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12 de noviembre de 2010

La misión

El señor Eugenio Villa fue un famoso polígamo. Podría decirse que era un marido serial, pues su comportamiento se asemejaba más al de un psicópata que al de un padre de familia.
    Su rutina, supo la policía, era siempre la misma: llegaba a una ciudad, seducía a una mujer joven y fértil, y engendraba dos, tres, cuatro o cinco hijos varones hasta que nacía la primera niña; entonces abandonaba el hogar y partía a otra ciudad, donde reemprendía la secuencia.
    Eugenio tenía una rara obsesión con la niñas, una extraña fijación que no parecía corresponderse con sus huidas repentinas. Las mujeres del polígamo declararon en los juzgados que su marido no mostraba entusiasmo alguno ante el nacimiento de los hijos varones y, en cambio, se emocionaba hasta las lágrimas cuando conocía que una mujercita estaba en camino. En su falta total de interés por los niños, dejaba a sus madres escoger los nombres (Esteban, Matías, Epifanio, Juan, Rodolfo, Sergio, Carlos, Florencio, Martín, José, Sebastián, Francisco, Federico, Nicolás, Julián, Timoteo, Jorge, Humberto, Ernesto, Brian y Bruno); los investigadores supieron que apenas intervenía para evitar que se repitieran apelativos entre hijos de distintas familias. En cambio, con las niñas era inflexible: todas tenían que llamarse Mara.
    Lo arrestaron cuando su séptima esposa acababa de traer al mundo una nueva chiquilla. Eugenio no estaba en el hospital, sino en el garaje de su casa, cargando unas pocas pertenencias en un auto robado, dispuesto a abandonar la ciudad. Al abrir el portón para salir, descubrió que estaba rodeado de policías. Uno de ellos, mientras le ponía las esposas, recitó la frase que había estado ensayando todo el día:
    –Se acabó, Eugenio. Nunca vas a conseguir la octava Mara Villa.

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