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30 de junio de 2011

Consejos al consumidor (IV)

    Hace un tiempo compré una cosa por internet: si no hubiera sido porque la vi en internet, no la habría comprado.
    Yo esperaba que me la enviasen por e-mail, como es lógico, pero la mandaron por mensajería postal. Así descubrí que las viejas y nuevas tecnologías de la comunicación son parte de un todo. Como esas mafias que están en todos los negocios. De hecho, llamaron por teléfono para corroborar la entrega.
    Pero ahí no acabó la cosa: decidí seguir la pista del paquete y llegué a una casa. Toqué timbre y me atendió una persona de carne y hueso, quien me explicó que él era el vendedor. O sea: un ser humano y no una página web, como se me había hecho creer.
    Ante tamaño fraude, intenté desinstalar al sujeto. Pero el hombre se resistió. (Eché de menos la pistola de plasma del Doom.)
    Estuvimos peleando cerca de una hora, hasta que conseguí ahorcarlo con un cable USB. La policía me detuvo queriendo borrar el historial y ahora cumplo perpetua en una cárcel común, rodeado de analfabetos digitales y sin acceso a la red.
    Mi conclusión: comprar por internet es contraproducente.

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