberintos
de Borges: hoy en día puede tener a mano, siempre disponible, la Wikipedia,
Youtube y el buscador de Google para despejar con inmediatez cualquier
duda sobre una frase, cita, nombre, persona o personaje. A pesar de la
naturaleza traicionera de las enciclopedias y de internet, buena parte de los
misterios marronianos podrán ser accesibles para el lector perseverante.
En ese sentido, el libro tiene varios
niveles de lectura. Está el superficial, el que se encuentra de entrada: uno
lee un texto que empieza y termina y ya está; cada fragmento de Pensamiento
Marrón es una pequeña unidad de sentido que se puede leer por separado y
uno se puede quedar con la sensación de que ha leído una pieza cerrada, como un
artículo de periódico o un cuento. Luego hay un segundo nivel, el de las
conexiones internas: las distintas partes del texto se vinculan unas con otras
y, mediante la lectura del conjunto, uno va teniendo una idea aproximada de
eventos que se insinúan en un lugar pero que se desarrollan o se complementan
en otro. Después está el nivel de las referencias externas: muchos textos, para
ser comprendidos en su totalidad, requieren ser conectados a otras obras que no
forman parte del libro, y cuyo conocimiento puede contribuir a completar el
sentido de la obra. Y es posible que haya varios niveles más, metalingüísticos
y metadiscursivos: usted métale nomás y ya va a ver cómo aparecen.
La red de semiosis social es infinita,
como la imaginación.
Conclusión
En resumen, todo lo dicho hasta acá
equivale a decir que Pensamiento Marrón es (en el fondo) más que una
novela (por su vocación de trascendencia); y es menos que una novela (por su
paupérrima calidad).
[1] Así
como en Drácula o Frankenstein la historia se narraba
mediante documentos (cartas, bitácoras, etc.) en Pensamiento Marrón también se habla de un monstruo.
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