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11 de junio de 2011

Comunicación social


Últimamente, las personas tienden a comportarse como zombis. Vagan sin rumbo y no piensan en lo que están por hacer: se dejan llevar o responden a estímulos azarosos, a impulsos irreflexivos.
Para lo único que quieren el cerebro es para comérselo.
Deambulan por la vida sin ton ni son y, en cuanto ven a alguien distinto, a alguien realmente vivo, lo atacan hasta convertirlo en uno de los suyos.
Me gustaría decir que hay una solución. Que se puede intentar despertar a las personas de su letargo. Que quizás la palabra adecuada en el momento justo actúe como una fórmula mágica para romper el encantamiento.
Pero no. La experiencia me dice que ya es demasiado tarde. Sea un virus, un agente químico o una maldición vudú, no hay vuelta atrás. No hay nada que yo pueda decir para salvarme.
Mientras los espero, acopio toda el agua embotellada que encuentro y reúno todos los cartuchos de perdigones que puedo. Sé que los zombis solo comprenden un lenguaje: el que sale de la boca de una escopeta recortada.

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