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9 de diciembre de 2012

Diamante


La charla pasó a debate, de ahí a polémica y de ahí a lucha encarnizada. Los amigos hablaban con la pasión que solo se demuestra cuando se tratan cuestiones vitales para el ser humano, como la religión o la política.
‒¡Es así, es así! ‒gritaba el Rober, agarrado a la mesa con las dos manos, como si quisiera evitar que se le escapara corriendo sobre sus cuatro patas.
‒Tampoco la pavada, Rober, tampoco… ‒rebatía con fastidio el Negro, en el punto álgido de la discusión, atrayendo la vista de todo el café.
Cacho intentaba contemporizar:
‒Bueno, ni uno ni otro, es un poco de todo…
Mandrake, mientras se subía el cierre del pantalón a la salida del baño, y sin saber bien por dónde venía la conversación, intervino sin dirigirse a nadie en particular:
‒¡No jodás! No jodás que todos sabemos como es la cosa, viste.
‒Lo que pasa es que vos te quedaste en los setenta, ¿me entendés? ‒recriminaba Julito al Rober con la boca llena de manises.
‒¿Qué setenta ni qué ocho cuarto? ‒se defendía el Rober‒ Acá lo que pasa está muy claro: hay gente que no se banca el pensamiento popular, ¿sabés? Acá hay gente que no se banca, por ejemplo, que haya un líder, un tipo que dirija la cosa.
‒¿Pero de qué líder me estás hablando? Hoy en día, eso del líder no va más. Acá hay que hacer las cosas entre todos ‒insistía el Negro.
‒No te hagás el comunista, Grone ‒eructaba Mandrake, sacándose restos de aceituna de entre los dientes.
‒Bueno, che, todo depende de cada momento y de cada situación… ‒murmuraba Cacho, tapado por el bullicio de los otros.
‒Ni líder ni una mierda. Mirá Europa, ¿eh? Ahí no hay nada de eso, viste, y les va mejor que a nosotros ‒argumentaba Julito.
‒Bueno, ya salió el cheto de Europa ‒viró de golpe Mandrake, aplastando un moco contra una servilleta de papel.
‒Tá bien, vos decí lo que quieras, ¿pero les va mejor o no les va mejor? ‒insistió Julito, algo apocado.
‒No me hablés de los europeos, que esos arreglan todo con guita. Acá hablamos de otra cosa, señor. Acá hablamos de mística, de sentimiento ‒explicaba el Rober apretando los puños contra el pecho.
‒Pero con la mística no vas a ningún lado, pelotudo ‒contratacó el Negro‒. La mística es para la gilada. Acá lo que importan son los resultados.
‒Eso, y en Europa les va fenómeno ‒acotó Julito.
‒A ver, escuchame: ¿a quién recuerda la historia? ¿Eh? ¿A un tipo del montón, que pasó sin pena ni gloria? ¿O a un líder, a uno que marcó la diferencia? ¿Eh? Decime, dale, ¿eh? ‒desafió el Rober.
‒¡Ja! ¡Te cagó! ‒rió Mandrake, tapando un pedo con la carcajada.
‒La historia recuerda el conjunto. Los hombres siempre son anecdóticos ‒ilustró el Negro.
‒Bueno, no exactamente… ‒matizaba Cacho sin que nadie lo oiga.
‒Lo tuyo, Negro, es de una ingenuidad pasmosa ‒teorizó el Rober.
‒¿Ingenuo yo? ‒respondió el Negro incrédulo.
‒Eso, el ingenuo sos vos, Rober, ¿no ves que los tiempos cambian? ‒se solidarizó Julito con el Negro.
‒A ver, a ver si me entienden: hay cosas que son eternas, que funcionan siempre, desde que el mundo es mundo ‒volvió a empezar el Rober.
‒Bueno, hay muchas cosas que funcionan, pero no todas son igual de eficaces… ‒gesticulaba Cacho, empleando sus manos como si fueran balanzas.
‒¿Qué hacés, salame? ¿Acá quién habla de tocar tetas? ‒malinterpretó el gesto Mandrake.
‒A ver, manga de forros, cortenlá, que acá la gente está hablando de cosas serias ‒regañó el Negro a los dos anteriores; y después se dirigió al Rober, apuntándolo con el índice de la mano derecha: ‒Hay cosas que funcionaron en su contexto, en su época, con los medios y la mentalidad que había en la época. Pero las cosas cambian. Ya no estamos en esos tiempos en que había que improvisar y encomendarse a un tipo iluminado. Ahora se pueden analizar las cosas, estudiar, planificar…
‒¡Andá a cagar, boludo! ‒interrumpió el Rober‒ ¿Qué querés inventar? Las cosas son más simples que todo eso.
‒No, no, no, todo tiene su ciencia. Fijate sino… ‒empezó a argumentar Julito, pero se le escapó la cerveza de la boca y no terminó la frase.
‒Ni ciencia ni paciencia ‒aprovechó el Rober para contratacar‒. Para lo único que sirve la ciencia es para que haya treinta pelotudos en un edificio inventándose estadísticas. Y lo que hay que hacer hay que hacerlo y punto. Esto es pura práctica, pura acción. Y el que no se dé cuenta es un pelotudo.
‒¿Ah sí? ¿Sabés qué te digo? ‒gritó el Negro poniéndose de pie y rascando billetes en el bolsillo‒ Que te quedés vos con tu líder y la reputa madre que lo parió. Así nos va como nos va, esperando siempre el milagro del mesías, el salvador de la patria y la redomada concha de la lora.
‒Bueno, che, no nos pongamos así… ‒calmaba Cacho, aunque el salero le hacía más caso que sus amigos.
El Negro se fue y no dio un portazo porque era verano, hacía calor, y el dueño del bar tenía la puerta abierta de par en par. Julito hizo un gesto de disculpa, se apuró a bajar la cerveza y, tosiendo del atragante que tenía, se fue detrás del Negro. Mandrake se puso a tirarle cáscaras de maní a Cacho, como si no tuviera otra cosa mejor que hacer. Y el Rober, algo abatido, se recostó sobre la mesa:
‒Nada, nada. 4-4-2, con un rombo en el mediocampo. Un tipo en cada banda, un cinco y un diez. Un diez, como los de siempre. Eso es lo único que siempre funciona en el fútbol ‒concluyó, rumiando como para sí, ya sin nadie que lo escuchase.

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