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28 de julio de 2010

La muerte, después de la vida

La humanidad se pregunta, desde la noche de los tiempos, qué hay después de la muerte (si es que hay algo). La pregunta se repite y se suceden las respuestas fantasiosas, tan elaboradas como reiterativas, iguales a la metáfora sobre el Origen encapsulada en el sintagma ‘la noche de los tiempos’.
Nadie que haya pisado el reino que se extiende más allá de los oscuros muros de la Muerte ha regresado jamás para relatar qué hay (o no hay) del otro lado. Algunos moribundos hablaron de una luz al final del túnel (otra figura retórica que, en este caso, designa esperanza), pero nadie puede confirmar que sus recuerdos correspondan al exacto momento en que sus funciones vitales estuvieron paralizadas y no a otra etapa de su vida como, verbigracia, el nacimiento o una excursión al Karst esloveno.
Hay, por tanto, dos certezas claras en torno al gran misterio que aqueja al ser humano: la primera de ellas es que la humanidad jamás podrá dar una respuesta en voz alta sobre el destino final de nuestras almas (si es que hay almas, si es que hay destino final); la segunda, que cada uno de nosotros acabará sabiéndolo tarde o temprano.
Quizás por ello el famoso ‘Asesino de la Revelación’ escribía a sus víctimas unas sugerentes invitaciones a la que sería su última cena, en las que afirmaba gozoso: “Esta noche, después del postre, sólo unos pocos elegidos podrán conocer, finalmente, la respuesta al Misterio más importante de la vida.”
Además de por quince asesinatos, fue condenado por estafa. Cobraba a razón de cien dólares el cubierto.

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