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27 de mayo de 2010

Si nadie se opone, me retiro

    Subidos al tren del éxito, nos pasamos tres estaciones: invierno, primavera y verano. Incluso puede que alguna más (complete la serie). Naturalmente, veníamos distraídos, abstraídos y/o sustraídos. Acabábamos de recibir el Premio Focsmolder a la teoría de la conspiración más ridícula de las últimas nueve semanas y media. Debido a nuestro trabajo “Crisis, ¿qué crisis?”, en el cual confirmábamos que la crisis económica es pura imaginación, que sólo existe en nuestras cabezas, fuimos ampliamente repudiados por un auditorio repleto de desempleados, endeudados y corredores de bolsa. Intuimos que a nadie le gusta que lo llamen esquizofrénico paranoide. Es importante remarcar, no obstante, que nos referíamos a nosotros antes que a ellos, pero es difícil hacerse entender cuando se vive en una fantasía constante y disonante.
    Sólo nosotros tenemos la razón. Está escondida en un armario, bajo llave, no vaya a ser cosa que la perdamos en un descuido. Oculta a la mirada de los que no saben distinguir racional de razonable, creemos que nuestra preciada reliquia podrá pervivir muchos años. Por si acaso, además, tenemos una copia de seguridad en la Wikipedia. Observamos, empero, que a veces la gente nos mira raro, y es curioso notar que ellos perciben lo mismo. No queremos extendernos mucho sobre este punto, porque en ese caso dejaría de ser un punto y pasaría a ser un segmento, una semirrecta y puede que, si nos seguimos de largo como en el tren, acabemos dibujando una recta, que no es más que una sucesión infinita de puntos donde entre un punto y otro punto siempre hay un tercer punto, lo que resulta muy difícil de comprender, ya que no se nos ocurre cómo pueden entrar tantos puntos entre un punto y otro, especialmente si tenemos en cuenta la naturaleza infinitamente minúscula del punto. Es decir, punto y aparte.
    Más pronto que tarde, acabaremos por imponer nuestro criterio, aunque para ello debamos retroceder las tres estaciones que pasamos. Empezaremos por difundir las verdades de nuestro hallazgo y, cuando todo el mundo tenga una en su casa, entonces podremos iniciar la segunda fase de nuestro plan, que consiste en negar solemnemente la verdad revelada: porque no hay mejor confirmación que un desmentido oficial. Repetir hasta agotar la masa; después mezclar y poner al horno. Esperamos que les haya gustado esta explicación, porque no se nos ocurre otra. Tal vez si fuésemos más coherentes y/o/u cuerdos, podríamos intentar alguna variante hermenéutico-panégírica para describir nuestra maravillosa iluminación, pero no es el caso. Inevitablemente, y aunque parezca lo contrario, siempre caemos en el mismo tipo de laguna mental, quizás porque viajamos siempre en el mismo ferrocarril. Reconocemos, no obstante, que tras todos estos desvaríos se esconde una idea que, si bien no es brillante, ni innovadora, ni esclarecedora, es al menos coherente. O sea que, al que le parezca que todo esto no es más que un galimatías, le pedimos que piense primero en que “todo esto” son en realidad dos palabras muy comunes y, en segundo lugar, que “galimatías” es una palabra verdaderamente ridícula, fea, desagradable, e incluso nos atreveríamos a decir que estúpida.

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