En su travesía por las Américas, el viajero de origen morisco Carlos Méndez (seudónimo de Khaled Mandeb) conoció a los distintos pueblos que habitaban las tierras del Nuevo Mundo. En su obra de 1720 titulada El largo atardecer y amanecer y atardecer y amanecer y así sucesivamente del caminante, cuenta que comenzó su derrotero en las costas de Nueva Inglaterra y que descendió hacia el sur hasta la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre.
A su paso, Médez-Mandeb se encontró con asentamientos de hombres a los que describió como “pueblos incivilizados que se comportan de manera fanática según los preceptos de una deidad caprichosa que habla a través de sus sacerdotes, cegados por creencias absurdas en la brujería y las maldiciones.” Un poco más adelante, el viajero se topó con la existencia de “salvajes poco dispuestos al trabajo y más propensos a la guerra, sedientos de sangre y obnubilados por sus ídolos de oro, sus abalorios de plata y sus piedras preciosas.”
Anota, también, que además de todo aquello vio muchos nativos americanos.
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