© Todos los derechos reservados.

21 de julio de 2012

Chauvinismo en el 1ºF


Un día cualquiera, salía yo de un supermercado chino cuando un amigo se topó conmigo y me preguntó: “¿Qué haces comprando en los chinos? ¿No ves que estos se llevan todo el dinero pa’ allí? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
Me pareció razonable contribuir a la economía europea, así que la siguiente compra la hice en un supermercado alemán que ofrecía muy buenos productos y precios. Todo queda en la Unión, pensé. Pero a la salida me encontré con otro amigo que me dijo: “¿Qué haces comprando a los alemanes? ¿No ves que estos fabrican todo allí? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
Buen punto, razoné. La siguiente vez, entonces, fui a un supermercado español donde encontré interesantes ofertas. Cuando cruzaba la puerta hacia el exterior, una vieja amiga que pasaba por ahí me increpó: “¿Qué haces comprando en este súper? ¿No ves que estos se llevan todo a su tierra; y que incluso puede que financien a ETA? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
OK, pensé, buscaremos uno de Castilla y León. Fue difícil, pero di con una cadena regional que tenía algunos productos a un costo aceptable. Sin embargo, al atravesar la puerta principal, un muchacho leonesista me indicó: “¿Qué haces comprando a esos? ¿No ves que tienen la sede en Valladolid y se llevan todo a Pucela, como siempre? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
Bueno, está bien, de acuerdo. Logré encontrar un supermercado leonés donde no me arrancaban los billetes del bolsillo por respirar el aire del interior y fui a comprar lo de la semana. Nomás salir, casi me llevo por delante a un vecino del barrio que, al verme con las bolsas del supermercado, me hizo notar: “¿Qué haces comprando en este lugar? ¿No ves que están matando al comercio del barrio? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
Ya ni lo pensé. Fui buscando por todo mi barrio las tiendas con dueños más amables y precios medianamente razonables. Cuando llegaba a casa, un vecino de mi calle reconoció las bolsas de la verdulería y me paró en seco: “¿Qué haces comprando en aquel lugar? ¿No ves que nuestra calle se está viniendo abajo? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
Qué se le va a hacer, me convencí: pago caro, pero me queda mucho más cómodo, ¿no? Así que no lo dudé más y salí en busca de provisiones. Estaba en eso cuando un vecino del edificio me saludó, me apartó sigilosamente de la gente y me susurró: “¿Qué haces comprando en estos negocios? ¿No ves que los del edificio, que somos muchos, nos hemos puesto de acuerdo para comprarnos entre nosotros? Y hay que dar trabajo a los de aquí”.
Llegado a este punto, me di por vencido. Ya prácticamente no salgo de casa. A veces robo unos tomates que brotan en la maceta del vecino de al lado; también cazo palomas distraídas que se posan en mi ventana, y de vez en cuando ceno algún gato que cae por error a mi patio. Estoy criando dos o tres hormigueros (los insectos son ricos en proteínas) y he descubierto el valor nutritivo de los yuyos que crecen entre las baldosas. Es el único modo de asegurarme de que todo sea perfectamente local. Especialmente desde que empecé a sospechar que el del 2ºB traía las cosas de China.

P.S. Después de leer este cuento, un amigo argentino me escribió: “¿Qué hacés ambientando la historia en León? ¿No ves que podrías haberla ambientado en Buenos Aires, más concretamente en Agronomía? Y hay que dar trabajo a los de acá”.

1 comentario:

Graciela dijo...

Bueníiiisimo!!!!