Al oír que todos los caminos conducían a Roma, el joven Marco Tulio le dijo a su maestro que seguiría al azar cualquier camino hasta su final, y que de este modo no tardaría mucho en volver a la capital del Imperio.
Cuando pasaron veinte años sin noticias de Marco Tulio, el maestro supo que no había enseñado adecuadamente a su discípulo el arte de la retórica, en especial la comprensión de las figuras o tropos.
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