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21 de noviembre de 2010

Solipsistas


Los domingos al sol, originalmente cargada por My Buffo.

Marta y yo íbamos (como todos los domingos desde que empezaba el otoño) a repartir algunas mantas entre los indigentes a los que no podíamos convencer de que pasaran la noche en nuestro refugio. Nos topamos con uno que estaba medio borracho, tomando el sol en una escalinata. Era uno que siempre nos evitaba, que huía apenas nos veía venir; pero aquel día lo sorprendimos dormitando y no le dimos tiempo a emprender la fuga.
    –Sírvase, bueno hombre, que esta noche va a hacer mucho frío –le dije yo, respetuosa, mientras le sacudía un poco el hombro.
    –¿Seguro que no quiere pasar la noche en nuestro refugio? –intentó convencerlo Marta.
    –No hace falta: soy solipsista –contestó él.
    Marta y yo nos miramos sorprendidas, sin acabar de comprender qué estaba diciendo el indigente. Me animé a preguntar:
    –Perdone, pero… ¿y eso qué tiene que ver?
    –Que el mundo no existe –dijo él, categórico, arrojando un apestoso aliento a vino barato–. Hace frío o calor porque yo me lo imagino así. Para ponerle un poco de emoción, ¿sabe? Así que no necesito mantas ni refugios.
    –Vamos, hombre –le dije yo, con la vista en sus dedos maltratados por las inclemencias del tiempo–, si no quiere venir, al menos tome esta manta. No le va a hacer mal.
    –Aunque, si nos acompaña, podremos darle una sopa caliente, y hasta se podría duchar o cambiar de ropa –insistió Marta, que hacía malabares para evitar el fuerte olor corporal que el viento arrastraba hacia su posición.
    –Nada, no quiero nada. Muchas gracias por venir. Aunque me tendría que dar las gracias a mí mismo por hacer que vengan –especuló él, sorbiendo un trago del tetra-brik.
    –Deme las gracias por la manta, por favor –porfié, extendiéndole una muy gruesa, de diseño escocés.
    –¡La manta no existe! –vociferó entonces el indigente– De hecho, usted y su amiga tampoco existen, solo están en mi cabeza. Vienen para hacerme hablar, para que piense otra vez, para hacerme recordar que no hay nada excepto mi mente, que es un ente incorpóreo que habita en la eternidad de un infinito sin dimensiones espaciotemporales, ¿se da cuenta? Usted y su amiga no están ahí, son apenas una forma retorcida que tengo de hacerme decir a mí mismo: “No hay mundo, no hay realidad, únicamente tus pensamientos…”
    –¿Pero qué pensamientos ni qué ocho cuartos? –se ofendió Marta– Somos personas de carne y hueso, ¿ve? –y se pellizcó un brazo.
    –¡Eso es lo que quería que me dijera! ¿Lo entiende? –rió el borracho– ¡Está diciendo exactamente lo que yo imagino que va a decir! ¡Ja! ¡Es genial!
    Marta y yo volvimos a mirarnos incrédulas y decidimos no continuar con ese sujeto. Marta ensayó un saludo y dijo algo así como “estamos acá a la vuelta, por si se arrepiente”, y nos fuimos de ahí. Cuando estábamos a más de cien metros, le dije a Marta:
    –¿Será siempre así, o solo ahora porque está borracho? ¿O acaso está loco y se construyó un universo paralelo para escapar del dolor, un universo donde sus males son apenas un producto de su imaginación?
    La respuesta de Marta no pudo ser más inquietante:
    –Imaginé que preguntarías eso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen relato, creo que la imagen al comienzo ayuda mucho para recrear detalles como por ejemplo la voz del indigente, y muy buen remate con el apunte de Marta.De verdad que en la calle se encuentran unos personajes únicos, en ocasiones más cuerdos que muchos.

Julio Cerletti dijo...

Muchas gracias, Johan. ¡Nos seguimos leyendo!