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2 de febrero de 2012

Odiosos e Inevitables V - Inquerible



Quisiera creer que no pasó nada.
Quisiera creer que no existe nadie más.
Quisiera creer que te doy todo lo que necesitás.
Quisiera creer que sos absolutamente sincera conmigo.
Quisiera creer que no vas a dejarte tentar por esos tipos sofisticados.
Quisiera creer que puedo confiar en vos, en cualquier circunstancia, lugar y tiempo.
Quisiera creer que no sos capaz de andar coqueteando con otros mientras yo estoy en fuera, ni hacerle caídas de ojo al vecino, ni reírle las gracias a tu compañero de trabajo.
Quisiera creer que somos el uno para el otro.
Pero querer no siempre es poder.

1 de febrero de 2012

Odiosos e Inevitables IV - Terror



No niego que a veces tartamudeo.
No niego que me cuesta un poco expresarme.
No niego que me preocupa lo que vayan a pensar de mí.
No niego que intento ser cauteloso, medido, prudente, diplomático.
No niego que a menudo me quedo sin palabras, apagado, enterrado en un rincón.
No niego que, de todo lo que se me cruza por la cabeza, aflora por mi boca una décima parte.
No niego que en más de una ocasión me quedé con las ganas de insultar a alguien, de declarar mi amor, de enfrentar una injusticia, de desenmascarar a un farsante o de arriesgarme al fallo.
Pero yo no tengo miedo a decir lo que pienso.
Bueno, siempre que a vos te parezca bien…

31 de enero de 2012

Odiosos e Inevitables III - No, nada, nadie



Está claro que no soy el mejor.
Está claro que tampoco soy el peor.
Está claro que soy tan bueno como cualquiera.
Está claro que yo podría haber estado en su lugar.
Está claro que él no es exactamente como la gente cree que es.
Está claro que la otra tampoco destaca mucho en el puesto donde está.
Está claro que todos ellos tuvieron suerte; que estaban en el momento indicado en el lugar indicado; que me podría haber pasado a mí; y que yo sabría hacer las cosas mucho mejor.
Está claro que no tengo nada que envidiar a nadie.
(=Tengo algo que envidiar a todos.)

30 de enero de 2012

Odiosos e Inevitables II - Susceptible



Es cierto que a veces preferiría no conocerte.
Es cierto que a veces te deseo alguna desgracia.
Es cierto que a veces hablo mal de vos a tus espaldas
Es cierto que a veces garabateo maldades sobre una foto tuya.
Es cierto que a veces te echo la culpa de todas las desventuras de mi vida.
Es cierto que a veces no hago otra cosa que pensar en cómo devolverte el sufrimiento.
Es cierto que a veces voy a tu casa y pinto obscenidades en tus paredes, y rompo tus ventanas con piedras, y riego tus plantas con ácido, y grito cosas horribles a los cuatro vientos.
Pero yo no te guardo ningún rencor.
Solo estoy un poco susceptible.

29 de enero de 2012

Odiosos e Inevitables I - DesAtinado


A pesar de que no hay otra explicación.
A pesar de que suelo intuir lo que va a pasar, y pasa.
A pesar de que distintos intentos producen idénticos resultados.
A pesar de que parezco condenado a repetirme en los mismos errores.
A pesar de que cada maniobra evasiva me conduce al lugar que quise evitar.
A pesar de que en campo abierto tiendo a seguir el sendero marcado en la tierra.
A pesar de que he negado a las profecías y a los horóscopos, a la genética y al determinismo, a Dios y a los dioses, a lo escrito y a lo inevitable; y a pesar de que me persiguen adonde voy.
A pesar de las evidencias, no creo en el destino.
Ese debe de ser mi destino.

Odiosos e Inevitables


Impulsos, originalmente cargada por Julikeishon -dibujos-.

A partir de hoy, y por siete días, voy a publicar una serie de escritos (torpes y ridículos) unidos temáticamente.
Dice mi amigo, el músico y compositor Emilio Nicoli, que el arte no se explica: que cada uno escuche, lea, mire y saque sus propias conclusiones. Y me parece bien.
Pero esta serie, quizás porque no es del todo obvia, o porque quizás es demasiado personal, necesita una pequeña introducción.
Hay, al menos, siete sentimientos que (para mí) son tan odiosos como inevitables, y que intento suprimir en cuanto afloran porque me avergüenzan, me incomodan, me hacen ver como un idiota. Estos son: la superstición (la sensación de que hay algo ajeno a nuestra comprensión que interviene en nuestras vidas); el rencor (ese odio malsano que se enquista y deriva en sed de venganza); la envidia (hija de la incapacidad para reconocer nuestras propias limitaciones); los celos (el reflejo posesivo de las personas inseguras); la timidez (esa manía de tragar vidrio con al boca cerrada); la indignación (producto de la ignorancia sobre cómo es el mundo real); y, por supuesto, el amor (o el enamoramiento, esa enfermedad mental que te sume en un estado de febril pelotudez).
Esta serie quizás sea un intento por exorcizar aquellos demonios. Va dedicada a todos los que no me creyeron capaz de superar mis males: ojalá que se atraganten con estas palabras.
Puede que alguno descubra que alguien ya hizo algo parecido: pero ¿a que no lo hicieron tan bien como yo? También es probable que alguien me quiera copiar: el mundo esté lleno de hijos de puta sin talento que se roban las ideas ajenas; alguien debería hacer algo.
(Y también hubiera querido dedicársela a ella, pero no me animo…)

27 de enero de 2012

El ahorcado (I)


De ventanas y otros huecos, originalmente cargada por My Buffo.


“… como aquel que haciendo alarde
de coraje en el sufrir
no se mata de cobarde
por temor de no morir”.
Me da pena confesarlo
Alfredo Le Pera y Mario Battistella

Imaginate que estás solo en una habitación chiquita, de noche, con la lluvia chapoteando en el techo, una gotera que moja la almohada donde deberías estar durmiendo y una lamparita de 25 watts apurando sus últimos instantes de vida útil. No sabés qué hora es: estuvo oscuro todo el día y vos anduviste saltando de sueños febriles a pesadillas a vigilia ansiosa. Cuando te despertaste por última vez, las gotas del techo te taladraban la frente como una tortura china. Apenas retenías las imágenes de un mal sueño: una fuga surrealista por una ciudad en ruinas, perseguido por personas que parecían zombies, sin lugar donde detenerse, acorralado, acosado, sin otra escapatoria que seguir huyendo indefinidamente en un mundo completamente hostil. No recordás sino la sensación horrible de que todo otro ser era maligno, que absolutamente todos eran tus enemigos, que te querían muerto, que no te iban a dejar escapar.

Vas hasta la mesita donde reposa un termo y un mate lavado, y te cebás un amargo, frío. Mirás por la ventana, a través de las persianas caídas, y ves la avenida Corrientes mojada, las luces de neón defectuosas, los techos amarillos de los taxis. Sentís el ruido del tráfico, de los colectivos, de la gente que se tropieza en las baldosas flojas, se moja y putea. Volvés a la cama, a ese catre quejumbroso, y te sentás cansado. Oís entonces al vecino, que sigue poniendo discos de tango, uno tras otro: Pugliese, Gardel, Julio Sosa y Goyeneche, sobre todo Goyeneche. Suena por enésima vez en el día una versión de Sur y alguna frase te da vueltas por la cabeza:
“Ya nunca me verás como me vieras / recostado en la vidriera / esperándote...”
Ni eso ni nada. Sabés que el final se acerca, que ya no hay salida, que te van a encontrar tarde o temprano, ahí, en esa pocilga que viene a ser tu penúltima morada.

25 de enero de 2012

Errante


Sombras, nada más (PS), originalmente cargada por My Buffo.
Lo había perdido todo buscando esa silueta errante que vio una vez por la ciudad: una sombra misteriosa, cautivante y peligrosa; un enigma en movimiento, una duda imperiosa.
Había oído que rondaba por el centro, o en un barrio de las afueras; que salía de noche o viajaba en tren de día; que dormía en las plazas y se bañaba en las fuentes; que se escondía en las estaciones o en los portales oscuros.
La perseguía sin pausa, y sin resultados. Donde fuera que la buscara, la silueta errante ya había desaparecido. Parecía presa de un embrujo que le impedía controlar sus propios pasos, que la obligaba a vagar sin ton ni son por pasajes y callejones, rondando sin patrón ni sentido. No había forma de anticipar sus huellas, de predecir su destino.
Pero él lo intentó. Olvidó su casa, su familia, sus amigos, su trabajo, su vida entera, consagrándose de lleno a la perpetua persecución de una sombra impredecible.
Y por fin, contra todo pronóstico, la encontró.
En la misma calle donde aquel día tuvo por primera vez la extraña sensación de que una figura fugaz se movía sombría entre la gente, apartada de la gente; en la misma esquina donde la vio desaparecer y perderse para siempre; contra ese escaparate anticuado y venido a menos que solía ignorar camino de la oficina; allí, en ese preciso lugar, él volvió a toparse con su propio reflejo.

23 de enero de 2012

Pixelado


Un escritor contemporáneo se propuso escribir una novela policial, como tantas otras, pero con una curiosidad: las iniciales de los nombres de todos los personajes se corresponderían con las extensiones más conocidas de los archivos informáticos: PPT, JPG, DOC, XLS, PDF, PSD, GIF, BMP, TXT y así siguiendo.
No conforme con ello, intentó que las características de los protagonistas tuvieran alguna relación con el tipo de archivo al que referían: DOC, un catedrático de renombre, era sospechoso del asesinato de TXT, un estudiante de Letras; JPG era un joven policía que desplazaba al anticuado BMP, mientras que TIF era más inteligente, y RAW el más noble y elemental; XLS era un contador en la empresa donde PPT se dedicaba a las relaciones públicas; PDF era un periodista que estaba en todas partes y GIF era un vendedor de segunda contratado por la empresa de HTML.
El escritor esperaba que su público apreciara estas sutilezas, de modo que no mencionó su astuto el juego de archivos e iniciales en las distintas presentaciones, ni arrojó pistas sobre ello en las entrevistas o en sus columnas firmadas.
Aproximadamente uno de cada diez (o de cada veinte) lectores descubrió el vínculo entre extensiones y personajes, y uno de cada diez (o veinte) de los sagaces comentaron la jugada en foros, chats y redes sociales. A pesar de ello, no consiguieron mejorar la opinión general sobre la novela, considerada como de mala calidad: la resolución del caso era abrupta y pobre, y quedaban muchos detalles sin definir. 

16 de enero de 2012

Solitario


Solían creer que era un tipo responsable, que pasaba horas y horas trabajando con su portátil, en cualquier lugar, en cualquier momento.
Solían verlo siempre serio, meditabundo, concentrado en su pantalla, moviendo levemente los dedos sobre una tecla o sobre el touch-pad.
Solían pensar de él que era un tipo inteligente, que sus silencios eran fruto de una intensa reflexión, que el día que hablara sería para pronunciar la palabra justa.
Solían aventurar que gozaba de genio, de una mente prodigiosa ocupada en grandes asuntos, en cosas importantes más allá de nuestro entendimiento.
Solían encontrarlo inmóvil, pensativo, abstraído del entorno, solo él y su máquina.
Solían apreciar en su rostro un gesto de rabia, disconforme, propio de un perfeccionista que no solo busca una solución, sino la mejor solución posible.
Solían arriesgar que sus suspiros, profundos y apesadumbrados, eran fruto de una frustración humana, propia de quien sabe que puede dar más.
Solían tener la esperanza de que en ese cerebro y en ese procesador se encontraba la respuesta a los misterios del Universo, la cura a todos los males, el destino futuro de la humanidad.
* * *
Solía perder en el solitario.

Mufados

Un grupo de amigos tomó nota: cuando Juan estuvo en Colombia, hubo unas inundaciones espantosas; cuando fue a Estados Unidos, lo acompañaron dos huracanes seguidos (y también una masacre en un colegio de Michigan); cuando fue a Chile, un terremoto y un volcán en erupción; en España, una sequía espantosa y récord de incendios forestales; en Suecia, el peor invierno en siglos…
Pero no solo la naturaleza manifestaba su furia detrás de Juan: apasionado de la historia, el hombre había viajado por la vieja Cartago (en Túnez), las pirámides de Egipto, el Partenón en Grecia y por Roma. Revoluciones, revueltas, y crisis económicas se sucedieron una tras otra.
Alguien recordó, entonces, que las virtudes catastróficas de Juan habían comenzado muchos años atrás. En el pueblo natal de sus abuelos le tenían vetada la entrada: cada vez que iba de visita moría algún conocido. Esto, que en realidad es algo altamente probable tratándose de un pueblo pequeño, no lo es si tenemos en cuenta que las muertes siempre se debían a causas accidentales: una electrocución, dos atropellos, un resbalón en la ducha, el desmoronamiento de un techo, una asfixia por la estufa a gas y tres por comida (una aceituna, un trozo grande de carne y un pedazo de pan con dulce de leche), e incluso un ataque repentino de una mascota se contaban entre los “logros” adjudicados a Juan.

De modo que sus amigos reaccionaron: si queremos que Argentina vuelva a ser un país próspero y sano, dijeron, un lugar digno para vivir y crecer y criar hijos, hay que mandar a Juan lo más lejos posible. De paso, añadieron, podemos intentar enviarlo a algún sitio que nos provoque particular rechazo, como el Reino Unido, Brasil o Timor Oriental.
Si bien no lograron esto último, al menos pudieron alejar a su amigo. Movieron todos los hilos a los que tuvieron acceso y, a través de una oscura empresa de compra-venta de armamento, consiguieron despachar a Juan hacia un itinerante e incierto destino, asegurándose de que su amigo iba a estar moviéndose todo el tiempo en un triángulo entre Vorkuta (Rusia), Helsinki (Finlandia) y Bakú (Azerbaiján).
Así vivieron bien por un tiempo. Sin embargo, las alarmantes noticias sobre el cambio climático, el crack de las finanzas mundiales y el inminente lanzamiento del iPhone 5 les hicieron pensar que Juan era un peligro a escala planetaria, por lo que no bastaba con mantenerlo lejos del país: había que mandarlo fuera de la Tierra.
Enterados de la nueva oferta de viajes espaciales privados para turistas, invirtieron todo lo que tenían (e incluso más) y compraron un pasaje para ofrecérselo a Juan como regalo. Luego hicieron tratos oscuros con mafiosos, o hackers (o hackers mafiosos), y sabotearon el vuelo para que jamás retornara.

Cuando los astrónomos advirtieron que la explosión de un planeta remoto había generado un gigantesco meteorito que se dirigía hacia nuestro sistema solar, los amigos descubrieron que habían cometido un grave error. Un gravísimo error…

15 de enero de 2012

Azaroso


–Mala pata… otro año más sin sacar nada en la lotería. Lo mío no son los juegos de azar.
–El azar no existe.
–¿Cómo que no existe?
–No, no existe. El azar es el nombre que le damos al conjunto de variables, factores, fuerzas y circunstancias que determinan un suceso o un hecho puntual, pero sobre los que no conocemos nada, o casi nada.
–O sea que, digamos, todo está determinado por algo, o mejor dicho por muchas cosas. Pero como no sabemos cuántas ni cuáles, le echamos la culpa al azar.
–Esa es la idea.
–¿Y qué pasa entonces con la lotería, con los dados, los sorteos…?
–Me gusta la pregunta. Supongamos el sorteo de la lotería: la bolita que cae con el número que otorga el premio mayor cae por algo, por una serie de acontecimientos y leyes que nada tienen que ver con la suerte. Cuando el bombo gira, están actuando las fuerzas físicas; pero ocurren tantas cosas a la vez, y todas influyen sobre las otras (las bolitas chocan y giran y se rozan y golpean con las paredes, unas empujan a otras, que empujan a las siguientes y así siguiendo), que aun conociendo la exacta posición de todas las bolitas al inicio del sorteo, sería casi imposible determinar cuál es la que va a caer.
–Bueno, pero la posición inicial es azarosa.
–No. Alguien puso las bolitas ahí en un orden, y la física hizo el resto.
–Está bien, pero el orden en que se metieron las bolitas es fortuito.
–Tampoco. Hay razones que podrían explicar por qué estaban ordenadas de una manera u otra al momento de introducirlas.
–OK, pero ese orden anterior sí es casual.
–Para nada. Conociendo todos los datos, podría saberse exactamente por qué estaban así o asado.
–De acuerdo. Pero si seguimos así, vamos a llegar al momento en que fabricaron las bolitas, cuando una salió primero que la otra.
–Exacto. Incluso más atrás, mucho más atrás. Todo va encadenado, desde el Big Bang a nuestros días.
–¿¡El Big Bang!? ¿No es un poco demasiado atrás?
–Todo tiene su causa original en aquella primigenia explosión. Todo estaba determinado en ese primer momento. Pero no hay manera de saber cómo seguirá. No, a menos que se tenga una mente capaz de procesar todo lo que está pasando en cada punto del Universo ahora mismo. A menos que seas una especie de dios. En cualquier caso, nosotros no podemos. Y llamamos azar, casualidad, suerte, a lo que no podemos explicar.
–Es una idea interesante. ¿Cómo se te ocurrió?
–Realmente, no lo sé.
–Digamos, entonces, que por azar.

24 de diciembre de 2011

Caradura


Pícaro (Luzern), originalmente cargada por Julikeishon en Suiza.
Estaba oscuro. Había niebla, una niebla tan espesa que no dejaba ver más que los resplandores de la iluminación callejera. Esperaba el tranvía después de otra noche en el bar de siempre. Llevaba en la mano un libro sobre mitos, leyendas y maldiciones donde pretendía encontrar la inspiración necesaria para su primera novela. Pero aquella madrugada le iba a resultar imposible leer nada. De pronto, alguien tosió y luego le dirigió la palabra. No alcanzaba a distinguir el rostro que le hablaba.
–Yo no creo en supersticiones –le dijo el extraño.
–Depende. Como se suele decir, “las brujas no existen, pero que las hay, las hay”… –respondió, por dar conversación, para llenar el tiempo.
–No, las brujas no existen…
–Parece muy seguro. ¿No cree en ninguna superstición? ¿Ni una cábala, nada?
–No. Especialmente, no creo en las maldiciones. Ya sabe: mal de ojo, esas cosas.
–Ah, no, yo tampoco.
–Hace bien, hace bien…
–La superstición trae mala suerte, dicen por ahí.
–Muy ingenioso, realmente. Pero yo sería más drástico: la superstición genera miedo, un miedo innecesario.
–Es verdad. Conozco gente que entra en pánico cuando ve un gato negro.
–No es sano.
–No, no lo es.
Se hizo un breve silencio, un poco incomodo.

Finales felices


Papel quemado, originalmente cargada por Julikeishon -dibujos-.


Cuando uno es un niño, le gustan los finales felices. Es muy simple: uno aprende que los buenos siempre ganan, que merecen ganar, que es justo que ganen, que las cosas bien hechas tienen su premio. Al menos eso funciona al principio. A medida que uno crece, ocurren dos cosas a la vez:
  1. se va dando cuenta de que, en la realidad, los buenos no siempre ganan;
  2. empieza a descubrir que no todos los malos son tan malos, y que algunos son más simpáticos, inteligentes y trabajadores que muchos buenos.
   Así las cosas, aprende a disfrutar con las pequeñas victorias de los malvados, o con los primeros finales trágicos (o tan solo abiertos) que descubre en su corta vida.
   Pasados algunos años más, uno se hace adicto a los finales infelices; paralelamente, aborrece los otros, las películas melosas donde todo sale bien, donde las escenas finales ponen a cada uno en su (supuesto) lugar, y donde lo predecible se torna nauseabundo. Uno quiere disfrutar con el esfuerzo vano, con la aventura que acaba en fracaso, con la superación personal que vuelca en suicidio, con el caos y la miseria reinando por sobre las buenas intenciones.
   Con unas cuantas primaveras a cuestas, la cosa cambia ligeramente: ni tanto ni tan poco. Para amarga ya está la vida, piensa uno, así que para qué amargarse aún más. Eso sí, no es cuestión de engañarse infantilmente con historias maniqueas e inverosímiles. Así que uno acaba decantándose por las medias tintas, por los triunfos con sabor a derrota, los empates sobre la hora o las derrotas con las que, al menos, se puede aprender algo para el futuro. Uno empieza a moverse por la zona de los grises, flotando en un subibaja de emociones destinado a quedarse, a largo plazo, en el centro.
   Pero cuando uno llega a cierta edad está harto de grises. Se da cuenta de que aquello es como vivir todo el día bajo un cielo nublado, y que ya es hora de que salga el sol. Además, uno está aburrido de que nada salga nunca bien, ni dentro ni fuera de libros y pantallas; está cansado de que las cosas no son nunca como debieran ser, como a uno le gustaría que fueran. De modo que acaba buscando refugio, nuevamente, en los finales felices: uno se sienta en un sofá, en una silla, bajo un árbol o debajo de un puente, pone la televisión o agarra cualquier edición de bolsillo, y se traga una historia donde lo que uno desearía que ocurriese para uno, ocurre allí para otros. Y quizás sonría o se le escape una lágrima de alegría antes de irse a dormir. Consigue así, al menos hasta el despertar de la mañana siguiente, un final feliz.

18 de diciembre de 2011

La cena


A Luis J. Tejedor

La invitación, sin destinatario definido, llegó al mostrador de recepción de la compañía. La Asociación de Pequeñas y Medianas Empresas de San Cayetano invitaba a unos “estimados señores” a asistir a la cena anual que se celebraría en días próximos. Rogaba confirmar la asistencia y deseaba felices fiestas.
La carta fue remitida inmediatamente al director gerente, quien la abrió, suspiró cansado y llamó a su asistente: “¿Te interesa ir a una cena? Tomá, toda tuya”, le dijo sin dar tiempo a responder y le entregó el sobre. El asistente, primero agradecido, leyó luego el contenido y cambió el gesto. Pensó algo parecido a lo siguiente:
Uh, no, esto es un embole. Un montón de jefazos ignotos, o de empresarios de cuarta, mesas con gente desconocida, charlas intrascendentes, algún que otro discurso aburrido… Yo paso, que vaya otro.

El asistente caminó por el pasillo hasta la máquina de café, donde se encontró con la jefa de Administración.
–Hola, ¿cómo va? –le dijo.
–Como siempre… –respondió la otra, como resignada a una vida triste.
–No, como siempre no. Te traigo un regalito –dijo el asistente, que vio su oportunidad.
–¿Qué es? –se ilusionó la de Administración.
–Una invitación a una cena. Me dijo el gerente que fuera yo, pero justo ese día tengo un compromiso familiar y… bueno, lamentablemente no puedo ir. Así que pensé: ¿quién mejor para representar a la empresa que la jefa de Administración, eh?
–Ah, eso… –la decepción en la cara de la mujer era notoria.
–Bueno, en fin, ahí te la dejo. Que lo pases bien.
El asistente se fue apresuradamente sin sacar siquiera un café.

14 de diciembre de 2011

Desconcierto


–Seguro que a vos te pasa lo mismo que a mí.
–¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que me pasa?
–Eso mismo: que no sabemos lo que nos pasa.

26 de noviembre de 2011

El mejor cuento jamás escrito


Calavera no chilla, originalmente cargada por My Buffo.
Dicen que una vez se reunieron los más grandes escritores del planeta para intentar crear el mejor cuento jamás escrito. Pronto se encontraron con la primera y gran dificultad: hablaban idiomas distintos. Se procuró llegar a un acuerdo sobre cuál era el habla idónea para llevar a cabo la empresa, pero fue imposible: cada uno intentó destacar las virtudes de su lengua materna (o de su lengua adoptiva), ya fuera por su universalidad o su capacidad de expresión, sus posibilidades o sus riquezas, su simplicidad o su belleza.
La falta de entendimiento acabó creando grupos de afinidad lingüística, que comenzaron a competir por ver quién conseguía crear el mejor relato. Con ello, esperaban, demostrarían la capacidad creativa de su lengua para ser portadora del mejor cuento jamás escrito. Surgieron así historias dispares, largas y breves, complejas y sencillas, profundas y superficiales, y ninguna logró convencer a nadie (ni siquiera a sus propios creadores) de ser la más brillante de todos los tiempos.
Alguien pensó entonces (y los demás estuvieron de acuerdo) que más allá del lenguaje portador del cuento, este debía narrar un gran argumento (el mejor argumento jamás contado). Había que, por tanto, consensuar cuáles debían ser los protagonistas del relato, sus principales hitos, sus giros, su poesía, su magia y su encanto. Pero en ello tampoco hubo acuerdo.
Una escritora inglesa propuso una historia de hadas; un narrador japonés, una pequeña parábola; un cuentista sueco sugirió un soliloquio que reconstruyese un acontecimiento hacia atrás en el tiempo; un fabulador argentino insinuó trazar un laberinto de palabras; una poetisa india planteó dibujar un camino que semejara a la vida; y así muchas y muy dispares propuestas.
Al cabo de días y días de reunión, los escritores estaban como al principio. En la última jornada, después de incontables horas de pesaroso silencio, una voz exclamó lo que ya todos sospechaban: “El mejor cuento jamás será escrito”.

13 de noviembre de 2011

Rhetorik des Todes

(A continuación, un extraño caso de colaboración literaria paranormal: Verónica Cerletti escribió el texto sin conocer mi dibujo; yo dibujé sin conocer el texto. Y así como así, las piezas encajan sorprendentemente... Eso sí: alemanes puristas, abstenerse.)


Eins… zwei… drei... dreimal haben die Glocken geschlagen. Die Zeit ist noch nicht gekommen.
Auf jeden Fall erwartet mich immer das Gleiche: die Angst, der Kampf und schliesslich die traurige Resignation. Ironisch, das kann nicht anders als ironisch sein. Sie haben die Freiheit, ich kann nichts entscheiden. Durch mich werden alle am Ende frei, aber es gibt keine Erlösung für mich. Trotzdem sind sie traurig und sogar trauriger so bald sie vor mir stehen. Das wäre schon mein liebstes Wunsch, wenn es mir zu wünschen noch erlaubt wäre, mich selbst abholen zu können. Aber solche Gabe wurde mir nicht gegeben. Es ist mein Schicksal, die Last der Ewigkeit immer zu tragen. Ironisch. Den glücklichsten Wesen, die existieren, wurde kein Bewusstsein deren Glück gegeben und so war es ihnen die Gelegenheit verwehrt, es zu geniessen. Bewusst genug bin ich, um die ganze Ewigkeit zu leiden. Müdigkeit kenne ich nicht; Überdruss ertrage ich. Und wenn alles endlich vorbei ist, wenn es niemanden mehr zu befreien gibt, werde ich noch da sein, König des Nichts, Held der Gegangen? Nein, die Zeit wird mir immer Gesellschaft leisten. Oder wird die Zeit auch ihr Ende finden und meine Befreiung wird endlich kommen? Das wurde mir nicht offenbart. Die ganze Geschichte kennt niemand, sonst kennen wir alle einen verschiedenen Teil. Wehe mir! Wenn ich wenigstens nicht so viel denken könnte! Zeit zum Denken habe ich leider viel.
Eins… zwei… drei… vier... viermal haben die Glocken geschlagen. Komm, vergängliche Seele… deine Zeit ist gekommen.
Verónica Cerletti

29 de octubre de 2011

Convicción



El explorador británico sir William Foreword afirmaba que, muchos años antes de que hubiese existido el primer ser humano (incluso más, el primer homínido), una raza de criaturas civilizadas había poblado el planeta Tierra. Según Foreword, la erosión, los animales, el pillaje y la profanación, las glaciaciones y, en general, el paso del tiempo habían suprimido cualquier rastro de la existencia de tales criaturas. No obstante, afirmaba, en algún recóndito paraje debía quedar algún resto intacto, a salvo de las inclemencias del tiempo y de la acción de hombres y bestias.
De modo que, con la intención de encontrar el último vestigio de la civilización olvidada, emprendió su última y colosal expedición.
Sin pistas, comenzó por recorrer los desiertos y las inmensas tierras vírgenes que, creía, aún no había pisado hombre alguno. Sus viajes resultaban infructuosos, pero Foreword no desesperaba; al contrario, creía que la ausencia de pruebas corroboraba su teoría de que sólo en ese lugar aislado e inmarcesible perduraría la última huella de la raza perdida.
La empresa le llevó los últimos treinta y siete años de su vida, sin resultado alguno. Murió al despeñarse en una cima al norte de las Montañas Rocosas. Sus actuales discípulos buscan aún, aunque ahora en las profundidades del océano.

14 de octubre de 2011

El secreto del éxito


Ojo de la tormenta, originalmente cargada por Lewenhaupt.


El secreto del éxito consiste en no tener el secreto del éxito pero decir que uno lo tiene. A continuación, después de pavonearse un tiempo por ahí simulando poseer la clave de una vida próspera (si es preciso, uno debe endeudarse hasta el límite máximo que le permitan las entidades bancarias) hay que escribir un libro con una serie de lecciones que no conducirán al éxito, pero que tendrán la apariencia de ser buenos consejos para alcanzarlo. (Para ello no hace falta pensar: se puede plagiar, homenajear y/o reformular obras capitales como El arte de la guerra o diversos manuales de autoayuda.)
Viniendo de alguien que tiene el secreto del éxito (que vive en el éxito), los consejos serán bien recibidos, incluso buscados. Muchas personas estarán dispuestas a pagar grandes sumas de dinero por hacerse con las recomendaciones que desembocan en el secreto.
Al cabo de un tiempo (más bien breve) y de unas dos o tres apariciones remuneradas en foros, conferencias y programas de televisión, uno habrá pagado todas sus deudas y comenzará a vivir el éxito (ahora sí) hasta el fin de los días.
Si en el instante previo a la muerte ocurriera que la mala conciencia, la necesidad de soltar el peso de lo oculto, o un repentino ataque de bondad lo obligaran, uno podría confesar (como confieso yo ahora) la verdadera clave del triunfo. Expresada con la sucinta belleza y la majestuosa sencillez del último suspiro, diría algo así:

Haz lo que yo hago y no lo que yo digo.


NOTA:
Obsérvese que el autor siempre tuvo el secreto del éxito, desde el primer momento, incluso cuando afirma que no lo tenía. Quizás no había alcanzado el éxito como tal, pero ya había trazado un plan para conseguirlo.
La revelación final, por su parte, es una paradoja: se trata de una frase, sentencia o afirmación que, por tanto, no deja de ser un dicho, un consejo, una lección; en consecuencia, según enuncia la propia frase, no debe ser tenida en cuenta.
A todas luces, el autor parece estar dispuesto a llevarse el secreto a la tumba. (O tal vez su éxito fue obra del azar y no de un plan premeditado. O quizás es que nunca consiguió el éxito y su secreto consiste en que no hay secreto…)