El día en que se celebraba el fin de la Muerte se pecó de optimismo. En primer lugar, porque sólo se trataba de dar la bienvenida a un fármaco que retrasaba indefinidamente el envejecimiento; en segundo lugar, porque la elaboración del fármaco era lenta y compleja, a tal punto que sólo un laboratorio en todo el planeta era capaz de ensamblar adecuadamente sus componentes; en tercer lugar, porque el fármaco era costoso y, por tanto, sólo estaba al alcance de los más ricos y poderosos.
La noche en que se celebraba el fin de la Muerte, los sepultureros dinamitaron el laboratorio e incendiaron el registro de patentes; los fabricantes de cremas faciales y suplementos vitamínicos robaron y destruyeron las existencias del fármaco; los dueños de asilos y geriátricos secuestraron y asesinaron a los científicos, farmacéuticos, directivos, burócratas, administrativos, funcionarios y empleados de todo rango que participaron en el proyecto.
Al día siguiente de que se celebrara el fin de la Muerte, se celebraron muchos funerales y la vida siguió su curso.
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