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5 de junio de 2011

La solución a todos los problemas

Hace mucho tiempo, un viejo sabio determinó con precisión cuál era el problema (el único problema) que daba origen a todos los demás.
Luego de años entregado a la reflexión, el sabio encontró la solución a ese problema. (Y, por tanto, a todos).
Inmediatamente bajó de su torre de marfil y fue corriendo hasta el caserío más cercano. En el camino tropezó con una piedra, pero no le importó: se levantó y, aunque carcomido por el dolor, siguió rengueando veloz hasta el poblado.
Allí, se instaló en la plaza más transitada y dijo con voz firme y solemne: “Acabo de encontrar la solución a todos los problemas”.
–¿A mi problema de espalda? –preguntó una anciana.
–Sí –respondió satisfecho el sabio.
–¿A mi problema de dinero? –dijo el mercader.
–También –contestó el sabio con suficiencia.
–O sea que también mi problema de alcoholismo –razonó el borracho.
–Por supuesto –concluyó el sabio–. En cuanto solucione EL problema, los demás quedarán inmediatamente resueltos.
–Eso es genial –se alegró una mujer– porque no veo la hora de arreglar los problemas con mi marido.
–Y yo no puedo esperar a solucionar mis problemas con la ley –agregó un ladrón.
Y así, cada uno de los habitantes del pueblo comenzó a mencionar el problema que más lo aquejaba, como si enunciarlo implicara su inmediata desaparición. Pero cuando el murmullo entusiasta cesó y todos volvieron su mirada al viejo sabio, esperando la realización del anunciado milagro, descubrieron que el hombre estaba sentado con expresión desencajada, una mano sobre la rodilla y la otra rascando la cabeza.
–¿Qué le pasa? –preguntó un niño.
–Nada –contestó un forastero, mientras palmeaba la espalda del sabio–. Creo que tiene un problema de memoria.

Moraleja
El diablo sabe por diablo, peor más olvida por viejo.

Epílogo
Cada uno de los habitantes del pueblo volvió a su vida casi donde la había dejado. La anciana se alejó despacio, apoyándose trabajosamente en su bastón y tomándose de la cintura con la diestra. El borracho se tumbó al sol y brindó a la salud del sabio. La mujer regresó a casa, donde su marido (enfadado por el retraso) la esperaba con el puño preparado. El mercader, entretanto, gastó sus últimos ahorros en un billete de lotería, confiando su suerte a la suerte. El ladrón, delatado en la multitud, fue arrestado. Y el forastero continuó su camino sin que nadie supiera su nombre.
El sabio, finalmente, emprendió apesadumbrado el regreso a su torre, intentando recuperar los fragmentos de su memoria, reconstruir sus argumentos, reencontrar la solución; mientras iba distraído tratando de reorganizar sus ideas, volvió a tropezar con la misma piedra.

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