Todo el mundo, en una u otra medida, conoce lo que es una
cena de empresa, de esas que se celebran a final de año. Borracheras
generalizadas, bromas del Jefe a los empleados y de los empleados al Jefe (con
revanchas personales incluidas), encuentros sensuales (o directamente sexuales)
entre compañeros de trabajo, peleas a golpe de puño, desapariciones misteriosas
y apariciones enfervorizadas, y un largo etcétera de anécdotas que se repiten
año tras año, empresa tras empresa (véase, por ejemplo, el reportaje ilustrado
de El Jueves).
Pero en toda cena de empresa hay un soso, un amargo, un tipo
aburrido que con su cara de Amanita
muscaria y su actitud avinagrada se aburre y aburre a los demás. Este
personaje es uno que se pierde todo lo que ocurre, aunque esté en una posición
privilegiada para presenciarlo: es como un Safety
Steward en los partidos de fútbol (esos que están vestidos con chalecos o
abrigos fluorescentes, mirando al público y de espaldas al campo de juego), que
están en un sitio inmejorable para ver el partido pero miran para el lado
contrario; al final, se enteran todo por rumores (un grito de gol, una ovación,
un abucheo, una silbatina) y solo comprenden totalmente lo que ha ocurrido una
vez que termina el encuentro y alguien se los relata.
El soso, realmente, no tiene claro para qué va a la cena de
empresa. Quizás un poco para no enfadar (y/o entristecer) al Jefe; o tal vez para
no aguantar a algún compañero pesado que le insiste y le insiste para que vaya.
En cualquier caso, se lo toma como una suerte de obligación, un trámite que
debe cumplir anualmente, como hacer la declaración de la renta, pasar la
revisión del auto o controlarse las caries.
Para un tipo así, ¿qué es la cena de empresa? ¿Cómo se ve
este evento a través de sus ojos? Es muy simple. Para el soso, la cena de
empresa es un ritual absurdo con unas etapas claras y definidas, en las que no
pasa nada sustancial para el destino del universo, a saber:
- Llegada: saludos
protocolarios con los compañeros. Espera interminable (cinco minutos) a
que le indiquen el asiento que ocupa. Conversaciones sobre el tiempo o
sobre el trabajo. Silencios incómodos.
- En la mesa: ubicación y
reserva de un sitio discreto. Mordisqueo de pan. Conversaciones sobre el
tiempo con los compañeros de asiento. Silencios incómodos.
- Primer vino (el soso no
bebe): brindis en la mesa. Sorbito supersticioso al vino (no vaya a ser
que brindar y no tomar traiga alguna suerte de consecuencia catastrófica
para el futuro). Ingesta abundante de agua para diluir el vino y sus
efectos. Intentos infructuosos de pescar el hilo de conversaciones
divertidas que transcurren en otras zonas de la mesa.
- Entrante de mariscos (el
soso no come marisco): intentos de acallar los ruidos del estómago.
Mordisqueo de pan. Cesión amable de los frutti di mare a los compañeros de asiento. Mordisqueo del
acompañamiento (verduritas), aunque ingerido con agua para lavar el sabor
contaminado por el marisco.
- Primer plato de pescado:
mínimo alivio. Ración escueta. Viene con una salsa de setas o algo así que
provoca un poco de repulsión (y que el soso aparta). Pescado semicrudo,
ingerido con abundante agua para tapar el sabor (algo fuerte para su gusto).
Mordisqueo de pan.
- Brindis entonados:
sucesivos brindis convocados dentro y fuera de la propia mesa, sin
objetivo aparente más que el de bajarse otra copa de vino. Sorbitos
supersticiosos seguidos de una ingesta abundante de agua.
- Segundo plato con carne de
vaca: alivio aparente. Viene con zonas algo crudas. Ingesta con invocación
a los dioses de todas las religiones, rezando para que no haya ningún
parásito vivo nadando en la sangre roja. Mordisqueo de pan.
- Apertura de la veda
tabacalera (el soso no fuma): comienzo del lento proceso de ahumado que
dejará su ropa con más aroma a humo que un chorizo de León.
- Eventos especiales: reparto
de regalos. Proyección de videos o similares con ánimo lúdico
(probablemente lo más rescatable del evento, aunque el soso piensa que para
eso se quedaba en su casa y lo veía después por Youtube). Sorteos (al soso no le gustan los juegos de azar). Invocación
a los dioses de todas las religiones para que no le toque un premio y así
no se tenga que levantar del asiento a recogerlo.
- Brindis aún más entonados:
ahora con champán (o cava, o sekt, o como quiera usted llamarlo). Por la
empresa y esas cosas. Sorbitos supersticiosos seguidos de una ingesta abundante
de agua.
- Discursos emotivos: sucesivas
palabras de agradecimiento para todos los presentes. Vergüenza ajena por
las manifestaciones de algarabía expresadas en distintos puntos de la sala,
con invocaciones a personajes relevantes (por cargo o por simpatía) de la
empresa mediante gritos, vítores y otras manifestaciones futboleras.
- Concierto de cantos
guturales: interpretación de los Grandes
Éxitos de Alcohólicos Anónimos (vol. II) por parte de quienes reúnen,
al menos, uno de dos requisitos: tener mejor voz que la media (que no es
lo mismo que tener voz); o carecer de prejuicios. Invocación a los dioses
de todas las religiones para que acabe pronto.
- Copas (el soso,
definitivamente, NO bebe): ojeadas constantes al reloj, como si mirar
fijamente a las agujas acelerara el paso del tiempo. Algunos cambios de
ubicaciones (gente que pasa de una mesa a la otra; el soso no se mueve,
está cómodo en su rincón discreto). Intentos infructuosos de pescar el
hilo de conversaciones divertidas que transcurren en otras zonas.
Conversaciones sobre el tiempo o sobre el trabajo con algunos de los
recién llegados. Silencios incómodos.
- Fin de fiesta:
deslizamiento subrepticio para retirar el abrigo, evitando que algún
compañero de trabajo pesado lo intente convencer de que los acompañe a
seguir la parranda en otro lado. Paso previo por el baño para descargar la
enorme cantidad de agua ingerida durante la cena. Evasión discreta con
nocturnidad y alevosía.
Como corolario, de camino a casa (mientras respira el aire
puro de la noche para recambiar el ahumado de sus pulmones) el soso suele
plantearse la conveniencia de volver a malgastar su tiempo al año siguiente en
tamaño despropósito; pero finalmente (en su profunda sosez) sabe que se dejará arrastrar por la inercia.
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