Un escritor
contemporáneo se propuso escribir una novela policial, como tantas otras, pero
con una curiosidad: las iniciales de los nombres de todos los personajes se
corresponderían con las extensiones más conocidas de los archivos informáticos:
PPT, JPG, DOC, XLS, PDF, PSD, GIF, BMP, TXT y así siguiendo.
No conforme con
ello, intentó que las características de los protagonistas tuvieran alguna
relación con el tipo de archivo al que referían: DOC, un catedrático de
renombre, era sospechoso del asesinato de TXT, un estudiante de Letras; JPG era
un joven policía que desplazaba al anticuado BMP, mientras que TIF era más
inteligente, y RAW el más noble y elemental; XLS era un contador en la empresa
donde PPT se dedicaba a las relaciones públicas; PDF era un periodista que
estaba en todas partes y GIF era un vendedor de segunda contratado por la
empresa de HTML.
El escritor
esperaba que su público apreciara estas sutilezas, de modo que no mencionó su
astuto el juego de archivos e iniciales en las distintas presentaciones, ni
arrojó pistas sobre ello en las entrevistas o en sus columnas firmadas.
Aproximadamente
uno de cada diez (o de cada veinte) lectores descubrió el vínculo entre
extensiones y personajes, y uno de cada diez (o veinte) de los sagaces comentaron
la jugada en foros, chats y redes sociales. A pesar de ello, no consiguieron
mejorar la opinión general sobre la novela, considerada como de mala calidad:
la resolución del caso era abrupta y pobre, y quedaban muchos detalles sin
definir.
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