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2 de julio de 2012

Convictos: Mi barba tiene tres (millones de) pelos



Christian R. creía positivamente en que su barba crecía a razón de uno o dos centímetros durante las ocho horas de sueño, y menos de de medio milímetro durante toda la vigilia. De este modo, cuando dormía demasiado su rostro se poblaba rápidamente y, en cambio, cuando pasaba mucho tiempo despierto tardaba días en que el vello facial alcanzara la categoría de barba.
Según el propio Christian R., solía acostarse con la piel suave, sedosa, hidratada, y se despertaba como un cardo, cubierto de puntiagudas agujas renegridas que ocultaban las líneas de sus facciones.
Sobra decir que Christian R. era un hombre muy coqueto y vanidoso. Pero aunque le gustaba verse lampiño, odiaba afeitarse. Así que dedicó sus esfuerzos a encontrar el modo de eliminar la barba de algún modo definitivo.
Acudió primero a sus amigos en busca de consejo, y ellos le dijeron algo que probablemente fuera cierto pero que Christian R. se negaba a reconocer: su barba crecía al mismo ritmo que la de todos, y si había alguna diferencia de longitud entre los períodos de actividad y los de reposo no podía ser tan enorme.
Como sus amigos, en lugar de solucionar el problema, lo negaban en redondo, decidió buscar respuestas entre los profesionales: para eliminar cualquier duda al respecto, en primer lugar contrató una consultoría que auditara y certificara el desfase de crecimiento entre día y noche; los consultores, como siempre, se encargaron de decir lo que su cliente quería escuchar.
A continuación, acudió a clínicas de estética y centros capilares: las primeras le ofrecieron tratamientos radicales, como la depilación láser, aunque el riesgo de que un error en el tratamiento o que algún efecto secundario deformara su rostro hizo desistir a Christian R.; los segundos, por su parte, no solo eran incapaces de ofrecer una solución, sino que además le propusieron que se dejara analizar por el staff científico para determinar si su raro caso podía aportar alguna ayuda en la lucha contra la alopecia.
Christian R., desconsolado, huyó de todo el mundo y se aisló en una cabaña perdida en el monte, a maquinar cómo conseguir que el universo pudiera disfrutar de su belleza sin que él tuviese que enfrentarse cada mañana a la tortura de la cuchilla de afeitar.
Y así, tras una noche de insomnio en la que no paró de escribir, tachar y arrancar hojas de un cuaderno con planes descabellados, creyó dar con una idea que, si bien no arreglaba el asunto de forma tajante, al menos sí establecía un razonable compromiso: debía dejar de dormir. Calculaba que, así, tendría que afeitarse una vez cada dos o tres meses.
Lo puso en práctica esa misma noche: se afeitó cuidadosamente una vez más y se preparó para días y días de piel impoluta. Sin embargo, algo fallaba en su plan y la barba continuaba creciendo a su ritmo habitual. Lejos de reconocer los hechos, Christian R. sospechó que se quedaba dormido sin darse cuenta; decidió entonces apuntar las horas de inicio y final de cualquier actividad, para detectar el momento y la duración total de sus fatídicos y pilosos desvanecimientos. Alimentado a base de cafeína y otras drogas que le impedían caer en el sueño, su mente trajo las fantasías oníricas ante sus ojos en forma de alucinaciones.
Una hermosa mujer entró flotando en su habitación, envuelta en vapores de tul y de seda; se acercó a él con caricias divinas, disfrutando con el tacto de su tez limpia; pero en cada caricia, Christian R. iba notando cómo su rostro se volvía áspero, hasta que se dio cuenta de que la hermosa mujer era una bruja o una sirena, y que sus diabólicas manos daban vida a una barba enorme que crecía sin parar y se trenzaba y se prolongaba más allá de lo imaginable, arrastrándose por el suelo y enredándose entre sus piernas sin dejarlo avanzar.

Lo encontraron unos exploradores. Algunos dicen que se ahorcó con su propia barba. Otros, que se ahogó con una bola de pelos. La mayoría cree que murió de cansancio.

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