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23 de julio de 2010

El problema de la delincuencia organizada

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Rastaman, originalmente cargada por My Buffo.
Todo comenzó cuando el detective Carl Meldan descubrió a un espía ruso infiltrado en una banda de narcotraficantes mexicanos a las afueras de El Paso, Texas.
Durante una redada, los policías de El Paso habían apresado a un tal Juanito Sánchez, quien estaba fichado por delitos anteriores vinculados al tráfico de drogas y el delito organizado. En el sistema también figuraba que tenía una causa pendiente por homicidio en San Francisco, así que llamaron al encargado del caso, el detective Meldan.
Después de cinco años de investigación y numerosos conflictos con la DEA, el FBI, la NSA y el NCIS, el tenaz detective Meldan descubrió (y consiguió probar más allá de toda duda razonable) que Juanito Sánchez era en realidad Nikita Kiriakov, ex agente de la KGB.
Aquel incidente puso a Meldan sobre la pista de algo más grande. Comenzó a investigar a fondo el cartel de la droga y, para su sorpresa, encontró que los cinco miembros del círculo personal de Sánchez/Kiriakov eran: un espía del Mosad, un policía de Chicago, un agente de la ATF, un detective privado contratado por la Secretaría de Pesca de Montana y un miembro infiltrado de otro cartel. Lo curioso del asunto era que cada uno de los agentes encubiertos desconocía que los otros eran falsos delincuentes.
Meldan, por su parte, estaba dispuesto a descubrir al auténtico cerebro criminal y siguió la pista que se abría con el infiltrado del cartel rival. Sin embargo, la investigación posterior no pudo ser más desoladora al respecto: el sospechoso también resultó ser policía. De México DF, para ser más precisos. Pero no sólo eso, el entero cartel rival era un nido de servidores de la ley. Pero no de México, sino de Colombia.
El gobierno colombiano había entrenado individualmente a distintos policías de todas partes de América (mediante convenios de colaboración secretos) para que se infiltraran en las redes de distribución de México o Argentina. Empero, después de distintos derroteros, todos sus agentes acabaron uniéndose y creando un nuevo cartel. Eso sí, ninguno imaginaba que los otros eran policías.
Llegado a este punto, Carl Meldan empezó a temer lo peor, comenzó a sospechar algo que no se atrevió a compartir con nadie por temor a ser considerado loco, o senil. Y entonces le llegó la jubilación.
Sin embargo, obsesionado con la teoría que empezaba a carcomerle la cabeza, siguió indagando por su cuenta, pagándose costosos viajes por todo el mundo (con descuento para jubilados, allí donde se lo permitían) siguiendo una pista que fue haciéndose cada vez más firme. Viajó a Moscú y a Sebastopol, a Marsella y a Marbella, a Palermo y a Nápoles, a Londres y a Ciudad Juárez, a Nueva York y a Los Ángeles, a Mogadiscio y a Johannesburgo, a Shangai y a Hong Kong, a Singapur y a Melbourne, a Tokio y a Hurlingham. Todo lo que vio, oyó y averiguó fue volcado pacientemente en unas notas que, con el correr de los años, fueron convirtiéndose en un informe detallado con fechas, nombres, lugares y acontecimientos. Hasta que consideró que ya no hacía falta viajar más, que sus sospechas se habían confirmado. Y volvió a San Francisco. Allí dedicó cuatro años y medio en pasar en limpio su informe.
Un año antes de morir, consiguió convencer a un editor de su ciudad para que publicara en un libro las espeluznantes conclusiones de su trabajo. Lo tituló El problema del crimen organizado. En él, desarrollaba el resultado de su ardua investigación y denunciaba una realidad terrible: todos y cada uno de los seres humanos que participan en las organizaciones criminales, desde la cabeza suprema hasta el último matón, desde la mafia siciliana al cartel de Juárez (pasando por la Yakuza, los traficantes de armas de Medio Oriente, los piratas de Somalia, los contrabandistas chinos, entre muchísimas otras redes delictivas) son, en realidad, agentes del orden (sean policías, agentes secretos o espías) infiltrados.
“Los únicos criminales de verdad que existen hoy en día son los ladrones de gallinas y, quizás, la Policía Bonaerense”, remataba su trabajo Carl Meldan.


(El libro apenas tuvo publicidad y hoy se lo suele encontrar en edición de bolsillo junto con otros trabajos sobre conspiraciones gubernamentales e invasiones extraterrestres.)

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