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19 de agosto de 2011

Dos versiones

Uno
Un rey tonto, espoleado por un consejero inepto y una corte de imbéciles, gobernaba un reino pobre y devastado. Los feudos vecinos se aprovechaban de él; e incluso algunos caballeros, provenientes de los confines más remotos, se paseaban triunfantes y desafiantes por aquellas tierras sin que nadie pudiera impedírselo. Las aldeas de campesinos languidecían y en los bosques aumentaban día a día las bandas de ladrones, que asechaban los caminos y robaban por igual a pobres y ricos, afortunados y desdichados.
Ante el caos ingobernable, el consejero no encontró respuestas y huyó. El rey llamó entonces a un antiguo hechicero, acusado de provocar cataclismos naturales, a quien pidió que deshiciera los males que había creado. Pero el hechicero, apenas un viejo loco y embustero, no consiguió sino empeorar las cosas.
Mientras tanto, un enano inescrupuloso, un antiguo bufón de otro rey que fuera apartado de la corte, consiguió comprar las voluntades de algunos forajidos, a la vez que arengó a las turbas hambrientas en contra de los débiles gobernantes. De tal modo, el gobierno del rey tonto cayó por el peso de su propia incompetencia.
Los disturbios de la turba sembraron el caos y la desesperación. Caballeros de dudosa calaña pretendieron el trono, y se debatieron en escaramuzas de poca monta sin mayor trascendencia que un vano y efímero triunfo. Así las cosas, el propio enano se puso a la cabeza del reino aunque, innoble como era, solo podía hacerlo por un tiempo limitado. El enano mandó la turba a sus casas y convirtió a los bandidos en soldados de Su Majestad. En pocos meses, y aventado por la desolación, consiguió estabilizar los despojos del gobierno y tramó una intriga para hacerse con el control del reino cuando le tocase abandonar el trono.
Cuando por fin creyó que había conseguido su objetivo, eligió de entre los caballeros del reino al más desconocido, llegado de las fronteras más lejanas del feudo, y lo nombró su favorito. Los otros caballeros, algunos más afamados y prestigiosos, algunos más queridos por el populacho y otros mejor considerados entre la nobleza, se opusieron a la elección de tal delfín. Pero el enano siguió adelante con su plan, dispuesto a que el caballero ignoto se convirtiera en el rey al que pensaba dominar desde las sombras.
El antiguo bufón organizó unas justas en las que los vítores de la multitud harían de árbitro para designar al ganador. El delfín del enano batalló de manera mediocre y no consiguió el consenso suficiente entre los espectadores, pero se las ingenió para eliminar uno a uno a sus también débiles oponentes hasta llegar a la contienda final. Allí debía enfrentarse ante el preferido de la nobleza, que desertó antes del combate al saber que jamás contaría con el apoyo de la plebe.
Así, el delfín del enano se convirtió en rey y gobernó con ayuda del principal asesor doméstico, un mago y matemático que le había legado el viejo bufón. Sin embargo, el delfín comenzó a tener ambiciones propias y, lentamente, se distanció del enano. También se deshizo del asesor, cuya magia había conseguido recomponer las arcas de la corona. Sin embargo, para el rey, que tenía sus planes, el dinero no era suficiente. Necesitaba más, así que expulsó al mago y comenzó a llenar la corte de fieles lacayos.
El rey tramó un plan para hacerse con el poder absoluto. De la mano de su esposa, comenzaron a apropiarse y redistribuir a su antojo todos los frutos del reino. Con las manos llenas de oro compraron nuevas lealtades entre los bandidos y algunos nobles, que pronto olvidaron las promesas al enano y sus viejos juramentos.
La recobrada paz y la aparente prosperidad permitió calmar las iras de la turba, a quienes los nuevos reyes entretuvieron con espectáculos de circo y nuevas justas deportivas.
El rey y la reina compraron también las voluntades de sabios y alquimistas, quienes explicaron a cambio de unas monedas que todas las bondades del Universo, desde la abundancia de lluvias, el calor del sol, la fertilidad de la tierra, hasta el cantar de las aves, se debían a la gracia y gloria de Sus Majestades. Y, a su vez, difundieron que las heladas asesinas, el frío del invierno, las sequías y las bestias salvajes eran artimañas de los nobles rebeldes que conspiraban junto a los demonios del pasado en sus fortalezas de piedra y hierro, planeando atentar contra los únicos, verdaderos y más grandes reyes de toda la historia.
El enano y los viejos nobles, entre tanto, comenzaron a buscar el mejor modo para destronar a los usurpadores. Pero las ambiciones personales impedían conformar un ejército que lograse imponerse a los bandidos reales y a la turba enceguecida.
Entre tanto, el hijo de un mercader rico, un joven demasiado tonto para heredar los negocios de su padre, consiguió hacerse con el control de la urbe más rica del reino gracias al dinero de las familias más poderosas de la ciudad. Desde allí, el muchacho pretendía dar el salto al trono, instaurando una nueva forma de gobierno que eliminara la vieja monarquía absoluta por una plutocracia de comerciantes y terratenientes.
Pero después de varios años de reinado, el rey murió y dejó como heredera a su reina, quien mandó construir un templo magnífico donde enterrar al rey, y ordenó a los juglares de todo el reino que contaran al mundo la grandeza del difunto, que alabaran su virtud y que hicieran de él un semidiós, un emisario del Bien eterno, que debía ser honrado y adorado como tal. Y así, la soberana ocultó con el recuerdo y la gloria de los viejos buenos tiempos su flaqueza y su falta de ideas en las artes de gobierno, mientras se preparaba para enfrentar a sangre y fuego la amenaza de sus enemigos.
Aunque lo que pasó con la reina ya es otra historia.

Dos
Había una vez la nada, un caos inmortal, un agujero negro que se tragaba la vida y la esperanza, un desierto de oscuridad en el que vagaban sin sentido las almas inocentes de los nacidos con buen corazón.
Y entonces, un día, por generación espontánea, directamente desde el paraíso sempiterno del bien y la prosperidad, se materializó ante el Universo el caballero de brillante armadura, y junto a él su doncella la más bella, puros e inocentes, desprovistos de todo mal.
Y mataron al dragón y gobernaron para siempre y todos vivieron felices.
Fin.



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